Concluyó el domingo la edición otoñal del ciclo ‘Bombo y platillo’ (con la que ha cumplido su décimo aniversario: toda una hazaña teniendo en cuenta la singularidad de su programación) con la actuación en la Rotonda de Delicias de Ricardo Lezón, cabecilla de McEnroe, banda de Guecho de notable prestigio en el ámbito del indie pop estatal. 

En esta ocasión, Lezón mostró su faceta más cercana al registro de cantautor, armado con su guitarra acústica y el único acompañamiento de la eléctrica de Txomin Guzmán.

Aunque el cantante y compositor vasco publicó en 2017 su primer álbum en solitario (‘Esperanza’), así como varios singles a lo largo de este año, la mayoría de su repertorio se centró en canciones de McEnroe, incluyendo un par del disco que grabaron junto a The New Raemon. De hecho, de su obra en solitario únicamente sonaron ‘Noche en Noviales’, con la que abrió la velada, y ‘Arena y romero’; el resto fueron piezas forjadas junto a su banda, como ‘La cara noroeste’, ‘Los valientes’, ‘Mi Vietnam’, ‘La electricidad’, ‘Mundaka’, ‘Rugen las flores’ o ‘Cristo de los Faroles’.

En este formato reducido al mínimo, las canciones de Ricardo Lezón adoptan un marcado carácter intimista y austero, de confesiones a media voz hechas al calor de la lumbre. Ocurre que la sobria forma de cantar de Lezón, unida a la repetición de esquemas, tonos y acordes muy similares, acaba provocando una sensación de lánguida monotonía que dificulta mantener la atención durante todo el concierto.

Vaya, que en el concierto de Ricardo Lezón se echó en falta algo más de chispa, de riesgo, de ruptura sobre las formas convencionales. Sobre todo cuando estás en un ciclo que se distingue por su capacidad para sorprender al espectador curioso con propuestas tan estimulantes y diferenciales como las de Mazaher, Daniel Me Estás Matando o Kiko Dinucci, por citar solo las más recientes.