LETRAS ARAGONESAS. OCIO Y CULTURA

Ha muerto el poeta soriano Raimundo Lozano, afincado en Zaragoza desde 1955

Tenía 90 años y era autor de alrededor de 50 títulos de poesía, cuentos, miniaturas de personajes, con ecos de Machado, Castelao y Valle-Inclán

Retrato del poeta y narrador Raimundo Lozano Vellosillo.
Retrato del poeta y narrador Raimundo Lozano Vellosillo.
Heraldo.

Ha muerto a los 90 años el escritor Raimundo Lozano Vellosillo, ampliamente galardonado y ganador de un premio Búho, a la trayectoria literaria, en 2008. Había nacido en Torrubia de Soria (Soria), en 1931, y se instaló en Zaragoza en 1955. Casado con la pintura gallega Berta Lombán, siempre se movió entre las tres comunidades: Soria, escribió hasta hace no demasiados años en ‘Heraldo de Soria’, solía mandar comentarios y crónicas culturales los lunes que se recogieron en ‘Rueda de sucedidos’; Galicia, donde solía pasar parte de sus veranos, admiraba especialmente a Rosalía de Castro, Castelao, Valle-Inclán, Rafael Dieste y Cela, comunidad que estaba en el sustrato inicial de su escritura, igual que lo estaba Antonio Machado, y por supuesto Zaragoza y Aragón, donde se implicó en un sinfín de actividades literarias con Los Amigos del Libro, en colaboraciones con la revista ‘Barataria’ o en la Tertulia Miguel Labordeta. Pertenecía a la Asociación Aragonesa de Escritores.

Solía mirar hacia el hontanar de la infancia: allí, en la hermosa y solitaria Soria, halló las narraciones orales, los paisajes, aquellos personajes más o menos populares o arquetípicos que llenarían su imaginación de fábulas. Y le gustaba contar que su madre le leía poemas cerca del fuego. La literatura le persiguió desde muy joven, y la alternó siempre con la banca; se jubiló en Ibercaja.

Raimundo Lozano escribió hasta hace no demasiados años en ‘Heraldo de Soria’, solía mandar comentarios y crónicas culturales los lunes que se recogieron en ‘Rueda de sucedidos’

En Zaragoza, desde los años 70, frecuentó un círculo de amigos escritores y artistas en los que estaban Guillermo Gúdel, al que quiso con mucho afecto y mucha admiración literaria, Fermín Otín, que escribía poemas y relatos y mantenía un comercio de antigüedades, Rosa María Aranda, toda vitalidad y rasmia con sus poemas y sus novelas y cuentos; Miguel Luesma Castán, que procedía del entorno del Niké. Y otros, como la actriz y rapsoda Pilar Delgado, que entonces era, como Luis Felipe Alegre, la voz de los poetas aragoneses.

A principios de los años 80, el estudio de Berta Lombán en la calle Estudios era un centro de reuniones, de discusiones artísticas, de lecturas y de descubrimientos de artistas y autores. Aquel estudio era un caldo de cultivo ideal para que Raimundo Lozano desarrollase sus actividades y su evolución como escritor en varias direcciones: compuso muchos versos y armó diferentes poemarios, que fueron galardonados en distintos certámenes; escribió relatos, más bien breves, delgados de anécdota y ricos en ambientación y atmósfera costumbrista, e incluso ensayó los textos infantiles y juveniles. Se sentía cómodo dentro de las actividades del Centro Gallego -durante años glosó para HERALDO la celebración del Día das Letras Galegas- y también dentro del Centro Soriano. En sus libros de relatos o de microcuentos volvía los ojos hacia Soria y hablaba de seres divertidos, extravagantes, que también parecían arrancados del libro ‘Cousas’ ( ‘Cosas’. Reeditado ahora por Libros del Asteroide) de Alfonso Daniel Castelao, que era uno de sus libros preferidos, como lo fue en algún momento ‘Platero y yo’, de Juan Ramón Jiménez, al que reivindicaba de viva voz y en sus poemarios.

Raimundo Lozano tendía a la melancolía, a la sublimación del paisaje, al rescate de las pérdidas (el paraíso de la niñez, de la naturaleza del origen, los pueblos de Soria, la añoranza perpetua del mar) y eso se percibió en su poesía, que arrancó en 1980 con el título ‘Sombras y luces’, que le definía muy bien. Era un hombre bondadoso, humilde, que intentaba mejorar libro a libro, y alcanzó una personal perfección en el arte del soneto y en el verso clásico.

Raimundo Lozano tendía a la melancolía, a la sublimación del paisaje, al rescate de las pérdidas (el paraíso de la niñez, de la naturaleza del origen, los pueblos de Soria, la añoranza perpetua del mar) y eso se percibió en su poesía, que arrancó en 1980 con el título ‘Sombras y luces’

Fue lector de Machado y de Juan Ramón Jiménez, pero también de Lorca y de Bécquer, otro de sus dioses, tan vinculado a Soria. En ‘Sonetos y canciones’, finalista del premio ‘José Verón’, uno de sus últimos poemarios, está presidido por el amor, el paisaje, la nostalgia, el tiempo y los recuerdos de la niñez, la belleza del paisaje,y que lo expresa todo con sensibilidad y buen gusto.

Su libro de prosas 'El reloj del mundo' (2011) son como miniaturas de personajes. En estos cuentos está el mejor herrador de la comarca, un charlatán imprescindible que posee «psicología de masas», el panadero apasionado por los boleros; aparece don Tomás, a lomos de un caballo blanco, el joven Gervasio realiza su primer viaje en tren, hay cuentos de enamorados, como Marga y su técnico de marina (con su humor y sus suspicacias), hay cuentos de brujería o de pícaros, como Rafaelillo, obsesionado por ver mear a las chicas. Son ficciones cuidadas, caracterizadas por la ironía, la claridad, cierto pintoresquismo y la poesía.

Algunos de sus libros, y firmó alrededor de 50, son: ‘Personajes mágicos’ (1984), ‘Las alas de los ángeles’ (1998), ‘La luna tiene sombras’ (2002), ‘Pepillo o una noche sin luna’ (2001), ‘Un abismo en el cielo’ (2002) o ‘Tiempo de crepúsculo’ (2002), entre otros muchos, y publicó alrededor de cincuenta títulos. El funeral es el sábado 27 a las 12.30 en la capilla 3 del cementerio de Torrero.

DOS POEMAS DE ‘SOMBRAS Y LUCES’

HOY NO ES AYER

Ay de mis días

naufragando por mares

desconocidos, buscando

la esperanza por las noches celestes

de mi juventud perdida.

A veces entre manos

abiertas que me abofetean.

A veces subido en las crines

de los caballos salvajes al ritmo

de los aires que llegaban gritando

de las nubes del infierno.

He llegado hasta aquí.

cuantas fuerzas

perdidas en el camino.

He cansado mi cuerpo

-y mi alma- arrastrándolo

por senderos equivocados.

¿Dónde aquella luz de primavera

que llevaba flores en las alas.

¿Y los pájaros canticos amables?

Me he mirado en el espejo

de antes y me he sonreído.

«Eres como un niño», parecía decirme,

mientras la tarde va muriendo

como entonces.

Silenciosa y lenta como

mis ojos cansado

cuya mirada se pierde,

doliente, por el aire gris

que ayer tenía color de miel,

sabor de esperanza.

***

TORRUBIA

Mi dulce adolescencia

silvestre por campos

llenos de sol y aire.

Te dejé una mañana

de invierno.

Cómo la lluvia golpeaba los

cristales invisibles

de mi alma.

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