El ya imprescindible ciclo Bombo y Platillo, que cumple su décimo aniversario, inauguró su temporada de otoño con una actuación inusual y difícilmente repetible: la formación egipcia Mazaher es uno de los últimos exponentes de la música tradicional zar, algo así como un ritual de sanación de orígenes remotos y que está en peligro de extinción. Y de hecho, dada la avanzada edad de la mayoría de los seis integrantes de Mazaher, parece poco probable que tengamos ocasión de volver a verles sobre un escenario.

Una de las características de esta música ritual es que el protagonismo principal corre a cargo de las mujeres, que cantan, bailan y tocan diferentes instrumentos de percusión (panderos, crótalos), mientras los hombres juegan un rol secundario. Todos los instrumentos son tradicionales y acústicos, algunos tan exóticos para el oído occidental como la tamboura -especie de arpa árabe- o el mangour, un cinturón de cuero del que cuelgan pezuñas de cabra que suenan con el movimiento del portador; incluso las mujeres cantan sin micrófonos (solo había unos cuantos de ambiente situados a pie de escenario).

Música, en suma, de raíz ancestral y carácter circular, que invita al trance y tiene algo de ceremonial catártico para liberar el espíritu de sentimientos negativos. Y lo cierto es que el ritual de sanación que ofreció Mazaher funciona; en un momento de su actuación, dos de las mujeres bajaron entre el público e invitaron a bailar a los espectadores, y no duelen prendas en reconocer que unos cuantos acabamos perreando felices en compañía de tan singulares señoras. Pueden cambiar las formas, pero en el fondo todo está conectado y el exorcismo de la danza sin duda ahuyenta los malos espíritus. Una vez más, siguiendo con la que es una de sus principales señas de identidad, Bombo y Platillo nos sorprendió y descubrió músicas diferentes y raras de escuchar.