MÚSICA. OCIO Y CULTURA

El santuario de los sonidos del mundo de Aguarón

La Casa del Gaitero, fundada por Eugenio Arnao en 2006, cumple hoy 15 años con una colección de 2.000 instrumentos, la mitad de ellos expuestos

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Eugenio Arnao en una de las salas de La Casa del Gaitero de Aguarón.
Laura Uranga.

Eugenio Arnao (Zaragoza, 1957) lleva la música en la sangre. A los doce años tocaba la bandurria; a los quince, la batería. Y desde entonces no ha pasado. Ha integrado formaciones como La Orquestina del Fabirol, Los Titiriteros de Binéfar, Los Dulzaineros de Aragón y El Silbo Vulnerado. En su agitada existencia de peregrino de la música, hace más de 30 años tenía contacto permanente con Estambul. Vivía quince días allí y quince en Zaragoza. Y un día de 1991, de regreso, leyó en un periódico que en Aguarón se vendía una casa por 200.000. No se le ocurrió otra cosa que llamar y decir que se habían equivocado; que faltaba un cero. Desde el otro lado del teléfono, le dijeron que era así. Ese precio. Con su madre, fue a ver la casa, no sabía nada del pueblo, y se le dio la rara y poética casualidad que era idéntica, o para él lo era, a la que tenía en Estambul. Y decidió quedársela.

“No tenía ni luz ni agua ni tejado. Pero no me importó. Mi abuelo era albañil y me atreví con todo. Y doce años después o así, en 2003, pude comprar la casa del cura, que rehabilité y abrí, convertida en La Casa del Gaitero, el 28 de mayo de 2006, hace tal día como quince años”, explica Eugenio Arnao. Recuperó bodegas, pasadizos secretos, se encontró con la misteriosa sombra blanca de un gato en el suelo que hace pensar en un cuento de Poe, y acabó creando allí cinco salas, un taller de construcción de instrumentos, con biblioteca de música popular, fonoteca y videoteca.

“Acabé tan harto de la obra que me prometí que no volvería a amasar cemento nunca más. Y aún no lo he hecho”, confiesa. Por La Casa del Gaitero han pasado más de 10.000 personas, sobre todo escolares, y allí se ha hecho de todo: se han dado talleres, se fabrican instrumentos, se han hecho exposiciones o microconciertos. “Siempre he coleccionado instrumentos. Desde muy joven. Me gustan más que por su sonido por su forma, por su escultura, por el objeto artístico que son. A lo largo de los años he ido recogiendo instrumentos allá donde he ido. Los iba dejando en los locales de los grupos o en maletas en casa de mi madre. Y un día me propuse ordenar la colección, mostrarla y ponerla al servicio de quien la necesite”, agrega.

Eugenio Arnao ha dejado piezas para exposiciones de música, de las que promueve Ángel Vergara, por ejemplo, y para conciertos. Con La Casa del Gaitero participa en encuentros, ferias y festivales, ya sea con exposiciones como ‘Métete Caña’ (con piezas realizadas en cañaveral), ‘Cacharritos’ (instrumentos del patrimonio musical aragonés) o ‘Ida y Vuelta, donde selecciona 99 instrumentos raros de todo el mundo, o con otras aportaciones. Participa en encuentros bianuales como Arundo Dónax y Cañarte, que se hacen en La Puebla de Híjar, y acude a los colegios.

“La colección completa consta de más de 2.000 piezas. Y en exposición hay alrededor de 1.000. Les limpio el polvo, las cambio de sitio, las renuevo. En el taller me gusta hacer piezas, sobre todo de caña. Y algunas se venden o las regalo. Ahora, para celebrar los 15 años, estoy haciendo un linóleo para los amigos”

“La colección completa consta de más de 2.000 piezas. Y en exposición hay alrededor de 1.000. Les limpio el polvo, las cambio de sitio, las renuevo. En el taller me gusta hacer piezas, sobre todo de caña. Y algunas se venden o las regalo. Ahora, para celebrar los 15 años, estoy haciendo un linóleo para los amigos”, confiesa. Desde su apertura, solo ha recibido en una ocasión, al principio, 2.000 euros de apoyo; desde entonces, ese espacio abierto, que también rinde homenaje a la tradición musical de Aguarón (recuerda a figuras como Simón Tapia Colman), no ha contado con ningún apoyo ni regional, ni provincial, ni comarcal o local. “A veces te planteas si tiene sentido un proyecto. Cuando vienes los niños, te das cuentas de que sí. En España no hay muchas casas como ésta. Eso sí, en cuanto te metes en el taller o paseas por las salas, cambias un poco de opinión. La pandemia acentuó la crisis”, declara. Mantener La Casa del Gaitero abierta todo el año cuesta unos 2.000 euros.

Puesto a elegir un instrumento, y los hay fascinantes, incluso alguna flauta del siglo XVIII, elige un modesto tambor de Mozambique. “Me lo hizo un anciano de Mozambique. Fuimos al bosque, cortó un tronco y esculpió; luego fuimos al mercado, compró una parte de la gacela, y con la piel hizo el parche. Me conmueve. Se llamaba Teófilo”.

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