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Crónicas de un pueblo. Crímenes en Maella en los años 50

El catedrático de Anatomía Patológica Javier Pardo publica 'El año de la desgracia' en Caligrama, donde investiga dos asesinatos en la localidad

Javier Pardo publica 'El año de la desgracia'.
Retrato del catedrático de Anatomía Patológica Javier Pardo.
Guillermo Mestre.

El libro es sin duda una novela, pero dentro de ese género ofrece dos singularidades: solo narra hechos reales, investigados directamente por el autor, y el propio novelista comparece con su voz varias veces a lo largo del texto para subrayar o valorar algunos de los sucesos de la narración. Eso le da una frescura especial, una sinceridad y ausencia total de impostura que vienen acompañadas por la mirada compasiva con que Javier Pardo retrata a las víctimas. Y ahora vayamos con lo que cuenta.

Maella, enero de 1950. Luis Vicente, agricultor de 61 años, aparece muerto con señales de violencia en la céntrica casa que comparte con dos hermanos, solteros como él. Su hermana Cecilia ha desaparecido y nunca será encontrada. No hay ninguna pista sobre los culpables ni la habrá con el paso del tiempo, solo rumores y habladurías.

Nuevas muertes

En septiembre de 1952, otro vecino soltero y sesentón de Maella aparece asesinado en su domicilio, Manuel Martínez, alias Cascante, a quien se tiene por fanfarrón y bravucón. Vuelven las insidias al pueblo y señalan a varios familiares del muerto y la desaparecida veinte meses atrás, que ahora habrían acabado con Cascante porque supuestamente los chantajeaba. Sobre la única base de bulos y murmuraciones, la Guardia Civil de este pueblo zaragozano detendrá a un hermano, un sobrino y un cuñado de las primeras víctimas, quienes en adelante se enfrentarán a torturas, intentos de linchamiento, prisión provisional y un juicio como acusados por tres asesinatos que se celebró en Zaragoza en diciembre de 1954. Y no desvelaremos más, aunque ahí no acaba la historia.

Javier Pardo, médico, investigador, catedrático de Anatomía Patológica y autor de más veinte libros sobre su especialidad, nació en Maella en 1947 y creció con el runrún de esos crímenes y de todo lo que aconteció después. Una vez jubilado, decidió ponerse a investigar sobre aquel episodio que tanto marcó su localidad natal. Por el resultado, y por lo que él mismo detalla en el prólogo, fue una investigación tan minuciosa como las de sus experimentos médicos y tuvo como resultado un profundo cambio en su consideración de lo que hasta entonces había pensado sobre los crímenes de Maella. Ese proceso también viene reflejado en esta narración en la que Pardo debuta en el territorio de la novela con soltura, precisión, ritmo, rigor y amenidad, construyendo un relato que va más allá sus límites geográficos y se convierte en un buen análisis de aquella España de los años cincuenta, todavía sumida en un atraso secular.

‘El año de la desgracia’ refleja muchas situaciones de aquella época que ahora están completamente olvidadas y cuya mención estremece a quienes lo recuerdan y será sorprendente para quienes lo desconocen. Un ejemplo es lo relacionado con las fuerzas de seguridad. Se nos ha olvidado que muchos militares y muchos agentes del orden ejercían el pluriempleo en otras actividades sin uniforme. Por ejemplo, mis profesores de gimnasia, en un colegio de los años 60, eran sargentos del Ejército del Aire, sin ninguna preparación física y mucho menos educativa, y el señor que venía a casa a cobrar el seguro de decesos era miembro de la Policía Armada (los ‘grises’, el antecedente de la Policía Nacional).

Por el resultado, y por lo que él mismo detalla en el prólogo, fue una investigación tan minuciosa como las de sus experimentos médicos y tuvo como resultado un profundo cambio en su consideración de lo que hasta entonces había pensado sobre los crímenes de Maella

En esta novela vemos que varios guardias civiles del puesto de Maella trabajaban también para compañías de seguros e incurrían en pequeñas corruptelas, desde sancionar arbitrariamente a quien no firmaba la póliza con ellos hasta recibir decenas de regalos «alimenticios» cada Navidad, para tenerlos contentos y evitar sus represalias. Y eso es lo de menos, lo más grave es la absoluta falta de preparación policial de aquellos servidores públicos, formados solo para reprimir, y el recurso a las palizas como único método para lograr confesiones. Javier Pardo lo retrata con escalofriante nitidez y también cuenta cómo en aquellos años llega un joven guardia civil destinado al puesto de Maella que no comparte esos métodos, elabora un informe para denunciarlo y el resultado es que allí todo sigue igual y a él lo trasladan rápidamente a Calamocha.

Recordar estos episodios sirve, entre otras cosas, para valorar en su justa medida el cambio experimentado en las Fuerzas Armadas y los Cuerpos de Seguridad gracias a la democracia. Cuando leemos sobre aquella Guardia Civil de los años cincuenta y la comparamos con lo que ahora vemos del SEPRONA, los Grupos de Rescate e Intervención en Montaña, las unidades que investigan el narcotráfico y los delitos fiscales o las que participan en misiones internacionales, nos encontramos ante mundos que, aunque compartan el nombre, son radicalmente opuestos.

¿En qué momento se produjo ese salto, esa transformación absoluta de ejércitos y fuerzas de seguridad? Los historiadores podrán señalar algún ministro y alguna fecha concreta, pero sin duda fue algo que empezó a cambiar en los años ochenta y como resultado de esa Transición a veces tan denostada.

LA FICHA

El año de la desgracia. Javier Pardo. Caligrama Editorial. Barcelona, 2021. 410 páginas. 

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