notas costumbristas (42)

El ‘Prontuario' de Foz y Ponz

En el 'Prontuario del buen hablista' aparecen "vulgarismos, vicios de dicción, provincialismos, voces familiares y arcaísmo más comunes en Aragón”. 

Portada del 'Prontuario del Buen Hablista' de Vicente Foz y Ponz
Portada del 'Prontuario del Buen Hablista' de Vicente Foz y Ponz
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Uno de los libros más raros en la bibliografía sobre el aragonés es el de Vicente Foz y Ponz ‘Prontuario del buen hablista’, publicado en Zaragoza en 1903. En realidad todos los libros sobre el aragonés -o escritos en aragonés- del siglo XIX y principios del XX son igual de raros, pues es muy difícil conseguir el diccionario de Mariano Peralta, el catálogo de voces aragonesas de Francisco Otín y Duaso (que estaba incluido en su discurso de ingreso en la Real Academia Española de Arqueología y Geografía, de 1868), los poemas de Bernabé Romeo y Belloc, las comedias chesas de Domingo Miral… 

Hace un tiempo me reencontré con el ‘Prontuario’ al leer las memorias de Francisco Foz, padre de Vicente (y sobrino carnal de Braulio Foz, quien le ayudó en sus estudios y le legó en su testamento algunos bienes), que acababa de publicar la Institución Fernando el Católico con el título de ‘Mis memorias. Andanzas de un veterinario rural (1818-1896)’. El manuscrito de esos recuerdos lo custodiaron durante años sus descendientes y por fin vio la luz gracias al interés que mostró por él la profesora Rosa Castañer. 

El libro, además de ser muy útil para conocer la vida de un albéitar en el Aragón del siglo XIX, nos proporciona algunos datos curiosos sobre el autor del ‘Prontuario’. Dice Francisco que su hijo Vicente, aunque de “buenos sentimientos, es muy variable en sus modos de pensar”. Siguió los pasos de su padre y se hizo veterinario, pero después, desencantado por el ejercicio de la profesión, decidió estudiar para sacerdote, primero en el Seminario de Belchite y luego en el de Zaragoza. Tampoco aquello le gustó mucho y acabó casándose con una sastresa “muy honrada, de muy buenas condiciones y muy aplicada”. Vicente y su mujer mantuvieron un tiempo a sus padres ya ancianos, hasta que éstos se fueron a vivir con otra hija a Caspe en 1896. Francisco Foz acabaría pagando de su bolsillo la lápida de mármol que se colocó ese mismo año en la casa natal de su tío Braulio en Fórnoles.

En el ‘Prontuario del buen hablista’, bajo el epígrafe “Vulgarismos, vicios de dicción, provincialismos, voces familiares y arcaísmo más comunes en Aragón”, encontramos un gran repertorio léxico, familiar a todos los aragoneses: ababol, alcorzar, badal, boira, calcero, calibo, callizo, cuquera, chandrío, chemecar, chulla, empandullo, empentar, empentón, encorrer, esbafar, escorredero, estrapalucio, esvarizarse, farinetas, femera, ferrete, fulero, furo, gana (mala), garrampa, garras (por piernas), garroso, gayata, guingorria (a la), ibón, jasco, jauto, jopar, jovenzano, juguesca, lamín, laminero, leñazo, lifara, ligallo, luna (por patio abierto o descubierto), mandria, mañanada, mazacote, mesache, minchar, mosén, niquitoso, panizo, perdigana, pezolaga, purna, quemazo, rader, rasera, reblar, rebullo, rocero, royo, royura, samarugo, socarrina, sulfurado, tajadera, ternasco, testarrazo, toquitear, tozal, trapatiesta, trastazo, ventano, yaya, zaborrero, zaforas, zancochar, zancocho o zurraco. Ciento dieciocho años después, estas palabras -y otras muchas más- que recogió Foz y Ponz siguen vivas en el habla habitual de los aragoneses. 

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