LITERATURA ARAGONESA. OCIO Y CULTURA

Severino Pallaruelo: "He vivido siempre en la ficción y lo que me interesa es el alma humana"

El autor de 'Ruido de zuecos' es el ganador del premio individual de la Feria del Libro Aragonés de Monzón, que se entrega hoy

Severino Pallaruelo, escritor / Foto: Jose Miguel Marco[[[HA ARCHIVO]]]
Severino Pallaruelo es escritor, naturalista, antropólogo, viajero, dibujante...
José Miguel Marco.

Severino Pallaruelo (Puyarruego, Huesca, 1954) recibe el premio individual de la Feria del Libro Aragonés de Monzón. El autor de ‘Ruido de zuecos’, ‘Viaje a los Pirineos misteriosos de Aragón’ o ‘Guali’, entre otros textos, repasa su trayectoria que tiene tantas ramificaciones.

¿Qué le dice la Feria del Libro Aragonés de Monzón, qué le sugiere?

Varias cosas. En primer lugar el vigor del sector del libro en Aragón. Somos una comunidad con pocos habitantes pero con una producción bibliográfica muy notable por su abundancia y su calidad. Es esta producción la que alimenta la FLA. La producción y los lectores. En segundo lugar me admira la constancia y el trabajo de los organizadores de la Feria. Detrás hay un equipo admirable al que debemos agradecer la tarea que llevan a cabo, año tras año, desde hace 26. En este tiempo han pasado diferentes partidos por el ayuntamiento, pero todos han mantenido el apoyo a la feria.

¿Cuál ha sido su experiencia en ella como autor?

He acudido en varias ocasiones para presentar libros o para firmar en las casetas de los editores. Siempre me ha admirado la vitalidad del encuentro. Hay muchos visitantes, algunos de Monzón y otros de diferentes localidades. Desde Zaragoza llega gente en un tren especial. Nos hemos encontrado allí todos los que en Aragón tenemos algo que ver con el mundo del libro: los autores y los editores, los libreros, los ilustradores, los distribuidores, los bibliotecarios y –sobre todo- los lectores. La feria ofrece ratos para los saludos, para los intercambios de opiniones, para las propuestas, para las recomendaciones… En resumen: es la ocasión para tomar el pulso a todo el sector del libro en Aragón.

Un premio como este, el premio individual de la FLA, tan afectuoso, no sé si le lleva a mirar hacia atrás. ¿Qué escritor ha querido o quiere ser?

No he tenido un propósito como escritor, o al menos no lo he tenido mientras he ido escribiendo cada libro. Ahora, si vuelvo la vista atrás, veo que siempre me ha guiado un único impulso con dos caras: pasarlo bien y satisfacer la curiosidad. He gozado mucho preparando los materiales –en los archivos, en las entrevistas, en los viajes- y, después, escribiendo. Si, además, los libros han gustado a los lectores, mejor. Creo que esas son las dos finalidades del libro: que goce el autor y que gocen los lectores. Por mi parte no ha habido otra intencionalidad.

¿Qué le da a un escritor el hecho de ser de un pueblo tan minúsculo como Puyarruego e hijo de navatero?

A mí me ha proporcionado, sobre todo, dos cosas: conocer un mundo que ya se fue y un escenario. Me crié en una aldea que no tenía carretera y solo contaba con energía eléctrica –siempre oscilante- desde que anochecía y hasta la media noche. Se trabajaba, se vestía y se comía como hacía siglos. La casa en la que vivía tenía casi 500 años. No monté en un coche ni vi un teléfono hasta que tuve seis años. Y sin embargo se vivía bien. Fui feliz. Era una sociedad organizada. No tenía nada que ver con las imágenes de ineficacia o de tosquedad que a veces se asocian con el mundo rural o con la Edad Media.

Eso es lo que decía Luis Buñuel de Calanda.

Es cierto. Vivíamos de lo que ofrecía el entorno, pero disponíamos de una cultura que nos lo permitía. Mi padre, mi abuelo, mis tíos y casi todos los hombres del pueblo habían sido navateros. Todos habían bajado desde los Pirineos, navegando sobre los troncos, hasta las puertas del Mediterráneo. Hablaban con frecuencia de los viajes. Monzón, Fraga, Flix o Tortosa eran para mí lugares familiares mucho antes de visitarlos. También eran grandes narradores. Yo escuché muchas historias en las largas noches de invierno o caminando hacia los huertos y los campos en los días calurosos y polvorientos del verano. Ese mundo es el de los escenarios de la mayor parte de mis libros.

¿Y el vínculo con las tradiciones?

No me interesan especialmente las tradiciones o el pasado, pero sí el alma humana: los deseos y los temores, las pasiones, las alegrías y las tristezas, los sentimientos. Pero a la hora de escribir sobre todo eso hay que hacerlo situándolo en un lugar y en un tiempo, y para mí los escenarios más conocidos, los que mejor puedo describir, son los del mundo en el que me crié. Aquel mundo también me ha permitido saber que existen muchas formas de vivir, que se puede vivir con muy poco. Y comprender a los que vienen a nuestro país desde África o desde otros lugares en los que han vivido como yo viví cuando era niño.

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Retrato de archivo de Severino Palleruelo ante el pantano de Mediano, en el Sobrarbe.
José Miguel Marco.

¿Qué ha sido más importante en su vida: la etnografía, el amor a los Pirineos o la ficción misma?

No hay jerarquías. Todo va mezclado. He sido etnógrafo por amor al mundo en el que me crié, por amor a los padres y a los abuelos. He amado a los Pirineos porque es el territorio donde vivieron y donde he vivido. Y en cuanto a la ficción no sabría decir qué ha sido para mí: creo que una manera de mirar las cosas. Y una manera de vivir. He vivido siempre en ella. He sido siempre cándido y diletante, soñador, enamorado de la belleza y del amor. Creo que eso es vivir en la dulce ficción. Desde ella he escrito.

Son muchas las novelas y relatos que ha publicado, desde ‘Ruido de zuecos’ hasta ‘Pirineos, tristes montes’. ¿En qué sentido son el registro libre de su memoria?

Son solo eso. Ni más ni menos. A veces les preguntan a los novelistas si es ficción todo lo que aparece en sus novelas y, casi ofendidos, responden: sí, por supuesto. A los que publican sus memorias les preguntan si todo lo que cuentan es verdad y si es toda la verdad. También medio ofendidos responden: sí, por supuesto. Creo que ni unos ni otros tienen razón. En nuestras cabezas –en la mía por lo menos- está todo mezclado: lo que hemos visto y escuchado, lo que queremos, los sueños, los temores, los paisajes, las lecturas, el cine, nuestros amigos, la familia, las normas sociales, el trabajo, los años y los colores. Cuando escribimos ofrecemos un destilado que procede de la cocción de todo eso. Es literatura. Tú lo has dicho en la pregunta: el registro libre de la memoria.

¿Cuál el secreto de su literatura, qué querría contar?

Querría contar lo que querría leer. En la lectura busco que la narración corra con agilidad, sencillez y limpieza, como las aguas claras de un río en la montaña, no como el lodo pegajoso. Eso hablando tanto de los relatos de ficción como de los trabajos de carácter histórico o científico en los que también añadiría la precisión. Y siempre los textos presididos por la verdad, es decir, por la ausencia de imposturas. Soy muy curioso, me intereso por muchos temas. Siempre he escrito sobre ellos: personas, situaciones, momentos históricos o paisajes en los que pienso muchas horas. Uno escribe sobre lo que es, y ¿qué es uno?

¿Lo sabe, tiene Severino Pallaruelo para ese pregunta?

Creo que uno no se manifiesta en las ocasiones en las que aparece ante el público o en las que se siente observado. Diría que uno es aquello en lo que piensa o con lo que sueña en sus momentos más tranquilos o íntimos, por ejemplo en esos minutos previos al sueño en los que nada se interpone para condicionar nuestra actividad mental. Somos eso. Lo demás, las acciones conocidas, los discursos y el juicio de los demás son demasiado azarosos.

Es escritor y dibujante de diarios, de cuadernos de autor. ¿Qué hay ahí? ¿Qué cuenta, qué se ha contado?

Los cuadernos son muy variados. He hecho muchos. Algunos son los típicos cuadernos de viaje: apuntes rápidos del paisaje, con el lápiz o la acuarela, acompañados de un texto breve. Pero la mayoría de los cuadernos no son así: no sé cómo calificarlos. Son manchas, estampaciones realizadas con objetos muy diferentes, líneas. Con bastante frecuencia hago en ellos un ejercicio que es el contrario del habitual. Normalmente el dibujante ilustra una historia. A mí, cuando acabo un cuaderno, me gusta imaginar una historia enlazando lo que hay en las páginas mediante un relato que voy escribiendo al pie de las imágenes. El trabajo de los cuadernos me gusta mucho. Soy completamente libre. Algunas veces he mostrado algunos, pero la mayoría nadie los ve.

Severino Pallaruelo, escritor / Foto: Jose Miguel Marco[[[HA ARCHIVO]]]
Severino Pallaruelo ha escrito de navateros, pastores o personajes prodigiosos.
José Miguel Marco.

Ja, ja, ja. ¿Y eso?

Trabajar en ellos es una necesidad, un impulso. Comienzo por fabricar los cuadernos. Empleo muy buen papel para formar los cuadernillos que después encuaderno con tapas de cuero. Aprendí a encuadernar siendo niño, en el colegio, y lo he hecho siempre. Luego comienzo a rellenarlos, sin plan preconcebido. Cuando acabo uno comienzo otro. Me parece que es creación en estado puro: sin plan, sin objetivo, solo para satisfacer una necesidad interior que no sé de dónde procede.

Ha hecho muchos libros de viajes, guías… ¿Es un observador de la naturaleza, un andariego, qué le da el paisaje?

Creo que soy algo anacoreta. Me gusta más la contemplación que la observación. La observación parece más vinculada a la ciencia, al razonamiento, a la ordenación de datos, a la explicación. A mí todo eso me gusta, pero me gusta aún más la contemplación, que es pasiva, que es dejarte llevar, estar, mirar. A veces, siempre solo, me paso horas quieto en un sitio, mirando las nubes o las piedras. La contemplación me proporciona una sensación especial, la mejor, un vínculo con el cosmos que no se puede expresar con palabras porque las palabras diseccionan, dividen la realidad y el vínculo del que hablo es lo contrario porque lo une todo.

Uno de mis libros favoritos de su amplia bibliografía, y creo que de muchos lectores, es ‘José. Un pastor de los Pirineos'’. Texto, idea, fotos. ¿Qué le proporcionó ese trabajo?

Me dio muchas alegrías. Lo empecé por casualidad, como casi todos los que he escrito. José vivía con su hermana en una aldea de la montaña en la que eran los únicos habitantes. Fui a verlo porque me habían dicho que trabajaba muy bien el boj y yo entonces andaba preparando un libro sobre la madera. Desde el primer momento nos entendimos. Me gustaba verlo trabajar y escucharlo. A él le gustaba que lo acompañara cuando iba con las ovejas o cuando se ocupaba de las colmenas. Yo sentía que estaba viviendo una segunda vida: José hacía todo lo que yo había visto hacer cuando era niño y creía ya desaparecido. Hablaba exactamente la misma lengua que fue mi primera lengua. Pasé cuatro años yendo a su aldea cada dos o tres semanas. Le hice miles de retratos: no he conocido mejor modelo. Cada vez que volvía de ver a José escribía lo que habíamos hecho y lo que habíamos hablado. No lo redactaba con intención de publicarlo. Un amigo vio los manuscritos y me dijo si se los dejaba para llevarlos a un editor. Y se editó el libro. Me gustó. Fernando Lasheras hizo un gran trabajo con la maquetación. A José también le gustó.

"José, el pastor de los Pirineos? Fui a verlo porque me habían dicho que trabajaba muy bien el boj y yo entonces andaba preparando un libro sobre la madera. Desde el primer momento nos entendimos. Me gustaba verlo trabajar y escucharlo"

¿En qué momento de creación, de plenitud o dudas, se encuentra el escritor Severino Pallaruelo?

Escribo mucho, pero he perdido casi totalmente el interés por la edición. Escribo un par de horas cada día por el solo placer de hacerlo. Es una forma de ordenar. A veces creo que la literatura y el arte son solo fruto de una búsqueda del orden, de un orden, el que sea pero un orden. Últimamente le doy vueltas a una novela o a un informe, no sé qué nombre darle, sobre una familia de la que tengo mucha información. Se trata de una saga muy interesante. La información es extraordinariamente precisa, variada e íntima. Procede casi toda de cartas que escribieron o recibieron los protagonistas. Pero se me plantea una duda: hasta qué punto tiene derecho uno a dar a conocer la vida de otras personas a las que ha llegado a través de textos que se redactaron para uso exclusivamente personal. He escrito bastante, pero no sé si acabaré la obra. La he cogido y la he abandonado tres o cuatro veces.

Desde hace algunos años hace vídeo, graba, monta o edita, pone bandas sonoras. ¿Cómo son esos vídeos, qué cuentan y, aunque son muchas preguntas juntas, qué andas buscando?

Empiezo por la última. No busco nada concreto. Lo paso muy bien. Cuando me jubilé, hace seis años, mis compañeros de trabajo me regalaron una cámara de vídeo: el juguete más maravilloso que he tenido. Había hecho muchas fotos, pero no vídeos. Descubrí un mundo muy placentero. Me pasó como con lo que estampo o trazo en los cuadernos. Comencé a grabar y grabar. Al ver las imágenes pensaba en historias: lo que salía me sugería cuentos o sensaciones, me recordaba sueños o planes, personajes, paisajes remotos, libros que leí hace mucho, fábulas y cuadros. Entonces comencé a construir todo eso. La posibilidad de añadir ruidos, voz y música me abrió un mundo fascinante de creación. Y en eso estoy. Edito muchos vídeos. No los difundo.

"Cuando me jubilé, hace seis años, mis compañeros de trabajo me regalaron una cámara de vídeo: el juguete más maravilloso que he tenido"

Pero, hombre, ¡cuántas vidas secretas tiene usted!

Los ve mi mujer y algunos se los paso a los amigos. Muchos constituyen un diario visual de la naturaleza: el paso de las estaciones, las texturas, las plantas y las rocas, los insectos. Otros narran historias. Algunos son puramente surrealistas. Es un mundo delicioso. Todo es placentero: grabar las imágenes, buscar la música, editar el producto final, verlo. No tengo más pretensiones. 

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