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Pensadores eternos: una entrada al sentido

Víctor Gómez Pin estudia y publica 'El honor de los filósofos' (Acantilado), un volumen donde reúne a 64 autores de todos los tiempos

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Víctor Gómez Pin es el autor del deslumbrante 'El honor de los filósofos'.
Acantilado/Boomerang.

Entrar en un libro del que no se conoce la salida es la prueba habitual con la que el lector espera encontrarse. El encuentro con un libro que tiene en su proyecto, la definición de adversidad superada, lo dota de una atracción diáfana. Ni siquiera se sabe si es superada, porque lo que es manifiesto, es que ha sido planteada; y el plantarse frente a la adversidad es el estigma de las personas que aparecen en el libro.

De la mano del catedrático emérito de la Universidad Autónoma de Barcelona, Víctor Gómez Pin, el entrar en ‘El honor de los filósofos’ es conocer los flecos que faltasen a un amante de la filosofía. Es abrir ventanas a nombres conocidos algo más que de oídas. Y es, sin duda, el poder ubicar aquellos pensamientos dudosos que alguien podía pensar que no se habían planteado nunca en la historia. Es precisamente la tesis de este volumen, el demostrar que el arrojo bien dirigido –acompañado por, en griego, la andreia (entereza para encajar) por estandarte–, es lo que evita caer en el fobo (miedo). Muestra pequeña de lo que este trabajo del autor podría redefinirse como ‘Vida, obra y pensamiento de los que no se dieron por vencidos por la sinrazón’.

Muestra pequeña de lo que este trabajo del autor podría redefinirse como ‘Vida, obra y pensamiento de los que no se dieron por vencidos por la sinrazón’.

Y el elenco es tan largo que solo con nombrar a Plinio el Viejo, Miguel Servet, Baruch Spinoza, Descartes o Simone Weil, uno se pone en antecedentes sobre lo que el pensamiento estático intentó doblegar. Acierta a ubicar con sencillez un ‘Dramatis Personae’. Son 64 personas hechas personajes con rigor y empatía. Será difícil que alguien no aprenda algo de todos y cada uno de ellos porque Gómez Pin ha rebuscado en amplios años para dar luz a su proyecto. El que desde ya podrá manejar cualquier profesor de filosofía, que aún quedan, al margen de la ironía.

Si hoy seguimos hablando de estos apellidos, es por la resiliencia que no perdieron, se aprecia en una pandemia, y que son endémicos de la naturaleza humana. Es decir, del triunfo muchas veces vilipendiado de lo que es fruto y no ruido. Gómez Pin agavilla personalidades que muestran que siempre hay un posible hilo con el que subsanar la atrocidad del terco. Imborrable el capítulo dedicado a Miguel Servet. Su doble muerte, como reza la placa que lo recuerda en Annnemasse, a cuatro kilómetros de Ginebra pero en territorio francés. "Quemado en efigie en Vienne por la inquisición católica el 17 de junio de 1553 y quemado vivo en Ginebra el 27 de octubre de 1553 a instigación de Calvino". Gómez Pin relata los imposibles encontronazos con Calvino y el lector recordará aquella joya de Stefan Zweig, ‘Castellio contra Calvino’. Muy parejo a lo que en el epílogo el autor titula, ‘Qué mueve a repudiar el pensamiento’.

"Quemado en efigie en Vienne por la inquisición católica el 17 de junio de 1553 y quemado vivo en Ginebra el 27 de octubre de 1553 a instigación de Calvino".

Saber lo que redime a Boecio. O la devastación en Turín de Nietzsche tras abrazar al caballo sufriente. Lo que toca de forma tan sutil el director húngaro Béla Tarr en la película ‘Un caballo en Turín’. El recorrido vital de Walter Benjamin durante la Segunda Guerra Mundial antes de morir en la frontera con España. O cómo la devastación moral y más profunda si cabe que la vital de esos años, provocó la elevación artística del compositor francés Olivier Messien tras su prisión en Pomerania.

Una de las partes más deliciosas, ironías al margen, es la primera de las ocho partes. La que titula con verdadero ingenio, ‘Ingratitud y Repudio’. Verdadero lema inconsciente de muchos denominados humanos, siguen las ironías al margen; donde, por ejemplo, se habla de la de Aristóteles en Atenas. Y al césar lo que es del césar. Gómez Pin trabaja sobre mucho de lo hecho por grandes hombres, pero no olvida que lo publica Acantilado; y así, con gran habilidad, introduce el nombre de Marcel Proust. Y sí, lo consigue; dice algo más, y bien nutritivo sobre el autor francés.

Al hablar de un escritor pilar, demuestra su amplitud de interpretaciones sobre el esfuerzo humano. La habitación acorchada de Proust hace de perfecta metáfora de lo que necesitan los que no cejaron en lo pensado con acierto. Que el ruido de lo intransigente no los doblegaría.

Cita con buen olfato frases como: "Cada momento de esa fatal noche había sido parte de una tortura urdida con premeditación: la de la Esperanza", que pertenece al relato del poeta francés Auguste Villiers de l’Isle-Adam que se titula ‘La tortura por la esperanza’ donde la acción se sitúa en Zaragoza. Como muestra en forma de guinda, la destilación de Baruch Spinoza, no esclaviza la necesidad sino la arbitrariedad. No la tendrá quien lea este libro sin par.

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