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David Trueba: "Aragón siempre ha sido una potencia cultural alucinante"

El creador, que está a punto de estrenar una nueva película, fue ayer el protagonista de la velada literaria que se celebró en Zaragoza.

David Trueba, ayer en los Depósitos de Pignatelli.
David Trueba, ayer en los Depósitos de Pignatelli.
Oliver Duch

¿Cómo está viviendo y le está afectando este meteorito llamado coronavirus?

Como todos, la gran curiosidad por ver cómo salimos de esta se une a la prudencia con respecto a la gente de gran riesgo que tienes cerca. Ya apenas hacía viajes fuera de España, pero me gustaba mucho visitar las provincias y tener contacto real con la gente, así que con precauciones voy viendo a los amigos de Madrid y pronto de otros lugares.

¿Va a ser el mundo de la cultura uno de los más duramente golpeados y afectados?

Sin duda. Sobre todo su independencia, que requiere la participación ciudadana y la cercanía a la calle. Por mucho que se desarrolle la cultura digital, es un oxímoron en sí mismo. La cultura es cuerpo entero. Sin contacto humano no puede haber cultura. Necesitamos completarlo con el directo, la sala, la presencia social y el encuentro cara a cara.

¿Qué sentimientos le despierta el hecho de ver tantos cines cerrados y tan pocos estrenos?

Tengo la sensación, triste, de que para los que toman las grandes decisiones la cultura no existe. Pasa como en las campañas electorales, es algo que apenas se menciona, pese a su potencia económica y laboral. Los lobbies de interés económico funcionan con enorme habilidad, así que la cultura va a tener que reivindicarse por sí sola. Quizá de entre todas las formas posibles, el libro ha demostrado ser el más resistente. La intimidad que requiere la lectura ha sido potenciada por el aislamiento. El libro, como lleva sucediendo desde hace 500 años, ha vuelto a demostrar que es junto a la canción, la forma artística más sólida.

Ayer ofreció una charla en los Depósitos del Pignatelli. ¿Qué lugar ocupan Zaragoza y Aragón en su mapa vital-sentimental?

Para mí es muy importante que esta ciudad sea una de mis primeras salidas. Me he negado en rotundo a participar en entrevistas y coloquios a través de pantallas de ordenador. No las desprecio, pero son otra cosa. No he aparecido porque no lo consideraba fiel a mi idea de una charla. Para mí una charla es llenar un espacio físico de confianza y expresión. En Zaragoza tengo una familia hecha de amigos a los que por desgracia no voy a poder ver de golpe y juntos. Así que iremos volviendo para recuperar con todos ellos la alegría de convivir.

¿Cuándo y cómo se le inoculó el veneno de la literatura?

Yo fui antes que nada un narrador oral. Como no fui al colegio hasta bien tarde y era el pequeño de ocho hermanos, en mi casa servía de contador oficial de noticias. Yo les ponía al corriente de lo que había sucedido cuando regresaban del colegio y les contaba los sucesos del mercado, las anécdotas de calle y las historias que mi madre atesoraba y me contaba en esas largas horas de convivencia. Cuando descubrí que eso era literatura, ya era mucho mayor. Contar, ya formaba parte de mi vida. Aprender a escribir significó prolongar ese ejercicio. Luego ha resultado ser mi modo de vivir.

¿Recuerda el primer libro que leyó? ¿Han sido esas lecturas infantiles cruciales en su desarrollo posterior?

Recuerdo leer antes de saber leer. Casi en simulación, a través de viñetas. Y luego, un libro infantil que se llama ‘Tristán Encoge’. Que habla de un niño al que nadie hace caso y por eso encoge. Es decir, un libro autobiográfico para mí ya entonces. Una reivindicación social. Literatura comprometida de primer orden.

¿Qué obras le han marcado de adulto?

Durante el confinamiento volví a leer algunas de las más significativas en mi vida. ‘Crimen y castigo’, ‘Oblomov’, ‘El rojo y el negro’, ‘El rey Lear’, ‘Las tres hermanas’. Pero si soy sincero, aún encuentro piezas fundamentales entre los miles de libros sin leer. Ahora diría que novelas como ‘My Antonia’, ‘La plaça del Diamant’, ‘Middlemarch’ o ‘La Habana para un infante difunto’ han significado casi experiencias vitales al leerlas. Forman parte de ti.

¿Qué opinión le merece el buen momento que está viviendo la escena literaria aragonesa, con nombres como Manuel Vilas, Sergio del Molino, Irene Vallejo, Ignacio Martínez de Pisón…?

Aragón siempre ha sido una potencia cultural alucinante. No se puede concebir España sin Goya ni Buñuel. Pisón es ya un clásico de nuestra literatura, un escritor tan humilde como rotundo. A Vilas, Sergio e Irene los conozco y los admiro. Ismael Grasa, Rodolfo Notivol, Daniel Gascón, Antón Castro, Miguel Mena, Cristina Grande, Mariano Gistaín... Aragón aún es un sitio con espacio por rellenar, cargado de historia, con ancianos que son grandes contadores de su tiempo. Tierra de emigración y de aislamiento, los dos grandes motores del espíritu narrativo. Pero España en general es una potencia cultural y artística que pese al abandono por parte del poder y del dinero ha sabido sacar la cabeza con dignidad y presencia mundial. Es un ejemplo que remite a la literatura judía, que supo ser inmortal sin tener estado.

Su último lanzamiento, ‘El río baja sucio’, es una novela de iniciación, una invitación a los jóvenes para que se acerquen a la literatura. ¿Cree que las nuevas generaciones, entre tanta red social y otras distracciones, encontrarán el camino de la lectura y la reflexión?

Los chicos de hoy se darán cuenta dentro de muy poco del engaño especulativo en el que los han metido. Como sus padres se dieron cuenta del engaño que se hizo con ellos el desarrollismo y la burbuja en el mercado hipotecario. El negocio siempre secuestra la atención de la gente. Pero la gente, cuando avanza por la vida, se va dando cuenta de lo que le hace feliz, lo que le hace mejor y lo que le hace más rico, de verdad. Y el que no se de cuenta, peor para él. Tirará a la basura el único ahorro que tiene valor: el tiempo de vida.

El próximo agosto estrenará en el festival de Málaga su nueva película, ‘A este otro lado del mundo’. ¿Qué puede avanzar sobre este filme?

Pertenece a mis películas pequeñas, modestas y afiladas. Espero que guste en Málaga y a partir de ahí la pueda presentar en algunas ciudades españolas si me invitan a hacerlo. La rodé en Melilla, que es otro de esos territorios muy desconocidos de nuestro país. En lo que respecta al cine soy una persona muy ambiciosa, siempre puse en primer lugar de importancia hablar de lo que yo quiero y como yo quiero. El éxito y el dinero los coloco mucho después en mi lista de prioridades.

El protagonista es el oscense Vito Sanz. ¿Qué le convenció para entregarle esta responsabilidad?

Es un actor fantástico, que tiene una ternura dentro que es imposible de fingir. Interpreta a un ingeniero solo y perdido en Melilla. En la película comparte protagonismo con Anna Alarcón, que es una fiera. Los dos me hicieron la vida tan fácil. Rodamos con tanta complicidad que me encantaría repetir con ellos de manera inmediata. Lo que pasa es que los personajes mandan, exigen un actor u otro, y ahí el director tiene poco que decir.

También cuenta con ilustraciones del zaragozano Óscar Sanmartín, con el que ya ha trabajado en anteriores títulos.

Hizo el cartel del documental sobre Chicho Sánchez Ferlosio, ‘Si me borrara el viento lo que yo canto’. Y es un mago. Sus portadas de ‘El niño gusano’ son míticas. Estoy pensando que hablamos de talento aragonés y cometemos un error. La gente que estamos nombrando es talento universal. Lo siento, pese a mi cariño por los pueblos de España, no creo en las fronteras. Y menos ahora, en tiempo de fronteras brutales y barreras físicas levantadas contra enfermedades volátiles, infecciones que van por el aire. La estupidez humana no tiene límite. De eso trata precisamente ‘A este lado del mundo’.

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