fotografía.

Adiós, amigo. En la muerte del fotógrafo Vicente Almazán

El autor cuenta el último encuentro con el creador de 'Mis adarmes'., que, en realidad, fue una visita de despedida

En la muerte de Vicente Almazán.
Juan Royo, especilista en cómics, y Vicente Almazán, en 2014.
Cortesía Juan Royo.

Vino a verme. Vino para despedirse. Había perdido muchos kilos y al verlo sentí una pena enorme, que le oculté cuando nunca le había escondido nada. Aquella mañana me habló de su infancia, de los viaductos de la enfermedad, de que le obsesionaba no ser una carga para los suyos. Y me dijo que su memoria se había convertido en un refugio.

Era mi amigo y un gran tipo. Y Zaragoza la conocía a la perfección. Y en algunos paseos que dábamos juntos observé cómo captaba lo que otros no vemos: el instante en una calle, la sombra enigmática de un edificio, la fuerza de la cruz como símbolo gráfico, un cartelón junto a grafitos o las huellas de Julio Verne y de Luis Buñuel. Recuerdo ahora fotografías suyas de escritores como Miguel Mena –hay una que se ha repetido en la solapa de varios de sus libros- , Jesús Marchamalo –con sombrero y cruzando una calle-, Antón Castro –mostrando a un seductor-, Javier Tomeo –de boxeador que sabe fajar- o José Luis Melero –al que le hizo una junto a mí, llevando los dos unos puñales de plástico que Vicente había comprado. Todas son espléndidas. Y recuerdo otra del pintor Jorge Gay con una barra de pan. O una de las últimas, que le hizo a Pepe Cerdá en su estudio. Aquella mañana que vino a despedirse no había ningún laberinto en sus ojos, aunque ya eran el área de descanso que tienen las grandes autopistas.

En la muerte de Vicente Almazán.
Jorge Gay, retratado por Vicente Almazán.
Vicente Almazán.

Ha muerto Vicente Almazán y no verlo más me causa mucha tristeza. Y ya no habrá nuevas fotos en su blog (Mis adarmes), una excelente crónica hecha sobre Zaragoza durante varios años. Ya no le podré mandar esas postales que siempre le enviaba, como aquella que le escribí dentro de un avión al que había subido en Chicago. Ya no podré tomar un café con él mientras la vida nos espía y hace sus informes. Tampoco escucharé, cómo me duele, su conciencia limpia.

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