literatura. cuentos contra el virus

'El Olimpo en cuarentena', un relato de Miguel Carcasona

El autor de 'Hannibaal' propone un juego entre el virus, los mitos, Sillicon Valley y las nuevas tecnologías en clave irónica o paródica

Miguel Carcasona. Cuentos contra el virus.
Miguel Carcasona lleva su cuento a un territorio mestizo.
Víctor Meneses.

El virus también se contagia entre los dioses del Olimpo y nos confina en nuestras mansiones de cristal, provocando reacciones tan variadas como los rostros que encarnamos en nuestro trato con los humanos.

Cada día, a las cinco en punto de la tarde, Poseidón sale a la terraza con una discomóvil y nos ameniza con esas canciones que se cantan en los karaokes. Fastidia muchas siestas aunque Cronos, su vecino de abajo, es el único que le grita: "¡Que no quiero oírlas!". Al principio, finalizaba con el ‘Himno a la alegría’. Ahora, con ‘Un beso y una flor’. Todas las rutinas aburren, pero él no falta a su deber autoimpuesto. Tardará mucho en nacer, si es que nace, una deidad tan cansa.

En Silicon Valley andan eufóricos: la vida virtual ha sustituido a la real. Los dioses, salvo excepciones, somos poco de leer y mucho de audiovisual. Por las mañanas conecto el canal del ‘youtuber’ Herakles. Emite un especial, en abierto, con doce trabajos de bricolaje para conseguir la casa perfecta.

Al mediodía, Hades abandona las cloacas y pasea con el can Cerbero. El resto del tiempo lo pasa echando mierda contra Zeus en los grupos de Whatsapp. Tiene tal obsesión por instaurar en el trono la podredumbre de su inframundo que nos abruma con una catarata de mensajes, llenos de insultos y manipulaciones de la realidad. Ha contratado a la Hidra para replicarlos, de modo que, por cada uno eliminado, aparecen ocho en la pantalla. Los grupos de 'whatsapp' agobian un poco, la verdad. Hay dioses que no paran de enviar chistes o vídeos. Algunos son divertidos, pero a la tercera recepción los borras sin mirarlos. La guinda son los agradecimientos por una acción positiva. Así, si las Musas deciden, por una vez, hacer algo práctico y ofrecen su ayuda a los ancianos, cien mensajes con emoticonos de aplausos y corazoncitos invaden el móvil. Si envías el ciento uno, piensas en la cara de hastío de los demás, y si guardas silencio, que te tomarán por misántropo.

Apolo y Afrodita, la pareja de arriba, han duplicado la frecuencia de sus polvos semanales. Cuando no follan, ven series de Netflix y mantienen la forma en su gimnasio casero. Afrodita baja a comprar en el Mercadona los martes y los viernes. A veces, salgo cuando pasa y me hago el encontradizo. La saludo con una sonrisa y ella contesta un "hola" difuso tras la mascarilla. Desciendo las escaleras detrás suyo. No existe diosa a la que le sienten mejor los vaqueros que a Afrodita.

Los dioses somos gente responsable, aunque gilipollas hay en todas partes. Una patrulla de policía, con Atenea al mando, ha entrado en la morada de Dioniso. Saltándose el aislamiento, montaba fiestas clandestinas con ménades y sátiros. Le va a caer un multazo, pero a esta cabra loca todo le importa un bledo.

Al atardecer, Zeus comparece en la azotea para dar el parte diario. Lo escoltan Asclepio y Ares. A Asclepio se lo ve cabizbajo. Es un científico acostumbrado a trabajar con la realidad y no un vendedor de humo. Suelta un maremágnum de cifras que atoran los cerebros y, al final, nos dejan una sensación de zozobra. Tras él toma la palabra Ares, en uniforme de campaña. No menciona cifras ni planes concretos, pero con voz firme habla de enemigos y victorias, mientras elogia la labor de sus soldados. Cuando calla, a las ocho, Zeus pide que salgamos a los balcones para aplaudir a quienes atienden a los enfermos. "¡Esos héroes!", apostilla Ares. No sólo los aplausos de Zeus atronan; todos entrechocamos febriles las manos, como pobres mortales que atraviesan un túnel y, en plena oscuridad, intentan ahuyentar el pánico.

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