Literatura. cuentos contra el virus / 15 

'Tres gestos por la inquietud', tres microrrelatos de José Verón Gormaz

El Premio de las Letras Aragonesas bilbilitano compone tres piezas marcadas por la melancolía

José Verón Gormaz. Cuentos contra el virus / 15
Tres piezas melancólicas de José Verón Gormaz.
Víctor Meneses.

1. Melancolía

La luz difusa de la ventana le parecía escasa al pensativo Rolando. Miró hacia el interior, movido por una sensación de insatisfacción inconcreta, y fijó la mirada en la estantería de los libros, aunque no deseaba dedicar a la lectura los próximos instantes. Se sentía invadido por otro ser que, sin obligarle al abandono de la personalidad propia, le impulsaba hacia la nostalgia, esos sentimientos que aparecen de forma repentina y se esparcen por el espíritu de modo inevitable.

Entre instantes imprecisos y brumas interiores, la percepción de Rolando se colmaba de rasgos humanos pertenecientes a las personas más queridas, tanto de las que compartían su existencia como de las que ya se había llevado el tiempo. Los rasgos aparecían y desaparecían, dejaban su carga sentimental y, sin aviso ni causa evidente, cesaban y se transformaban en una ligera niebla que preludiaba un vacío doloroso.

El silencio exterior era imperfecto, contaminado por algunos ruidos lejanos e inconcretos que sonaban de forma intermitente. Muy distinto se mostraba el silencio interior, cada vez más intenso, más crudo, más doloroso.

Quedó Rolando a merced de la melancolía, poseído por una vaga tristeza, a punto de hablar con el silencio, porque el silencio siempre nos escucha.

Caminó hacia la ventana y miró a la lejanía. Sintió que la nostalgia estaba dentro de él, y que en las distancias lejanas se hallaba la libertad, tan anhelada y tan dispersa. Dio media vuelta, se dirigió hacia la entrada y abrió la puerta: nada. Solo un vacío inexpresivo y deprimente que en el silencio hallaba un aliado esencial. Cerró la puerta, y la angustia se tornó más íntima. A pesar de ello, miró intensamente a la ventana y su menguada luz, y por ella sintió algo parecido a la ternura . Pero su ánimo seguía malherido y no lograba protegerse de las nieblas invasoras. Por fin, sin más oposición, Rolando se rindió definitivamente a la nostalgia.

2. El dolor más profundo

Ayer encontré a Bladio con síntomas de estar moralmente destrozado. Sus ojos reflejaban los restos de un llanto largo y hondo, y sus palabras permanecían en el amargo vacío de la ausencia. Traté de conocer los motivos de tanto dolor. ¿El terremoto de Pernia, con un elevado número de victimas? ¿Los naufragios mediterráneos de las pateras? ¿El terrible incendio del imponente rascacielos? ¿La pésima situación de la economía de su hogar? ¿Alguna desgracia personal que Bladio deseaba ocultar?

Mis indagaciones me condujeron a una sucesión de fracasos y a un cúmulo de dudas y sospechas, hasta que la casualidad destapó el motivo de los sufrimientos que torturaban cruelmente el espíritu de Bladio, puesto que su equipo de fútbol preferido había sufrido una humillante derrota. Esa era la causa del dolor tan profundo de Bladio. Lo demás no importaba para él

3. David, el silencioso

Habitante de los claros espacios ciudadanos, David Reniebla tenía la mala costumbre de callar. Cuando le instaban a elegir entre dos opciones posibles, él manifestaba su elección con un gesto afirmativo o negativo de la cabeza, o bien encogiéndose de hombros cuando predominaba la duda. Solo en muy contadas ocasiones dejaba libre su escondida voz para que expresara algo, fuere lo que fuere, con muy escasa frecuencia y con muy pocas palabras.

Las reuniones familiares solía solventarlas con gestos y silencio, y rara, muy rara vez, se sentía obligado a expresarse con palabras, aunque en estos casos excepcionales se limitaba a decir lo imprescindible para volver seguidamente a su costumbre: callar. Defecto o virtud, el silencio le había proporcionado la fama de ser una persona reflexiva por naturaleza.

David Reniebla vivía su monótona vida, sin compromisos, parco en celebraciones sociales. Jamás asistió a una verdadera tertulia, y su presencia era motivo de miradas al cruce, aunque con cierto respeto a su silencio.

En cierta oportunidad, desastrosa ocasión, David fue solicitado por el juzgado para declarar como testigo fundamental de un oscuro suceso. Pero él, siguiendo su costumbre, escasamente respondía alguna vez con gestos, con movimientos de cabeza o encogiéndose de hombros en una importante cuestión, algo que él debía aclarar con sus palabras y no con su costumbre de callar. Fue su ruina.

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