Notas costumbristas (30)

Don Juan Moneva

En sus memorias de prosa arcaizante se refleja su arrolladora personalidad y su carácter provocativo.  

Juan Moneva
Juan Moneva
Heraldo.es

Estos días he releído las memorias de Moneva. Me gusta hacerlo de vez en cuando, quizá porque me atraen su prosa arcaizante y la arrolladora personalidad de su autor. También su carácter cáustico y provocativo (un poco a lo Foxá, cuando con motivo del estreno de la comedia de Benavente 'Una señora' escribió aquello de: “Don Jacinto Benavente / ha estrenado “Una señora”, / y es lo que dice la gente: / ¡ya era hora, ya era hora!”), que no es fruto de la impostura sino actitud natural en quien siempre dijo lo que le vino en gana: lo mismo al rector Calamita (cuando lo llamó “imbécil” porque iba sin báculo o bastón), que al doctor Royo Villanova (cuando le espetó, tras un enfrentamiento entre ambos, el ya legendario “pega, pero no recetes”, del que siempre se habló en Zaragoza aunque Moneva lo negara poco antes de morir); lo mismo cuando denunció ante el Presidente de la Audiencia en julio de 1936 los asesinatos cometidos por la represión, lo que supuso que el gobernador solicitara su expulsión de la cátedra, que cuando tras leer los versos del poeta caspolino Miguel Agustín Príncipe (que fue Teniente Fiscal de la Audiencia de Madrid, aunque Moneva lo creyó juez) escribió sobre él que “atendidas todas sus obras literarias quiero suponerlo mejor juez que poeta”. Aragonesista cabal, “desde que tuve uso de razón” escribió en sus memorias, retiró el saludo a un convecino que le había recordado que no era aragonés (sólo porque había nacido accidentalmente en la localidad vallisoletana de Venta de Pollos, donde su padre estaba destinado como jefe de estación, olvidando que aragoneses eran todos sus ascendientes y que su abuela Catalina era nieta de Josef de la Era, el carpintero héroe de los Sitios) y a él se le ha atribuido siempre aquella célebre frase de que su mayor deseo hubiera sido convertirse un día en carabinero en la frontera de Ariza. Sólo empañan estas memorias el olor a sacristía, la sotanofilia desmedida y el que no podamos evitar imaginarlo siempre ejerciendo de ceroferario. 

(Consulte aquí todas las Notas costumbristas publicadas por José Luis Melero)

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