Ella ha dejado de ser ella. Bueno, por dentro aún lo es. Su alma se mantiene intacta, pero la envoltura que la recubre, su cuerpo físico, se ha convertido en zona de guerra: solo hay escombros, nada funciona. Los bombardeos diarios de esta maldita enfermedad, deterioran inexorables los restos que quedan vivos. Su enemigo usa armas de destrucción masiva.

Yo, vencido, la miro con inmensa ternura y envidio su entereza. De forma indirecta, también soy víctima de los proyectiles que la asedian, soy un daño colateral.

Este último año, las batallas se han sucedido con frecuencia creciente. Me hizo prometer hace tiempo, cuando aún le quedaban algunas tropas de asalto, que yo levantaría la bandera blanca si llegado el momento de capitular ella no podía enarbolarla. A pesar de saber que era un cobarde, contó conmigo.

Ella, capitana de sus propias voluntades, ha decidido rendirse hoy; usando su albedrío como única arma y a mí como instrumento necesario, se ha entregado. Y liberado.

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