Cuando José Ángel y las dos jóvenes están llegando a la zona de bandejas del bufé, se produce un corte en el vídeo. En la siguiente escena ellas no están y se ve a José Ángel con un bolso mochilero, caminando entre las mesas del comedor. Al momento, un camarero veterano y corpulento le corta el paso y le pregunta, alzando la voz, que dónde cree que va el señor con todas esas croquetas. José Ángel, como si lo esperara, abre el morral y extrae de su interior una gran fiambrera redonda de plástico.

A continuación, un anciano comensal exclama que ya es hora de pararles los pies a los caraduras que se llevan la comida del bufé a las habitaciones. Según explica, este abuso genera un sobrecoste que se traslada al precio del menú. Y luego pagamos más los justos que los pecadores. En medio del silencio que esta instructiva denuncia ha producido en la sala, José Ángel agacha la cabeza y, juntando las manos en posición de súplica, agradece al anciano su admonición, pide perdón al camarero, por si este, dice José Ángel, hubiese percibido en su acción el menor menoscabo de su dignidad, y se excusa también con el público, aclarando que ignoraba el sobreprecio a que su comportamiento daba lugar, así como que fuera un crimen de la restauración y de la hospedería llevar alimentos del bufé a los aposentos. Jamás, promete José Ángel, volverá a suceder.

Seguidamente, José Ángel le dice privadamente al camarero su nombre y le pregunta por el suyo. El camarero responde que se llama Julián y José Ángel le comenta que qué nombre tan curioso, que si es común en esta época. Tras otro corte en la grabación, la plática tiene lugar en una cocina en la que solo están ambos hombres. Es allí donde José Ángel se presenta como un viajero del tiempo llegado de un futuro en el que la croqueta es un bien del que solo se tiene noticia por la Historia cultural, disciplina de la que José Ángel afirma haber sido profesor asociado universitario en el futuro. Julián está molesto. Continuará.

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