El escritor murió a los 80 años

Tomeo volvió a su tierra mítica de Quicena

Más de un centenar de personajes y amplia representación institucional acompañaron al escritor en su último viaje.

La despedida de Tomeo
La despedida de Tomeo
R.G.

Nada fue vulgar o predecible ni en la vida ni en la obra de Javier Tomeo (Quicena, Huesca, 1932-Barcelona, 2013). Tampoco en su despedida. Hasta el último instante no se supo con certeza que el escritor de 'El castillo de la carta cifrada' o 'El crimen del cine Oriente' retornaría a la tierra mítica de su origen, de su infancia y primera juventud en esos años convulsos de la II República, la Guerra Civil y la posguerra. Ayer por la tarde, a las 17.30, comenzó una ceremonia simbólica y emocionante a favor de la cual ha trabajado mucha gente: instituciones, familiares, amigos y el azar. Aragón es tierra de milagros: la gente se entiende, negocia, se explica, intercambia sueños.


El alcalde de Quicena Israel Cortés se dirigió a la gente, más de un centenar de personas, y explicó qué importante era ese día para la localidad. Los restos de Tomeo regresaban a casa y se quedaban ahí, bajo la umbría, mirando hacia la silueta del castillo de Montearagón. La estampa es realmente hermosa, y de noche, con el plenilunio, lo será mucho más. La tumba de un escritor siempre mueve a la fantasía. Empezaron a sonar los primeros acordes de violín y violonchelo de Marta Lafarga y María Castel, del Cuarteto Sibelius. Luis Alegre recordó la vinculación íntima y profunda del escritor con Quicena, señaló que “Quicena era su magdalena de Proust” y cómo, en un futuro, Quicena será universal por la ser la cuna del escritor, como lo son Fuendetodos por ser la de Goya, Calanda por ser la de Buñuel, ambos tan vinculados con el autor de 'Amado monstruo'.


Alegre, entre otras cosas, dijo que el regreso de Javier Tomeo a Aragón era un hecho de valor cultural, histórico, sociológico y sentimental. Cristina Grande compartió muchos viajes con Tomeo. Con él y con Félix Romeo. Leyó un fragmento de 'El canto de las tortugas', que tenía mucho que ver con la ceremonia que se estaba viviendo: el regreso de un hombre a su pueblo.


Ismael Grasa, que fue la primera persona en pensar que sería hermoso y simbólico el retorno de los restos de Tomeo a Aragón, recordó una entrevista con el escritor que publicó en 'Rolde', y leyó algunos fragmentos vinculados con su infancia, con La Cobertera. Y leyó un fragmento del microrrelato 'La ballena azul'. Diría luego que “estaba emocionado e impresionado por la eficacia y el entusiasmo de las instituciones”.


Y luego, tras las últimas palabras, se inició ese instante entre grave y teatral, casi sobrecogedor: se colocó el féretro en la fosa y se cubrió a paletadas. Dentro quedaron algunas flores. Tomeo, ante tanta expectación, habría hecho mutis por el foro. Atentas a la ceremonias, y sin ningún afán de protagonismo (y lo han tenido por su generosidad, por su empleo y por su “complicidad”, como recordó Luis Alegre) estuvieron las autoridades: Dolores Serrat y Humberto Vadillo del Gobierno de Aragón; Antonio Cosculluela de la Diputación de Huesca; Jerónimo Blasco y Juan José Vázquez del Ayuntamiento de Zaragoza; el alcalde de Quicena Israel Cortés; la diputada Mariví Broto. Y algunos técnicos siempre comprometidos como Luis Lles o Juanjo Javierre. Otro nombre clave en las gestiones, desde la diputación oscense, fue Miguel Gracia.


Hubo mucha gente: allegados, familiares y amigos de Quicena, Huesca, Barcelona y Zaragoza. Estuvieron, entre otros, tres de sus editores: Juan Casamayor (Páginas de Espuma), Chusé Aragüés (Prames) y Enric Cucurella; escritores como Ramón Acín (que le dedicó su tesis doctoral), Daniel Gascón, Rodolfo Notivol, Carlos Castán, José Luis Melero, Eva Puyó, Ángela Labordeta, José Luis Acín, Miguel Ángel Yusta; profesores como José Domingo Dueñas, Eloy Fernández Clemente, Fernando Alvira Banzo, José María Adé y Antonio Pérez Lasheras; estudiosos como Vicente Martínez Tejero; libreros como Chema Aniés, Eva Cosculluela y Rafael Artal; cinéfilos como José María 'Cuchi' Gómez; médicos como Ángel Artal Burriel; ilustradores como Chema Lera; Manuel Val, experto en arte, y el alcalde de Alcaine, de donde procedía el padre de Javier Tomeo; Pep Armengol, uno de los mejores amigos de Tomeo, o Ramón Justes y su mujer Teresa, de Enate.


La lista es mucho más extensa y abarca, por supuesto, a sus familiares, del pueblo, de Huesca o de Zaragoza. Una de las sobrinas, Begoña Margalejos, pidió disculpas por si en algún instante se habían visto superadas por la dimensión del acontecimiento, expresó su gratitud y exclamó: "Tomeo es para siempre cierzo y tramontana, roca y arena, gesto y palabra. Aragón y el universo". Bella despedida para una ceremonia medida y emocionante. Tomeo, si se despierta alguna noche como sus inquietantes personajes, no dará crédito a sus ojos. Reposa en las sombras de la eternidad ante el castillo de Montearagón.