Ana Bruned: "Maquillar es dar momentos de felicidad, aunque sea efímera"

"Cuando yo tenía 14 años mi padre empezó a hacer crac, y yo quería trabajar y retirarle".

Ana Bruned: "Maquillar es dar momentos de felicidad, aunque sea efímera"
Ana Bruned: "Maquillar es dar momentos de felicidad, aunque sea efímera"
José Miguel Marco

Su padre quería que estudiara Derecho y que se hiciera fiscal, pero ya desde niña Ana Bruned (Jaca, 1963) era un espíritu inquieto que, cuando su madre le castigaba cara a la pared, la llenaba de dibujos. Ana empezó Derecho, suspendió todo y logró que le dejaran ir a la Escuela de Artes en Zaragoza y después a Madrid a hacer caracterización, y comenzar así una vida profesional que le ha llevado a ser una de las mejores maquilladoras, bregada en el mundo del cine, la televisión y la publicidad.

Premio Simón y premio en el festival de Fuentes de Ebro, reivindica una profesión banalizada "en la que, además, como sucede con otras como modista o cocinera, quienes más destacan son los hombres en un mundo muy femenino. Ya sólo la diferencia semántica presupone un escalón superior: cocinero, modisto...".

Muy simpática, vital y de fina ironía, habla de sus padres con devoción y cuenta que su padre le reñía "porque era muy curiosa y preguntona". Adora el mar y se dice una privilegiada porque tiene la oportunidad de conocer a gente "sabia, culta, como Antón Castro y Julio Llamazares, con los que acabo de trabajar y con los que me quedaba embobada escuchándoles".

Qué es para usted maquillar.

A mi gustaría tener camuflada una GoPro para grabar a la gente, porque, para empezar, me acerco mucho físicamente y es algo que no le consientes a un desconocido, y lo que se produce es una conexión personal. Te cuentan cosas, hablan de su vida. También depende de qué tipo de maquillaje haces, de televisión, teatro. Maquillar es proporcionar momentos de felicidad y lo veo en la cara de la gente, aunque sea una alegría efímera. Tengo un proyecto de hacer cursos de maquillaje desde la prevención, desde el momento que te diagnostican una enfermedad, como el cáncer, y prepararte para cuando se cae el pelo o tu rostro se desfigura.

Cuánto daño ha hecho internet con sus tutoriales.

Mucho. Yo doy clases, cursillos y me he formado para ello. Es quizá la actividad que más me gusta de mi trabajo, aunque últimamente es una tortura por culpa de internet, porque ahora vienen creyendo que lo saben todo y las técnicas son las que son, aunque les pongamos nombres en inglés y nos las diga el maquillador de las Kardarsian.

Es usted una de las pocas maquilladoras ‘free lance’ que tenemos en Aragón

Que vivo de ello, sí, que no tengo que recurrir a otras cosas. Es muy complicada esta profesión, pero lo es para cualquier autónomo porque es un trabajo muy inestable, no hay continuidad. Yo no puedo quejarme porque llevo 33 años en esto y nunca me ha faltado trabajo, aunque haya tenido mis temporadas. Los autónomos tenemos que pagar siempre, aunque no tengas trabajo, aunque no factures, y tienes que mantener toda tu estructura, pagar tu casa, comer.

Tiene una larga trayectoria

Empecé a estudiar, hice un año de Derecho por obligación, por mi padre, porque yo lo que quería era hacer Bellas Artes y no me dejó. No aprobé ni una de Derecho, me apunté en la Escuela de Artes que estaba en la Plaza de los Sitios y no sé por qué mi padre acabó dejándome ir a Madrid a hacer un curso de caracterización.

En Madrid trabajó mucho.

Tuve suerte porque el día que fui a apuntarme a la escuela Estudio 24 que la llevaba Juan Pedro Hernández, caracterizador de televisión y entonces, en 1986, el maquillador de Almodóvar, de la Pantoja y las folclóricas, él mismo me recibió y me dio personalmente un curso intensivo. Me llevaba a todas partes, a todos sus trabajos, a la Semana de la Moda, al ¡estreno de Matador!, incluso a los particulares, a maquillar a personas de la alta sociedad madrileña. Me dio mi primer trabajo y fue entrar por la puerta grande, la película ‘Caín’, de Manuel Iborra. Me vi que no tenía ni idea de nada porque una cosa es maquillar y otra comportarte en un rodaje. No sabía cómo interpretar el guión, no me había organizado y no sé cómo no me echaron.

En esos años hizo mucho cine.

Sobre todo videoclips musicales, porque las discográficas invertían en ellos muchos dinero. Tengo experiencias tremendas, estamos hablando de Mecano, del primer trabajo de Penélope Cruz…

¿Por qué se vino a Zaragoza?

Porque somos algo catetos y se pensaba que si estabas en Madrid eras mejor que quienes estaban aquí, y no es cierto. Pero me empezó salir bastante trabajo y trabajar en Madrid no es tan agradable como parece, me fascinó cuando estaba estudiando, tenía tiempo libre, pero no lo es cuando te levantabas a las 5 de la mañana para llegar a un rodaje, estás todo el día fuera de tu casa y cuando llega el fin de semana no tienes ganas de nada.

Lleva toda la vida formándose.

He hecho muchos cursos y ahora acabo el grado superior de Producción Audiovisual. Me gusta estudiar, me gustaría ser rica para estudiar y viajar.

¿Qué le diría su padre, que le quería fiscal?

Mi padre jamás me dijo nada, nunca, sobre mi trabajo. Era alguien muy de sus cosas, su mesa, sus papeles, su música clásica, pero cuando murió, al desalojar su mesilla, tenía el cajón lleno de papeles sobre mi, programas de mano, recortes de prensa, se me hizo un nudo en la garganta, y aun hoy me cuesta recordarlo.

Nació usted en Jaca.

Sí, porque mi padre era secretario judicial, y por eso el tenía claro mi futuro: Derecho y Fiscalía.

Pero usted era un espíritu libre.

Vivimos en Jaca hasta mis 5 años y después fuimos a Pamplona donde estuve hasta los 17, una ciudad muy dura entonces y de la que nos fuimos porque mi padre estaba amenazado por todas partes, por ETA, para empezar, pero también le dijeron que sus hijas jamás entraríamos en la Universidad de Navarra. Cayó en una gran depresión y pidió traslado, le dieron Teruel, mi hermana y yo vinimos a Zaragoza y mi madre se fue junto a él.

Cómo llevo la enfermedad de su padre.

Muy, muy mal. A los 14 años fue cuando mi padre empezó a hacer crac y yo quería dejar de estudiar, presentarme a unas oposiciones a un banco y retirarle. Y así se lo dije a mi madre, que era una persona muy serena. Ella fue muy generosa, hizo un gran sacrificio, porque sabía que no podía arrastrarnos a Teruel, luego a Palma, no podía dejar solo a mi padre como estaba. Nos trató como adultas, nos dejó aquí y nos gestionamos la vida solas. Cuando faltó mi padre, mi madre se vino abajo, murió después. Fue muy duro, los tratamientos psiquiátricos no estaban avanzados y recuerdo esa época con mucho dolor. En Pamplona iba a un colegio religioso al que nunca me adapté, y cuando me llevaron al instituto en BUP volví a ser yo, a ser el petardo que era en mi casa.

Cuando vino a Zaragoza era entonces una ciudad muy distinta a Pamplona.

Venir aquí fue un castigo, y protesté mucho a mis padres, pero cuando llegué al instituto al Miguel Servet me encontré con gente que desde el primer momento se acercó a mí, amigas que aún mantengo. Ya nunca volvimos a vivir juntos como familia, porque en Palma le dieron a mi padre la incapacidad, y se fueron a vivir cerca del mar.

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