Me reivindico
El estudio de la estructura de las palabras tiene un indudable interés.
Hay gente para todo: albañiles, coreógrafos, médicos, fontaneros, sexadores de pollos, astronautas Uno, por suerte o por desgracia, es lingüista y, para más inri, morfólogo: estudio la estructura interna de las palabras, cómo se tejen y se destejen sus partes. ¿Interesante? ¡Lo juro! ¿Por qué, si queremos formar sustantivos a partir de los verbos mover y satisfacer, nos sale movimiento y satisfacción, y no movición ni satisfacimiento? ¿Por qué a una máquina que sirve para lavar los platos y los cubiertos la llamamos lavavajillas y a otra que sirve para lavar ropa la denominamos lavadora, en vez de llamar a la primera lavadora y a la segunda lavarropa(s) como, por cierto, se dice en algunos países hispanoamericanos? ¿Por qué si algo se hace mejor es que mejora pero si se hace peor es que empeora, y no aceptamos que un enfermo pueda enmejorar o peorar? ¿Por qué el re- de renacer significa volver a; el de rebonito, muy; y el de repollo no significa nada? ¿Por qué simpatiquillo tiene un valor apreciativo aportado por el sufijo pero ni los tornillos ni las mesillas nos conmueven afectivamente? ¿Por qué el vendedor es una persona, el exprimidor es un aparato y el comedor puede ser un lugar? ¿Quiere conocer las respuestas a estos porqués? Pues ¡anímese y hágase lingüista! Ya sabe: de esos que no sirven ni para arreglar la economía, ni para diseñar un puente, ni para llegar a la Luna. Como diría el loco: mal de muchos, oídos sordos.
David Serrano-Dolader es profesor de la Universidad de Zaragoza