Iotizar

Con este neologismo se designa la conexión de objetos y procesos mediante la ‘internet de las cosas’ (‘interner of things’, IOT). ‘Iotizar’ es un neologismo.

Conectarlo todo a internet es el próximo reto de la revolución tecnológica.
Conectarlo todo a internet es el próximo reto de la revolución tecnológica.
Guillermo Mestre

En más de una ocasión tropiezo con palabras que no conozco. Y son más las veces que necesito aclarar el significado de otras conocidas que se escabullen. En ambos casos, consulto en el diccionario de la RAE disponible en internet. Antes de la digitalización recurría al diccionario de María Moliner. Tenemos una reimpresión de la primera edición de 1975 que compró mi padre en 1976. Los dos tomos le costaron 2.800 pesetas. Siempre me impresionó la obra de esta aragonesa capaz de ordenar el uso del español en tiempos donde no existían las tecnologías digitales que facilitan la creación y gestión de bases de datos.

De la mano de mi padre descubrí el valor de las palabras. Cuando están en el diccionario cobran una vida distinta, solemne, se podría decir. Si están es que han sido reconocidas y forman parte del ‘hablar bien’. Esa era una preocupación propia de un entorno diglósico como el de mi infancia, donde el aragonés quedaba en un segundo plano respecto del español. Quizá por eso mi padre hizo muy buenas migas con mosén Andolz. Vino a casa unas cuantas veces cuando trabajaba en su diccionario del aragonés. A mí me tocó pasar a limpio la lista de palabras que mi padre iba recopilando, tanto de su memoria como de conversaciones cotidianas. Luego, o se las enviaba por carta o se las daba en mano a don Rafael.

Andolz siguió la senda abierta en Sabiñánigo por mosén José Pardo Asso y su ‘Nuevo diccionario etimológico aragonés’ de 1938. Este último fue un personaje excepcional a quien llegué guiado por Julio Gavín; él me encargó estudiar su vida y su obra en los noventa. Estos dos mosenes tenían la convicción de preservar ese patrimonio inmaterial que se desplegaba en el habla de las gentes de nuestra tierra. Y de esa convicción también era partícipe mi padre que, a medida que estudiaba Filología por la UNED, descubría más y más cosas sobre las formas de hablar de Anzánigo, su pueblo, y sus alrededores. Porque cuando él aprendió a escribir la grafía castellana no servía para decir ni ‘buxo’ ni ‘xarticar’ ni tantas otras voces de la vida diaria. Recuerdo cómo me hizo tomar conciencia de la singularidad de nuestra habla, de nuestra lengua. Sobre todo al contrastar con los diccionarios y las enciclopedias que iba comprando. Mi madre todavía recuerda que gastaba más en libros que en gambas. En las estanterías siguen varios diccionarios, entre ellos el Ideológico de Casares, varias enciclopedias, la Sopena, la Labor, la Rialp y, de postre, justo antes de morir compró la Larousse, que está en casa de mi hermana. Eran tiempos de papel, alejados del mundo digital que hoy nos envuelve. Entonces, siendo niño, pensaba que cuando hubiera leído todas aquellas páginas, con las palabras que guardaban, y dominase sus significados, sabría todo lo que se podía saber. Luego he aprendido que hay más cosas fuera de los libros. Incluso palabras nuevas que brotan por germinación espontánea.

Por ejemplo, ‘iotizar’. Hace unos días, al salir de la escuela de violeros, caminando con mi amigo José Luis, íbamos conversando sobre su reciente jubilación, la vida, su nieto. Cuando sin más me explicó que su hijo tiene la oportunidad de trabajar para una empresa que se dedica a producir ‘software’ para el ‘internet de las cosas’ -‘internet of things’-. O sea, que se dedica a ‘iotizar’ cualquier objeto susceptible de ser utilizado ‘online’. Lo cual me pareció fascinante por dos razones. La primera, por el increíble campo de ‘ciencia ficción’ que se está construyendo a gran velocidad sin que seamos socialmente conscientes. La segunda, por la nueva palabra que acababa de escuchar. De hecho, le tuve que preguntar: «¿Has dicho ‘idiotizar’? ¿Tú hijo se dedica a ‘idiotizar’?». A lo cual me contestó, obviamente, que no. Es un excelente informático que trabaja diseñando algoritmos y programas para gestionar cosas. Lo mismo es un robot de un gran almacén logístico, que un sistema de gestión de datos de una multinacional.

Su siguiente reto es conectar objetos y usos por procedimientos digitales, ‘iotizar’. Un nuevo salto de modernidad o, quién sabe, otro paso más en la ‘idiotización’ digital que nos envuelve.

Chaime Marcuello Servós es profesor de la Universidad de Zaragoza