Fernando Sanmartín: "Sé lo que no soy. La escritura me abriga. Y también los viajes"

Escritor y gestor cultural en las Cortes, publica ‘Ciudades que se posan como pájaros’ (Xordica), un libro que le lleva a Lisboa, Tetuán o Irlanda.

Fernando Sanmartín viaja alrededor de la emoción.
Fernando Sanmartín: "Sé lo que no soy. La escritura me abriga. Y también los viajes"
Aránzazu Navarro

¿Qué significa para usted viajar?

Lo dice Xuan Bello, un escritor asturiano que me parece estupendo: "Viajar es reencontrarse con uno mismo". Hago mías esas palabras y añado, eso sí, que el viaje nos concede una dimensión de libertad que no es frecuente en la vida cotidiana.

¿Por qué curan los viajes el desamparo?

Los viajes curan muchas cosas, incluso la ceguera mental, peligrosa enfermedad en tiempos embusteros como los nuestros. El viaje nos hace mejores y nos permite conocer más a los otros, sin olvidar que el yo y el otro, en términos de Jacques Lacan, no deben ser nociones fijas sino intercambiables.

¿Qué le interesa de una ciudad?

Me interesan sus latidos, su colesterol, su silencio y sus ruidos. Me interesan sus transportes públicos, sus mercadillos, sus locales espesos o elegantes. La escritura debe mostrar todo eso. La escritura tiene que ser un espejo de la vida, un reflejo de la realidad, y si no es así estamos ante lo artificial.

¿Qué hay de cierto en que compra relojes en Lisboa, y visita las sombrererías y las barberías?

Los relojes, eso que aún llevamos en la muñeca, me los compro siempre en Lisboa. Es una manía como cualquier otra. El último lo adquirí en la joyería Ferreira Marques, ubicada en la plaza del Rossio. Y más de una vez entro a una sombrerería, pero con sombrero se me pone aspecto de gánster, como si hubiera ido a una ciudad lejana para cerrar un asunto turbio, y descarto siempre la compra de sombreros por ese motivo. Y las barberías portuguesas me gustan porque algunas me trasladan a la infancia.

El texto más emocionante es el viaje exterior e interior hacia Tánger y Tetuán. Parece un explorador sin miedo…

Muchas cosas me atrapan de allí. Tánger ha sido, y no por casualidad, el refugio de muchos nómadas. Y uno, es curioso, aún ve rótulos donde pone Garaje Velázquez o Gran Teatro Cervantes. Pero el mundo árabe es muy distinto al nuestro y recorrer la Medina de Tetuán, por ejemplo, muestra esa diferencia. Nunca he tenido ningún percance en los viajes, salvo una vez en El Cairo que sí me vi en una situación de emboscada.

¿Desde cuándo se le ha impuesto de manera tan intensa la memoria de su padre?

De algunas cosas me cuesta hablar. Y esta es una de ellas. Yo era un niño cuando él murió. Su muerte me produjo una desolación infinita. Y me ocurre que cuando alguien muere, estos días atrás ha sucedido con los tripulantes de un submarino en Argentina, pienso primero en sus hijos pequeños y eso me produce una tristeza enorme. El dolor nos hace frágiles. Mi padre fue militar, tuvo como primer destino Tetuán y murió por un infarto de corazón.

Busca su rastro en Tetuán.

Me pregunto, frente al antiguo cine Alcázar, si pudo ver allí las películas que entonces se estrenaban: ‘Tarzán en peligro’, ‘Vacaciones en Roma’... Me pregunto si aprendió algo de árabe, si seguía de cerca los combates del púgil Fred Galiana, si echaba en falta su ciudad. Tengo fotografías suyas, fechadas en noviembre de 1954, que identifiqué con la ayuda de una persona que trabajó en el Consulado general de España. Me pregunto por qué murió tan joven y cómo sé tan poco de él.

¿Por qué ha sido tan escueto?

Cuando publico un libro tengo una preocupación: no cansar a las lectoras. Mi escritura tiene mucho de confidencia.

¿Activa Irlanda su mitomanía?

Irlanda pertenece a mi colección de lugares donde he sido feliz. Los irlandeses se parecen a nosotros. Les gustan el pub, la cerveza, son simpáticos. En Galway un bebedor de Guinness me dijo: "Extranjero, aquí la noche se acuesta siempre al amanecer".

¿Qué es Fernando Sanmartín: un cazador de instantes, un cronista de las estaciones del alma...?

Sé lo que no soy. Y me muevo con algunas certezas. La escritura me abriga. También los viajes. Pero el afecto y la amistad, cuando uno ha vivido días difíciles, y alguno he vivido, lo son todo.

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