Memoria de un compositor intenso y carismático

José Peris Lacasa (Maella, Zaragoza, 1924), uno de los grandes aragoneses del siglo XX y XXI, falleció en la madrugada de ayer.

Retrato de José Peris Lacasa, músico y compositor, en la platea de la sala Mozart del Auditorio de Zaragoza donde se hizo el ensayo de su homenaje, el 5 de marzo de 2012.
Retrato de José Peris Lacasa, músico y compositor, en la platea de la sala Mozart del Auditorio de Zaragoza donde se hizo el ensayo de su homenaje, el 5 de marzo de 2012.
Guillermo Mestre / Heraldo de Aragón

José Peris Lacasa (Maella, Zaragoza, 1924-Madrid, 2017) es uno de los grandes aragoneses del siglo XX y XXI. Moría en la madrugada de ayer a los 92 años. Creador de música contemporáneo, su labor se inscribe en la órbita de Aguilera y Cabezón, pero también de Carl Orff y de Óscar Esplá, dos de sus maestros. Nacido en Maella en 1924, se inició en la rondalla de jota y solía tocar la guitarra.

Gracias al cura de su localidad y al de Valdetormo, aprendió a tocar el órgano, que sería uno de sus instrumentos principales. No en vano, en plena madurez, se convertiría en organista del Palacio Real. Se forjó en el Conservatorio de Zaragoza y luego, ya en Madrid, realizaría un impresionante aprendizaje, al arrimo de Esplá, Jesús Guridi, Mauricio Bacarisse y Fernando Remacha.

Tras haber pasado por París, becado para estudiar con Nadia Boulanger, se trasladó a Múnich y se convirtió en alumno de Carl Orff, el autor de ‘Carmina Burana’. Y ahí, cabe decirlo así, empieza su carrera: compuso mucho, se inspiró en poetas como Lope de Vega, San Juan de la Cruz y Jorge Manrique, entre otros.

En Alemania creció como músico desde el rigor y el oficio y la honda curiosidad. En 1960, a pesar de que Orff le tenía un inmenso cariño, decidió regresar a España y se vinculó de manera especial con Esplá. Se había casado con una cantante alemana, que le dio tres hijos, y que fallecería años después en un accidente de tráfico.

Se trasladó a Alicante, donde fundó y dirigió un Festival Internacional de Música, y a principios de los años 70 se asentó en Madrid catedrático numerario de Música de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Madrid. Y se consolidó como asesor musical del Patrimonio Nacional.

A lo largo de los años firmó obras como ‘Elegía para Gisela’, ‘Te Deum’, ‘Música grave’, dedicado al científico Severo Ochoa, o ‘Las siete últimas palabras de Cristo en la cruz’, para cuarteto de cuerda y voz, una adaptación de una obra de Joseph Haydn, que dirigió en 2010 en Roma ante Benedicto XVI.

José Peris, galardonado con el Premio Heraldo a los Valores Humanos en 2006, fue también un gran pedagogo. Fue un hombre carismático, sincero, que cantaba las verdades del barquero a quien fuese.

Amaba Aragón con locura (y a veces se sintió preterido y olvidado), el Aragón histórico, grande y universal, como decía él. Fue amigo de Penderecki y recibió numerosos galardones. Miguel Ángel Tapia, pianista y director-gerente del Auditorio de Zaragoza, explicaba así su estilo: “Su obra, vigorosa y personal, es contemporánea, sin duda. Está marcada por cierto desorden, y lo digo en el mejor sentido del término. Creo que de ahí, de esa energía e intuición, procede su calidad y su capacidad de innovación”.

Sentía, desde siempre, una gran atracción por la música religiosa. Para él, como le recordaba Juan Domínguez Lasierra en 2006, la música es don y oficio.

“El don procede de Dios. Si no fuera creyente diría de la providencia, pero yo soy creyente”. Se ha ido con un sueño incumplido: dedicarle una ópera a su amado Papa Luna.

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