Trece al sol de... Luis Granell

"He hecho muchos ‘tresmiles’ en el Pirineo y el Mont Blanc"

Luis Granell (Zaragoza, 1948) es periodista, apasionado del ferrocarril y uno de los grandes defensores del Canfranc. Ha sido jefe de prensa y de publicaciones de las Cortes de Aragón.

Luis Granell en la boca sur del túnel ferroviario de Lötschberg, en Suiza
"He hecho muchos 'tresmiles' en el Pirineo y el Mont Blanc"

1. ¿Qué hace un periodista de combate y un apasionado del tren en verano?

-Me considero un periodista en reconversión que intenta hacer literatura y textos largos, después de haber pasado la vida condensando mucha información en un solo folio. En verano procuro huir del calor o, si no puedo, soportarlo con paciencia.


2. ¿Dónde suele veranear?

-No soy hombre de veraneo, así que suelo pasar estos meses en Zaragoza y, cuando el calor aprieta demasiado, me escapo a Vera de Moncayo, a la casita donde nació mi madre hace casi un siglo; allí encuentro la temperatura y el silencio que necesito. Cada vez echo más en falta el silencio en Zaragoza; amo y vivo en su Casco Histórico pero, como decía una asociación que luchaba por el derecho al descanso, se ha convertido en un “casco histérico”.


3. ¿Es de playa, de montaña, de ciudad o de pueblo?

-De montaña y de ciudad. Desde que, a los 12 añitos, descubrí la montaña en un campamento de los Boy Scouts, se convirtió para mí en cita ineludible. No soy un montañero experto, aunque he hecho un buen número de ‘tresmiles’ en el Pirineo y el Mont Blanc en los Alpes. Y soy un hombre urbano. Necesito la ciudad y todo su mundo de contactos, de oferta cultural, de anonimato incluso.


4. ¿Qué hace diferente al resto del año?

-Buscar la mejor manera de no pasar calor; me agobia. En lo demás, el verano no cambia mis hábitos de vida: cocino todas las noches, camino siempre que puedo, leo, escribo y hago tertulia con los amigos.


5. ¿Cuál ha sido el viaje de verano de su vida? ¿Y la ciudad?

-Un viaje de un mes a Brasil, hace unos 20 años; era febrero, pero en Brasil era verano. De la mano de mi hermana, profesora de Universidad en Santa Cruz do Sul, conocí Río Grande do Sul y sus peculiares colonias alemanas, y con mis sobrinos recorrí en autobús el bellísimo nordeste brasileño, además de realizar “saltos” aéreos a Manaos, Brasilia e Iguazú. En cuando a ciudades, sin duda Florencia.


6. El verano está asociado a la infancia y a la adolescencia. ¿Cómo fue esa época?

-A esa edad tenía tres grupos de amigos: los del barrio, los del colegio (estudiaba en uno de curas, en Zaragoza) y los de los scouts. La llegada de la adolescencia puso en crisis a los tres y yo, que descubriría mi sexualidad bastante más tarde, no entendía por qué. El amor me llegó a los 15, como a tantos; sin ser consciente de ello me enamoré de un compañero del colegio. Debió ser tan evidente que no me dejaron seguir siendo amigo suyo.


7. ¿Cuál es su mejor recuerdo de entonces?

-Yo vivía en el barrio rural de Movera, allí donde se junta con los de Santa Isabel y Montañana. Las pocas casas que había en el “Puentelgállego” (así se decía en la zona) estaban rodeadas de huertas en las que robábamos alberges aún crudos, de una fábrica azucarera en ruinas que era escenario ideal para jugar a escondecucas o a indios y vaqueros, y de las arboledas del río en cuyas (entonces) limpias aguas aprendí a flotar, que nadar es otra cosa.


8. ¿Qué lecturas realiza en estos días? ¿Cuál sería su menú de un día perfecto?

-En verano y casi siempre prefiero la novela, aunque no dejo de lado las revistas sobre ferrocarril que leo con asiduidad. Escucho música, siempre clásica. Si el día es realmente perfecto cualquier menú sirve, siempre que no sea copioso y que lleve fruta fresca de postre. Y si el vino es bueno (me encanta el Pagos del Moncayo), miel sobre hojuelas.


9. ¿Qué libro, qué cuadro, qué película o qué canción están asociados a un verano inolvidable?

-Como libro ‘Las benévolas’, de Jonathan Littell. Como cuadro, ‘Almuerzo en el estudio’, de Edouard Manet. Como película ‘Ludwig’, de Luchino Visconti; años después visitaría en verano el lago Starnberg, en Baviera, donde una cruz en medio del agua recuerda la romántica muerte (¿o quizá fue un asesinato político?) del “rey loco”. Como canción ‘Aragón’, de José Antonio Labordeta.


10. ¿Cuál ha sido el gran personaje de sus vacaciones?

-De niño fueron varios: el Guerrero del Antifaz, el Jabato, el Cachorro y todos los héroes de tebeo. Más recientemente lo fue Werner Kuhlmann, ‘rottenführer’ de la 12 División Acorazada “Hitlerjugend” y protagonista de la novela que terminé de escribir hace pocos veranos, encerrado en un hotel de Candanchú.


11. ¿En qué han cambiado los veranos con internet? ¿Y con la crisis?

-No han cambiado tanto; si acaso que puedes comprar billetes o reservar habitaciones desde casa. No uso móvil y cuando viajo prefiero mirar el paisaje que a una pantallita. Ahora tengo un ordenador portátil; aún no he decidido si sustituirá o no a la libreta en la que suelo escribir mis impresiones cuando viajo. Mi pensión y mis gustos austeros me permiten mantener mi forma de vida anterior al estallido de la crisis.


12. Su historia personal están vinculados a un lugar y a una vindicación: el tren y Canfranc.

-Le corrijo: están vinculados a conceptos un poco más amplios: al medio ambiente y al transporte. Claro que el modo de transporte más respetuoso con el medio es el ferrocarril y si hay una línea que simboliza esa relación es la de Canfranc. Soy hombre de cosas concretas más que de ideas abstractas. Renunciar a la reapertura del Canfranc sería renunciar a la preservación del Pirineo, a mejorar la competitividad de las empresas aragonesas, a utilizar lo que ya está hecho en lugar de soñar con travesías imposibles, sería renunciar al sentido común que es, creo, de lo que andamos más necesitados.


13. ¿Cuál es la mejor, la más extraña o sorprendente anécdota veraniega vinculada a su profesión?

-El 1 de septiembre de 1975, la Delegación Provincial del Ministerio de Información y Turismo ordenó el secuestro del número 72 de 'Andalán'. Yo era secretario de redacción y me ocupaba de la recepción de originales, maquetación y control de la impresión de la revista. Nos llamaron de la imprenta diciendo que estaba allí la Policía para retirar la edición, así que me fui para allá, a la avenida de Cataluña. Dos inspectores de la Brigada Político-Social me mostraron la orden de secuestro y, luego de contar los ejemplares, ordenaron a los agentes de la Policía Armada (los “grises”) que les acompañaban que recogieran los periódicos que estaban en varios palés. Para llevárselos no se los ocurrió otra cosa que traer un furgón de conducción de detenidos, un Mercedes gris de cierta altura; el conductor entró marcha atrás en la nave sin reparar en que, a algunos metros de la puerta, un altillo reducía notablemente el espacio libre entre el suelo y el techo. Nos dimos cuenta Serafín, el jefe del taller, y yo, pero nos miramos y permanecimos en silencio. Encima de que iban a llevársenos la edición completa (valorada entonces en un cuarto de millón de pesetas; 1.500 euros de ahora), no íbamos a avisarles de lo que se avecinaba. Finalmente el piloto azul estalló con gran estrépito y los cristales se esparcieron alrededor del furgón.