ENSAYOS

El solitario gregario

Antonio Rivero taravillo culmina su monumental biografía de luis cernuda, que edita Tusquets.

'Años de exilio (1938-1963)'. Antonio Rivero Taravillo. Tus-quets. Barcelona, 2011. 390 pp.
El solitario gregario
GRAñENA

Hace tres años se publicó la primera parte de esta biografía, ‘Luis Cernuda. Años españoles (1902-1938)’ (Tusquets), con la que Antonio Rivero Taravillo (Melilla, 1963), consiguió el Premio Comillas. Escribí aquí de lo poco que me gustó: excesivamente prolija y demasiado partidaria de las ideas que tenía Luis Cernuda (Sevilla, 1902-México, 1963) de su propia vida. Hay otra razón por la que no me gustó: Luis Cernuda me parecía realmente insoportable, elaborando siempre un inacabable memorial de agravios.


En esta segunda y última parte de la biografía de Luis Cernuda, Antonio Rivero Taravillo ha trabajado de otra manera y con mejores resultados: ha reducido la extensión y ha utilizado otras fuentes complementarias, que matizan y, en ocasiones, desmienten los recuerdos y opiniones de Luis Cernuda. Además, emocionalmente, se ha distanciado un poco de Luis Cernuda: en una ocasión, reconoce que no quiere escribir una hagiografía (lo que sí parecía estar haciendo, a menudo, en la primera parte) y es capaz de no pasarse el tiempo justificando los actos de su biografiado, e incluso de reconocer que, por ejemplo, sus ideas sobre los judíos eran realmente repugnantes. Así que ‘Luis Cernuda. Años de exilio (1938-1963)’ es mucho mejor, como obra biográfica, que el tomo en el que tiene su origen.


Lo que no ha podido cambiar Antonio Rivero Taravillo es a Luis Cernuda. Si me caía mal, y no de forma prejuiciosa, sino con conocimiento, ahora todavía me cae peor. No digo que a muchos otros lectores pueda entusiasmarles su carácter supuestamente dandi o su desprecio por los seres humanos (por casi todos, porque quiso a los hijos pequeños de Paloma Altolaguirre y Manuel Ulacia) o por lo que, mirado de una forma bastante torcida, puede entenderse como una profunda independencia.


Digo «torcida», porque Luis Cernuda fue de todo menos independiente, y en su desdicha sin fin es evidente que esa falta de independencia le dolía como una puñalada: se vio obligado desde joven a pedir favores, y no pudo dejar de hacerlo ni siquiera a edad avanzada, y detestaba a quienes tenían que hacerle esos favores y, casi siempre, conseguían satisfacerlos: desde Pedro Salinas, que le ayudó e impulsó su carrera literaria y profesional, a otros amigos más jóvenes, como Octavio Paz, que hizo todo lo que pudo para que en su estancia mexicana le fuera bien, pasando por quienes le admiraban en España, como José Luis Cano, que no cejaba, contra el mal clima editorial y la peor censura, de querer publicar sus libros.


‘Años de exilio’ comienza en plena guerra civil y con la huida de España de Luis Cernuda, quien pudo, por razones que Antonio Rivero Taravillo no acaba de explicar, librarse de entrar en combate y establecerse en Inglaterra, donde trabajaría de profesor con los niños vascos que habían sido expatriados tras el bombardeo de Guernica. Luis Cernuda ya no volvería más a España, y durante veinticinco años vivió exiliado, una vida nada deseable: Reino Unido, Estados Unidos y México.


Especialmente en dos de esos destinos, Glasgow y Mount Holyoke, donde daba clases en una universidad femenina, fue muy infeliz. En otros lugares, tuvo momentos de felicidad: sobre todo en México, donde pudo volver a hablar en su lengua, donde recuperó el sol, el mar y el amor, y en Los Ángeles, donde, además del sol y del mar, podía disfrutar de la elegancia, porque el comercio, a diferencia del de México, satisfacía sus demandas.


En todos esos lugares, fue escribiendo su obra sin descanso, y consiguió, a trancas y broncas, que se publicaran sus libros, se estudiaran en la universidad, se tradujeran y consiguió ser escritor admirado, una de sus obsesiones desde que publicó sus primeros poemas.


Antonio Rivero Taravillo insiste en el carácter «solitario» de Luis Cernuda, una idea que Luis Cernuda estaba obsesionado con transmitir, pero es algo que los hechos se empeñan en desmentir una y otra vez. Fragmentos como éste abundan en la biografía: «Paloma Altolaguirre me cuenta que pasaron también a recogerlo [por la casa de su madre, Concha Méndez, donde vivía] en diferentes ocasiones Max Aub, Octavio Paz, Enrique Asúnsolo, Concha de Albornoz y María Dolores Arana. Y Elena Garro fue también a visitarlo». Y también desmiente su hipotética soledad su voluminoso ‘Epistolario’ (más de 1300 páginas publicadas por la Residencia de Estudiantes), del que tan a menudo se nutre Antonio Rivero Taravillo. Más bien, Luis Cernuda no podía dar un paso solo, aunque no niego, porque queda demostrado a lo largo de esta biografía, que solía despreciar, más pronto que tarde, a quienes le acompañaban.


Como una ironía, que a Luis Cernuda no le haría ni puñetera gracia, fue enterrado en México junto a Emilio Prados, quien fue su amante en Málaga y a quien detestaba con todas sus fuerzas.


Sus poemas no le desmienten: los mejores son los que escribió quejándose. Gozan de mucha estima, pero no de la mía.