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La vuelta al mundo en dos ruedas

El cantante David Byrne publica sus ¿Diarios de bicicleta¿ donde habla de música y de urbanismo.

Diarios de bicicleta’ es un libro político: propone la desaparición de los coches de las ciudades y la utilización de la bicicleta como vehículo principal de transporte.


Para David Byrne (estadounidense de Escocia), los coches en las ciudades son un infierno y producen una contaminación brutal. Como él va en avión, y va muy a menudo en avión como demuestra en el libro (Australia, Londres, Estambul, Manila, Buenos Aires, Berlín, Brasil y vuelta a Nueva York), no le preocupa mucho la contaminación brutal producida por los aviones: el medio de transporte que más CO2 emite por pasajero y kilómetro, sus emisiones contribuyen al efecto invernadero 2,5 veces más que las emisiones desde la superficie.


No todos los trabajadores, si llegan sudados a su trabajo después de pedalear, se pueden asear, a diferencia de David Byrne, que se hizo instalar una ducha en su oficina. No todos los trabajadores viven en Manhattan y tienen la oficina en Manhattan, a pocos metros del hogar, como David Byrne. Muchos de los que le sirven el café o la comida o le venden el periódico, trabajan a muchos kilómetros de Manhattan, y quizá pedalear bajo el asfixiante calor o bajo una tremenda nevada no es lo que más les gusta para ir o a para volver del trabajo. No todos, a diferencia de David Byrne, podemos pagar 160 dólares para llevar la bicicleta en el avión allí donde nos desplacemos.


Es más sensato cuando, siguiendo las propuestas del exalcalde de Bogotá, apuesta por un transporte colectivo de calidad. Y cuando propone a la industria del automóvil cambiar sus esquemas de gigantismo y combustible fósil.


No creo que David Byrne sea un hipócrita o un cínico. Después de leer su libro, sé que todas las propuestas sobre el uso de la bicicleta las hace de corazón y le parecen las mejores posibles y desea que el planeta sea más habitable y las ciudades más limpias.


Creo que sin la obsesión por el uso de la bicicleta, su libro habría sido mucho más interesante, porque David Byrne tiene algunas cualidades que le convierten en un aceptable autor de diarios de viaje, que es al género al que pertenecería este volumen si no hubiera sido secuestrado en tantas ocasiones por la soflama política, por la monserga de escasa base científica y nula base social.


David Byrne siente un interés enorme por el urbanismo, interés que comparto, y suele hacer interpretaciones sobre la degeneración de los centros de las ciudades en las que merece la pena detenerse: algunas de sus observaciones sobre Berlín pueden servir perfectamente para Zaragoza, que necesita urgentemente una regeneración de su casco urbano que podría llegar desde la cultura. David Byrne tiene un enorme interés por la música popular y su pasión por la latina ofrece alguno de los mejores momentos de “Diarios de bicicleta”: su periplo bonaerense es un alegato estupendo a favor del trabajo conjunto de músicos de muy diversa procedencia.


David Byrne tiene un enorme interés por los museos y por el arte, en especial por el contemporáneo, y elabora reflexiones interesantes sobre su sentido: a propósito de Santiago Sierra, y de sus supuestas acciones-denuncias contra la esclavitud, dice “cuando marchantes o coleccionistas millonarios compran o venden arte que trata de la explotación de los pobres, puede que las capas de significado y contexto no coincidan exactamente con la idea original del artista”.


El candor y los centros urbanos

Y, en especial, me gusta cuando David Byrne incide en el sostenimiento de los centros urbanos como herramienta fundamental para generar nuevas formas culturales, que no son sino nuevas formas de relaciones humanas. Sin desdeñar la tecnología digital, apuesta por el contacto físico como forma básica de transformación. Escribe: “a medida que se hace más y más fácil conseguir todo tipo de servicios desde nuestros teléfonos u ordenadores portátiles, y a medida que disponemos de acceso ilimitado a todo tipo de información, aumenta el interés por las cosas que no se pueden digitalizar: los conciertos en directo, los encuentros personales, la interacción, las experiencias, los sabores, la tranquilidad. Quienes frecuentan las redes sociales acaban valorando la autenticidad como una especie de compensación, ya que esas cualidades son demasiado fáciles de fingir en la red”.


Sí, también me gusta, en ocasiones, la ingenuidad de David Byrne, quizá porque yo mismo padezco a veces el síndrome del sabelotodismo tan tostón y tan aburrido. Me gusta su manera de acercarse con sus propios ojos a mirar al mundo, pero lo detesto cuando trata de realizar análisis de geopolítica: su visión de la Turquía contemporánea, y de su futuro ingreso en la Unión Europea y de su conflicto con los integristas musulmanes, en la que muchas personas se están jugando la vida por defender una democracia real, es realmente deplorable. Y no anda tampoco muy fino cuando analiza la política argentina o la historia filipina.