LETRAS ARAGONESAS

Una obra única de lengua y luz

Xordica inicia la edición de los cuadernos de Severino Pallaruelo.

Las palabras tienen luz, sonido, color, sabor y olor. Las cosas pequeñas, las que pasan casi desapercibidas, adquieren vida y el autor nos las va entregando en forma de verso, de aguda mazada, de serena reflexión, de fina ironía nunca hiriente; cada una es un momento de su vida, un instante perpetuado en la memoria y resucitado en esta magnífica obra que rebosa paisajes de tierra y paisajes interiores, que llama con su palabra exacta a las piedras, las plantas, los animales, los enseres del hogar, las cosas que se piensan y rara vez se dicen, y todo en un emocionante y emocionado encuentro constante entre el lector y el autor; nada se esconde, todo es luz, transparente, humanamente lúcido, serenamente próximo.


Nunca hasta este momento se ha sentido la emoción de la más insignificante de las palabras aragonesas porque nadie hasta este libro ha mostrado una lengua en su más pura esencia, palabras mamadas en la infancia de un niño de familia humilde en un humilde pueblo al abrigo del impresionante paisaje pirenaico, pero no es ese marco el que el autor ve, sino el micromundo en el que trascurre su vida, en sus campos, en sus ríos, en su aldea, en las aldeas próximas, en su huerto, en su casa, en el pajar y el desván; en los pájaros, mariposas, tejones, abejorros, truchas, lagartijas, cebos para pescar, flores de gallo.


El libro es de difícil clasificación, se escapa a cualquier género. Es un diario, pero es también un poemario, es un íntimo recorrido por el pasado, un lírico repertorio de anotaciones etnológicas sin ningún afán erudito, una antología de cuentos y mitología populares. Todo fluye entre la emoción, la ternura, el asombro y la sorpresa. De la cosa más simple nace un poema, un epigrama, un comentario; a veces jocosos, a veces somardas, otras veces melancólicos, preñados de nostalgia.


Y el lector pasa página y siente la necesidad de volver a lo leído una y mil veces porque a cada lectura se abren ventanas y puertas hacia ese mundo personal de Pallaruelo que es, por la magia de su virtuosa pluma, de sus coloridas acuarelas, de su firme caligrafía, el mundo de todos nosotros, no siempre amable y en ocasiones muy duro; y aunque el autor rehuya de cualquier tipo de tremendismo nos contagia una enorme empatía con todo lo que la palabra nos va descubriendo: la casa, la familia, el pueblo, los juegos, la no siempre abundante despensa, el invierno, los árboles con nombre propio y hermoso, la soledad del niño ensimismado ante la naturaleza, los colores de las estaciones.


Estamos, sin duda, ante uno de los más hermosos libros editados en Aragón en mucho tiempo. Y la belleza radica en la obra literaria, tan espontánea y fresca, y por ello tan cercana; pero también en todo lo que el diario encierra, que no son sólo palabras sino los dibujos que las acompañan y que son el marco perfecto para cada voz, para cada sentimiento, para cada reflexión.


Un todo inseparable

A veces surge la duda si es el dibujo el que inspira al poema o es a la inversa. Poco importa: el resultado es una obra única en la que literatura y pintura son un todo inseparable, una pieza única en la que la palabra y el color alcanzan una armonía que yo no recuerdo en ninguna otra obra en mucho tiempo, y por supuesto absolutamente única en el panorama de la literatura en lengua aragonesa, en esa lengua a la que Pallaruelo le debía tanto y que a partir de este momento es la lengua la que queda en deuda con el autor.


Habíamos vaticinado a Pallaruelo hace muchos años que un día escribiría en la lengua en la que creció, y no se ha limitado a hacerlo, sino que ha escrito-dibujado-pintado algo que para siempre quedará en la memoria del lector. Estamos quizás ante el mejor Pallaruelo, ante el más sincero y espontáneo.


La obra representa un esfuerzo editorial encomiable. Xordica nos tiene acostumbrados a esmeradas publicaciones, pero con ‘O trasgresor piadoso’ alcanza la perfección. El diario de Severino Pallaruelo es un complejo conjunto de dibujos, acuarelas, collages, poemas y reflexiones que al imprimirlo no ha perdido la calidez del original. Hay, pues, que felicitar a la editorial por la obra publicada en la misma medida que por la calidad de una edición que a priori parecía casi imposible. Y la felicitación va también para el autor y, como no, para la lengua aragonesa, que ha ganado un autor que ya desde ahora mismo es imprescindible.