MÚSICA

El cantor eterno

HERALDO ofrece, desde este sábado, trece discos del trovador inolvidable: José Antonio Labordeta.

Retrato de Labordeta.
El cantor eterno

Gonzalo Torrente Ballester solía decir que “el hombre es un milagro químico que sueña”. A José Antonio Labordeta (Zaragoza, 1935-2010) podríamos definirlo como “un milagro químico que canta”. Llegó a la canción un tanto azarosamente. Él mismo, que se reinventaba continuamente, ha dejado varias teorías. Dijo: “Tenía 33 años y nunca había pensado ser cantante: de niño pretendía ser obispo y hacía misas por la casa. Había pensado también ser actor, poeta…, pero cantante, nunca. Lo de la canción había sido siempre marginal, pese a haber estudiado solfeo y violín cuando era bachiller”.


En uno de sus libros de memorias, ‘Banderas rotas’ (Ediciones B, 2001), cuenta que el Rey Juan Carlos le preguntó de dónde procedía su vocación de cantante y le contestó: “Ya ve, de cantarles a las chicas de la Sección Femenina en un albergue de Canfranc”, donde, recordaba, escribió un tema en francés ‘Le metro’. Añadió: “Un día tendré que contar que mi primera canción, con letra y música de un servidor, la inventé y la interpreté una noche de desgarro surrealista en la casa del fotógrafo Tramullas de Jaca, mientras un ilustre profesor de la nada intentaba domesticar un perro lobo que huía de él como alma que lleva el diablo”.


Hay otros dos lugares decisivos en la formación de Labordeta como cantante: Francia, donde estuvo en varias ocasiones y donde oyó, en directo y en Marsella, a su modelo Brassens, del que diría: “El cantautor con quien más me he identificado ha sido Georges Brassens, sin duda. Era un gran poeta, un gran músico y me gustaba de él su actitud humana, muy coherente a lo largo de toda su vida”. También admiraba a Leo Ferré y a Jacques Brel. Y el otro espacio determinante fue el Teruel de los años 60, adonde llegó con su mujer Juana de Grandes. Allí grabó un pequeño EP de cuatro temas: ‘Los leñeros’, ‘Los masoveros’, ‘Las arcillas’ y ‘Réquiem para un pequeño burgués’, que avanzan el germen de su mundo: la mirada hacia el paisaje (Albarracín y el río Guadalaviar, Javalambre, el Teruel mudéjar…), el compromiso con los desheredados, la atracción por las historias humanas anónimas, la mirada hacia el folclore y el canto entendido como canto general, como una voz reivindicativa o explosiva. El canto como denuncia y grito.


Algún tiempo más tarde, ya en 1974, apareció su primer disco: ‘Cantar i callar’, donde estaba ya el cantautor en plenitud con temas inolvidables como ‘El poeta’, un homenaje a su hermano Miguel (decisivo en su formación y en su sensibilidad lírica, más, mucho más que César Vallejo), ‘La vieja’, que simbolizaba la lucha y el dramatismo de la vida rural, la épica de la soledad y de la crudeza de los desiertos y las serranías, y ‘Aragón’, que pronto se convertiría en un himno. Labordeta fue un compositor de himnos inolvidables como ‘Aragón’, ‘Somos’, la ‘Albada’ o ‘Banderas rotas’.


Al año siguiente, en 1975 apareció su disco ‘Tiempo de espera’, que contenía la canción que lo ha hecho inmortal, grito en el viento, melodía eterna para todos y espiral de las utopías en una edad oscura: ‘Canto a la libertad’, esa pieza que compendia algunas de las virtudes del ‘Abuelo’: su capacidad de comunicación, esa forma de cantar a tumba abierta, con garganta de trueno, con dinamita y emoción. Había otras melodías, claro está, por ejemplo esas ‘Meditaciones de Severino el Sordo’, tan socarronas y tan festivas. Desde ese instante, incluyendo reediciones José Antonio Labordeta grabaría casi una veintena de discos.


HERALDO inicia el sábado la entrega de trece de ellos, y comienza con uno de los imprescindibles: ‘Tiempo de espera’. Labordeta solía decir que solo sabía seis acordes y que le sobraban tres. Con ellos, con sus letras, con su voz y con su compromiso, con su autenticidad, ha realizado una obra impresionante, asentada sobre su pasión por Zaragoza y su memoria, Huesca y Teruel, una idea globalizadora de Aragón, que persigue la dignidad y la visibilidad.


Redondeó una obra musical dramática y tensa, festiva y socarrona, popular y culta. Su discografía tiene aciertos constantes y canciones sorprendentes que indagan en el lugar del hombre, en la melancolía, en el intimismo más exacerbado y en el amor. José Antonio Labordeta ha sido esencialmente un poeta: un poeta cívico, un poeta de la raíz y de la tierra, un poeta amoroso que sentía nostalgia del mar. Eduardo Paz, compañero de La Bullonera, dice: “Lo más impresionante de él era el poder magnético que tenía en el escenario”.