LETRAS PORTUGUESAS

Lobo Antunes, el ruido y la furia

Otra narración característica del escritor luso con voces, violencia y muerte.

Lobo Antunes, el ruido y la furia
Lobo Antunes, el ruido y la furia

No me entusiasman las novelas de António Lobo Antunes (Lisboa, 1942), y sólo las he atendido a ratos y a saltos. Me gustan algo más sus “crónicas”, en las que le percibo más humano, interesado por asuntos que tocan más el suelo, y me divierten sus habituales declaraciones macarras, propias de alguien que cree en su trabajo incansablemente y que aparenta no tener miedo aunque esté invadido por la melancolía.

Quizá le envidio su libertad, y su confianza.


En ‘Confissôes do Trapeiro’, un libro en el que Ana Paula Arnaut recogió numerosas entrevistas realizadas al autor portugués entre 1979 y 2007, se podían leer sus diatribas contra José Saramago, con quien durante mucho tiempo disputo por el premio Nobel; contra Fernando Pessoa, de quien afirmaba que no amaba la vida y cuya poesía no es humana; contra Saul Bellow, contra Philip Roth, contra Martin Amis o contra Amos Oz, a quien acusaba, alucinantemente, de no entender el conflicto de Israel con Palestina.


También se podía leer en el libro que para António Lobo Antunes “sólo hay dos o tres escritores a los que considera sus colegas: Tolstoi, Conrad, Proust, Chejov, Gogol...”.


De esa lista, de más de “dos o tres escritores”, el que parece más cercano a António Lobo Antunes es Joseph Conrad, y no sólo porque los dos vivieron un infierno en África, que les convirtió verdaderamente en escritores: la esclavitud en el Congo, el polacobritánico; las guerras de descolonización del siglo XX, el portugués.


A mi juicio, sin embargo, António Lobo Antunes está mucho más cerca de Dostoyevski que de Tolstoi, mucho más cerca de Céline que de Proust.


Y en ‘El archipiélago del insomnio’ se escuchan, claramente, los ecos de otros escritores: Emily Brönte, William Faulkner, Juan Rulfo y J. M. Coetzee.


Como J. M. Coetzee, a veces António Lobo Antunes se desliza hacia la alegoría: el escenario y el tiempo tienden a diluirse, confundiendo pasado y presente y futuro, como si caminaras por arenas movedizas. Pero a diferencia del escritor sudafricano, obsesionado por explorar, por ejemplo, las diferencias entre costumbre y ley, el portugués sólo parece obsesionado por el mero acto de narrar. Narrar sin descanso. Narrar porque narrar es la vida y sin la narración no existe la vida. Una narración en la que entran y salen voces: cuentan su historia y siguen viviendo en el torbellino.


Para quien haya leído ‘En medio de ninguna parte’ (Mondadori), la novela de J. M. Coetzee, publicada dos años antes de que António Lobo Antunes empezara a publicar sus novelas, descubrirá enormes parecidos con ‘El archipiélago del insomnio’, como la violencia y la muerte y la enfermedad y, también, en la carga poética con la que están escritas.


Como en ‘Cumbres borrascosas’, la única novela de Emily Brönte, ‘El archipiélago del insomnio’ transcurre en una finca agraria en la que los asuntos familiares, y amorosos, se van volviendo del color oscuro del fango. Y en las dos novelas hay niños con deseos poderosos y en las dos transcurre el tiempo sin que nada, en esencia, cambie, aunque todo cambie. La gran diferencia es que la novela de Emily Brönte tiene un final feliz que António Lobo Antunes detestaría para cualquiera de sus novelas.


Como en ‘Pedro Páramo’, el lugar en el que sucede la acción está lleno de fantasmas cuya existencia depende de la voluntad del lector, de su capacidad de suspensión de la realidad. Juan Rulfo tenía la habilidad de colocarse en el mismo plano que su protagonista: no era un dios, sino un acompañante. António Lobo Antunes rara vez deja de enseñarnos que es él quien mueve los hilos, tejiéndolos en una malla densa.


Como en ‘El sonido y la furia’, en ‘El archipiélago del insomnio’ hay un “idiota” que cuenta su “cuento” y hay una familia en completo proceso de derrumbe y hay una criada y hay tres partes en la estructura... En más de un sentido, la novela de António Lobo Antunes es un homenaje a la famosísima novela de William Faulkner, una versión de la que yo no llego a entender su sentido. El sistema de narración polifónica de William Faulkner es, sin duda, más eficaz que el de António Lobo Antunes. Lo que pudo ser rabiosa modernidad en 1929 no es más que pastiche en 2008 [la fecha de publicación en Portugal].


No niego que hay en la escritura de António Lobo Antunes una fuerza que resulta difícil de encontrar en la mayoría de las novelas contemporáneas, pero es una fuerza alentada por un enorme deseo de pureza, de no contaminarse por unos hechos, por una narración, por un tiempo determinado...


En cualquier caso, es una fuerza que a mí no logra seducirme. Me engaña a veces, con sus imágenes potentes, por su lenguaje, pero en seguida me fatiga porque me acuerdo de ‘El Mago de Oz’, una gran voz de trueno que es sólo una tramoya.