FÁBULAS CON LIBRO

Ha muerto mi amigo

Hace menos de un año le dediqué a mi amigo una de estas humildes columnas. Le veía ya seriamente desmejorado y quise darle cariño en vida, que es cuando hay que dar el cariño. He ido durante este último año a verle todas las semanas. Casi siempre dos o tres días por semana. En su casa me juntaba con otros buenos amigos que lo querían tanto como yo.


Todos lo mimábamos, le llevábamos libros, los dulces que le gustaban y hablábamos de política, de fútbol, de literatura…, de cualquier cosa con tal de que olvidara que se estaba muriendo. Juana y sus hijas estaban siempre a su lado, atendiendo cualquier deseo, atentas a cualquier gesto de impaciencia. Nunca se quejó. Ni un solo día. Nunca maldijo su suerte ni nos dio la lata con sus dolencias. Sólo hablaba bien de todo el mundo: de su médica, de las enfermeras del hospital, de los amigos de Cariñena que querían homenajearle poniendo su nombre a unas botellas de vino, de los políticos que lo visitaban… No había ya apenas sorna ni ironía en sus palabras.


Tan sólo resignación. A mí no me importa hoy nada que fuera un icono de las libertades o del aragonesismo; ni que fuera un político querido por todos; ni que haya sido con Goya, Costa, Cajal y Buñuel uno de los 5 aragoneses más importantes de los últimos doscientos años como nos recordaba su querido Eloy Fernández el día que lo incineramos y llevamos flores a la tumba de Costa. A mí no me importa nada de eso. A mí lo único que me importa es que se me ha muerto mi amigo Labordeta, que no lo voy a ver más y que no sé cómo voy a llenar ese vacío. Y que me costará mucho olvidar cómo me enseñó a no guardar rencor a nadie, a no ser altivo ni soberbio, a no ambicionar bienes materiales y a querer a la familia y a los amigos con pasión y lealtad. A mí sólo me importa saber cuándo voy a poder dejar de llorarle.