BIOGRAFÍA

Saramago según Saramago

Saramago según Saramago
Saramago según Saramago

Fernando Gómez Aguilera llama a su obra “biografía”, pero más bien se trata de una “autobiografía”, porque su trabajo ha consistido en hilvanar la vida de José Saramago con las propias palabras de José Saramago, extraídas de diversas fuentes: sus “pequeñas memorias”, sus entrevistas periodísticas, sus artículos, sus poemas, su correspondencia, sus diarios, su blog e, incluso, sus cuadernos de notas inéditos, de los que anota, por ejemplo, los títulos de las películas que el Nobel portugués vio a lo largo de los años... Por cierto, veía muchas películas de Buñuel, lo que explicaría algunos de sus abundantes mundos clausurados y herméticos, a la manera de ‘El ángel exterminador’, aunque sin alcanzar su humor brutal.


Y en el género autobiográfico, aunque haya excepciones, como el reciente ‘Verano’ (Mondadori), de J. M. Coetzee, el autor suele mostrar su enorme satisfacción con la que vida que ha tenido: se recrea en sus momentos de dificultad; justifica, u oculta, sus malas acciones; ignora a sus amantes del pasado y alaba a sus amantes del presente; tacha a quienes ya no le sirven y subraya a quienes le son útiles; se venga de quienes le trataron mal... Es decir, la autocrítica suele brillar por su ausencia.


Basta con esta información para saber que esta ‘(auto)biografía’ es un producto dirigido exclusivamente a los fans de José Saramago, a quienes necesitan tener un ídolo, un santo más que un hombre de carne y hueso, imperfecto como los demás. Imperfecto, y por eso interesante.


No es raro que por eso las partes más imperfectas del libro sean las más interesantes: durante la dictadura, en Portugal, cuando José Saramago malvivía de trabajos editoriales, como la traducción de libros a destajo; e inmediatamente después, tras la Revolución de los Claveles, cuando por fin pudo escribir con libertad. Una etapa de la que José Saramago no ha escrito mucho, y la que más ha tenido que explorar, a solas, Fernando Gómez Aguilera. Ahí se encuentra el único punto oscuro de la vida de José Saramago, cuando trabajaba de director adjunto en el ‘Diario de Noticias’ revolucionario, a donde había llegado por su activa militancia comunista, y algunos trabajadores fueron despedidos por enfrentarse a la línea del periódico.


Ahí, también, aparece su firme decisión de convertirse sólo en escritor. A pecho descubierto. Un pecho descubierto que tiene la suerte de encontrar en seguida el peto protector de un editor que confía en él, completamente: Zeferino Coelho, responsable de Caminho. La tranquilidad que le da tener un editor y la certeza de que sólo se puede escribir con total libertad, algo a lo que, es cierto, nunca renunció, José Saramago explota como novelista con ‘Memorial del convento’ y, sobre todo, con ‘El año de la muerte de Ricardo Reis’, que apareció en medio del boom Pessoa, del que se benefició.


A partir de esos dos éxitos locales, que inmediatamente se convierten en éxitos internacionales, aparece el José Saramago de la vida pública, un personaje que siempre me puso de los nervios, con sus opiniones políticas disparatadas. La concesión del Premio Nobel (otorgado por uno de los países más decididamente demócratas del mundo) le alzó a la condición de gurú, y su guruísmo ha sido, por lo general, lamentable: su odio a Europa, que le llevó a pedir la no entrada de Portugal en la Unión Europea, por miedo a que el país perdiera su “identidad”; su apoyo a todos los dictadores del mundo mundial; su mirada comprensiva hacia el terrorismo integrista musulmán; su relativismo ético y moral...


Sin leer el libro, sólo mirando las fotografías que lo ilustran se ponen los pelos de punta: posando con Fidel Castro, posando con los zapatistas... Pelos que no vuelven a su ser si se leen algunas de sus opiniones recientes: “Hugo Chávez tiene cara de indio y eso es siempre sospechoso. Y como no es un indio obediente, sólo puede ser el indio malo. Chávez es el cimarrón que se escapó y a quien ahora persiguen los matones con sus jaurías. Pero Chávez no es de los que se venden. Hay que darle las gracias al menos por eso”. Es sorprendente que alguien como José Saramago, que vivía en dos democracias, la portuguesa y la española, y disfrutaba de todos sus privilegios y de todas sus libertades, defendiera a tiranos repugnantes como Hugo Chávez, que hoy, después de su muerte, siguen impidiendo cualquier asomo de libertad.


Al margen de su carácter casi hagiográfico, el libro es arduo por su carácter escolar: apenas hay prosa, sólo enumeraciones cronológicas. Fernando Gómez Aguilera se ha aplicado mucho, y en la segunda parte, tras la glorificación que le trajo el premio sueco, José Saramago vivió en un torbellino de doctorados honoris causa, de jurados literarios, de hijo ilustre y de monsergas cuyo interés biográfico es escasísimo.