SÉPTIMO CAPÍTULO: MARTES 23.30 H

Pedro Vallés recorría la calle Pignatelli, disfrutando del frescor otoñal que surcaba su rostro en forma de ráfagas ventosas que –por fortuna- no alcanzaban todavía la potencia del cierzo. Se trataba de un atajo que siempre utilizaba para llegar a su casa desde la avenida de César Augusto. No obstante, lo rutinario de aquel trayecto –a lo que se añadía un leve entumecimiento provocado por las copas durante la cena en el restaurante- no impedía que avanzara incómodo, sintiéndose de algún modo observado. Esa molesta impresión, tenue, indefinida, persistía conforme transcurrían los minutos, hasta el punto de que Vallés se había vuelto en varias ocasiones durante el camino, con una sospechosa celeridad que delataba a distancia su intención de sorprender a quien pudiera estar siguiendo sus pasos.