GASTRONOMÍA

Una historia de la cocina a través de los museos municipales de Zaragoza

La Ruta de Caesaraugusta permite conocer la evolución en los usos y los utensilios de los pobladores de la ciudad.

Cuchara del Museo del Teatro Romano.
Una historia de la cocina a través de los museos municipales de Zaragoza
E. C.

La historia de la gastronomía está íntimamente ligada a la historia de la civilización humana. El hombre empieza a diferenciarse de los demás animales cuando comienza a compartir los alimentos con sus congéneres. Poco a poco, alimentarse deja de ser únicamente un acto destinado a la supervivencia y en torno a él van forjándose ritos y costumbres que sustentan, muchas veces, la estructura cultural de pueblos y tribus.

 

Está claro que en el principio de la historia de la alimentación, las manos debieron ser los únicos utensilios con los que nuestros más remotos antepasados se servían para llevarse la comida a la boca. También es lógico pensar que grandes piedras más o menos trabajadas constituyeron las primeras herramientas destinadas a romper o descuartizar animales y otro tipo de alimentos vegetales de los que se surtían los primeros seres humanos. Desde entonces hasta hoy, la evolución ha ido pareja a los avances de la ciencia y de la tecnología, como queda patente en las atrevidas creaciones de lo que se ha dado en llamar cocina de vanguardia o cocina molecular.

 

En Zaragoza, tenemos la fortuna de disponer de una importante huella histórica y patrimonial, que se ha ido atesorando y poniendo en valor en los últimos años para que los aragoneses y visitantes la disfruten en los museos de la Ruta Caesaraugusta. Así, en el Museo del Foro se ambienta el sótano de la tienda de un vendedor de cerámica en la ciudad de Caesaraugusta a mediados del siglo I d. C., en el que se exponen reproducciones de cazuelas, trípodes y pátinas de varios tamaños, que dan una idea clara de los utensilios de que disponían los romanos para preparar la comida y para servirla en la mesa.

 

En vitrinas se exponen ánforas que eran utilizadas para trasportar vino, gárum o aceite. También se pueden ver los restos de un mortero bastante bien conservado. Este era el utensilio culinario que más caracterizaba la cocina de los romanos, que lo llevaban allí donde iban para preparar sus indispensables salsas, como la ya aludida gárum, elaborada con pescado, con especias, con vinagre y hierbas.

 

Se cree que desde el Paleolítico los hombres ya utilizaban algún tipo de instrumento con forma de pala más o menos cóncava para poder tomar los alimentos pastosos o líquidos. Tal sería el origen de la cuchara, seguramente el utensilio más antiguo con el que la humanidad comenzó su larga travesía de culturización gastronómica. Dependiendo de la zona geográfica donde estas primeras comunidades estaban asentadas, estos utensilios podían ser de diferentes materiales. Para quienes vivían al lado del mar, las conchas de moluscos fueron buenos aliados. Las comunidades del interior debieron utilizar cortezas, huesos y otras materias fáciles de conseguir.

 

Los romanos utilizaban cucharas de metal (en Mesopotamia se fabricaban ya unos 3.000 años antes de Cristo), como la que se expone en una de las vitrinas del Museo del Teatro Romano, otro de los lugares de visita indispensable para conocer las costumbres y gustos culinarios de los primeros pobladores de Zaragoza. El mango de esta cuchara termina en una afilada punta, que debía utilizarse seguramente para ensartar piezas de carne.

 

En este importante museo zaragozano, el discurso expositivo sobre la historia de la ciudad se apoya precisamente en la culinaria que caracterizó a las diferentes culturas que dominaron y convivieron en las distintas épocas históricas. Así, se pueden ver tres espacios que representan, respectivamente, dependencias en las que se guardaban o preparaban alimentos de la cocina musulmana, judía y renacentista. En cada uno de ellos se proyecta un vídeo en el que sendos personajes conducen al visitante por la historia de cada época.

 

Hacia el siglo XI, la casa musulmana en Saraqusta se organizaba alrededor de un patio que centraba la vida doméstica y daba acceso a todas las estancias. Se conservan sobre todo piezas cerámicas del menaje de cocina y mesa, ya que restos de útiles fabricados con madera, cestería y textiles apenas han llegado hasta nuestros días. Para cocinar, además del hogar, se utilizaban hornillos como el tannur, una especie de contenedor de brasas. Sobre él se podían colocar ollas o cazuelas para guisar. En grandes fuentes, como el ataifor, se llevaba a la mesa la comida, que todos los comensales cogían con las manos. Los líquidos se guardaban en cántaras, redomas y jarras.

 

En la estancia que recrea un comedor de una vivienda de la judería en el siglo XIV, se pueden ver algunos de los utensilios de las cocinas de la época: ollas, graseras, escudillas, copas, jarras, cántaros para agua y alcuzas para el aceite.

 

El Renacimiento

Este museo recrea el reposte que pudo haber en el siglo XVI en la casa de Gabriel Zaporta, que estaba ubicado al lado de lo que hoy es el museo. Abundan en esa época las tinajas, barrales, cestos y piezas de metal y de cerámica: perolas, ollas, cazos y cazuelas, coladeras, ralladores y cucharones. Para la mesa, platos y escudillas de falda y de orejetas. Por entonces no se conocía todavía el tenedor, utensilio que más caracteriza el refinamiento cultural del acto alimentario. El cuchillo fue una herramienta que, aunque de origen muy antiguo, también tardó en incorporarse como elemento imprescindible en la mesa, pues su originaria finalidad bélica impidió durante mucho tiempo su integración en la sociedad más civilizada. Por ejemplo, en España, en el siglo XVIII, estuvo prohibido durante años el uso de cuchillos y puñales.

 

Diversos autores sostienen que el tenedor para uso individualizado fue inventado en la Venecia renacentista. Su precedente debió ser un gran bidente de uso colectivo con el que se servía el asado. Fue a Leonardo da Vinci a quien se le ocurrió agregar un tercer diente para enrollar con más facilidad los espaguetis. También se atribuye al genio de Leonardo el nacimiento de la servilleta tal como la conocemos hoy en día. Ambos elementos provocaron una revolución en los modos y en las costumbres culinarias occidentales.