TEATRO

Merlín revela sus fórmulas para hechizar sin fabular

El valenciano José Sanchís Sinisterra, uno de los docentes más prestigiosos del gremio en España y América, inició ayer en el Centro de Historia de Zaragoza su taller sobre 'Dramaturgias de la fragmentación'.

Laboratorio del Centro de Historia de Zaragoza, ayer por la tarde. El dramaturgo José Sanchís Sinisterra, uno de los mejores exponentes españoles del gremio teatral, tiene a su alumnado (doce más uno, que diría el motero Ángel Nieto, y todos con mayor o menor experiencia como autores teatrales) ganado de antemano. No por impresionable, a tenor de las preguntas que irían brotando en el intercambio de impresiones. Se trata más bien de sintonía a primera vista. Al menos, eso reflejan los catorce rostros (también el del 'profe') mientras el curso 'Dramaturgias de la fragmentación', que promueve la Fundación Autor de la Sociedad General de Autores Españoles (SGAE), daba sus primeros pasos productivos. El curso dura hasta el jueves, en sesiones de cinco horas con pausa nada dramática en el medio.


La cita no es para neófitos, pero el tono de la charla dista de ser barroco. Sanchís tiene el don que distingue a los oradores ralos de los otros, los buenos. También atesora la capacidad de desparramar frases con poso sin resultar pedante, sin voz engolada ni catilinarias gratuitas.


"Una de las pocas ventajas de ser viejo es releer más de la cuenta, y eso permite descubrir cosas cada vez. Como profesor de literatura, le debo mucho a los relatos. No reniego en absoluto de la narrativa, lo que me interesa es buscar nuevas formas de narrar, no necesariamente fabuladas".


Aristóteles, Brecht y la expresión


Sanchís recordaba a sus alumnos que Aristóteles definió el teatro como "un modo de contar historias", y que pasó mucho tiempo antes de que nadie cuestionara esa idea. Y recalcó a sus alumnos la idea de que el teatro, como la naturaleza, "sí da saltos, es discontinua", y sus manifestaciones no debieran regirse por parámetros absolutos. Al hilo de esta comparación habló de la liberación del género, de los precedentes voluntarios e involuntarios de una forma de hacer teatro gestada al calor del universo brechtiano, con sus situaciones exentas de fabulación. Una senda por la que, a su manera, transitó el alemán Heiner Müller, compatriota de Brecht y responsable en 1977 de esa bofetada a los esquemas preconcebidos que fue y es 'Hamlet Machine', la obra de reminiscencias shakesperianas más alucinógena y brutal que puede encontrarse en el acervo creativo europeo.


Sanchís también recordó a Fassbinder y su propuesta (revolucionaria para la época en que se hizo, 1969) de presentar a una audiencia selecta una batería de escenas dramáticas para que fueran cohesionadas según el entendimiento de cada cual. Acto seguido, propuso una interesante analogía entre la pintura y el teatro. "La llegada de la fotografía liberó a la pintura de la mímesis narrativa, de reflejar con precisión las cosas. Entonces, la pintura pudo experimentar consigo misma. Es un efecto similar al que tuvo la llegada del cine y la televisión en relación con el teatro. Como el cine llevaba aparejado el rigor, la narración mimética, el teatro pudo 'romper' sus cadenas, sugerir. Pudo presentar historias en forma de situaciones, con una estructura de interacciones, sin voluntad de narrarlas, como ocurre en la obra de Beckett o Pinter".


El riesgo 'al dente'


Cuando se cocinan espaguetis, hay que contar siete minutos después de que el agua entra en ebullición. Con el drama, el límite de la experimentación no tiene normas rígidas ni tiempos prefijados, pero está ahí y cruzarlo supone el fracaso. Las variables comienzan, lógicamente, en el propio dramaturgo. "Experimentar no supone olvidarse del público. Hay que preguntarse qué debemos inventar para que la comunicación con la gente no se pierda, aunque se hayan desechado las fórmulas tradicionales de expresión. No queremos que la mayoría de la gente se vaya a mitad de la función, sería un fracaso. En mi faceta de autor, que se nutre mucho de la experiencia docente, me pregunto hasta dónde debo llegar para no perder el contacto con quienes siguen la obra".


El dramaturgo explicó que "personalmente, en muchas ocasiones me he sentido 'expulsado' de una sala de teatro por un texto que no aguanto, mientras que en otras ocasiones, el fastidio se ha paliado con elementos propuestos que, como espectador, me permitían reestructurarlo a mi modo y sentirme partícipe del espectáculo".


"El teatro -continuó Sanchís, antes de proponer una serie de ejercicios prácticos a sus alumnos- es uno de los pocos espacios en los que aún se puede cohabitar con ideas y sensaciones sin necesidad de pantallas. Es un acto único, y como tal debe dejar huella, mover algo en el interior del espectador, para que no salga de la sala igual que entró. Comprobar como tu propuesta cala en otras sensibilidades es un estímulo". Un sentimiento que, al menos ayer, tenía garantizada la reciprocidad.