CONFLICTO

Melilla, última frontera con Marruecos

Los habitantes de la puerta de Europa son conscientes de que, a pesar de los desencuentros, el paso de Beni-Enzar, el más importante de los cuatro que unen la ciudad autónoma y Marruecos, es el motor de la zona .

Una veintena de activistas protestaban esta pasada noche
Activistas marroquís bloquean la frontera de Melilla
EFE

Solo un puñado de metros separan la frontera de Beni-Enzar del Mediterráneo. Pero no huele a mar. Un hedor de alcantarillas inunda el cordón de tierra que une a Melilla y Marruecos. Beni-Enzar, más que una frontera, parece un sucio descampado polvoriento tras el paso de un bullicioso mercadillo que ha dejado un abundante rastro de cartones y plásticos.

Los enormes charcos y el lodazal provocados por las últimas tormentas son sorteados con habilidad por las cerca de 30.000 personas que se ganan la vida con el contrabando de objetos entre España y el país vecino. La frontera de Beni-Enzar, la más grande de los cuatro pasos que tiene Melilla, vuelve a latir. Y con ella el corazón de la ciudad, empeñada en olvidar cuanto antes las dos semanas de la última crisis, una más entre los dos vecinos. Una Melilla sabedora que - a falta de industria o turismo- su gran valor es ser la última frontera de Europa y que su economía depende en gran parte de la venta de enseres al por menor con destino a Marruecos. Es consciente, por tanto, del daño que pueden provocar la aparición de esas presuntas asociaciones civiles que han orquestado la campaña contra España a cuenta de unos supuestos malos tratos por parte de policías mujeres.

Bajo el sol de agosto, la riada de porteadores fluye sin parar, algunos hacen el viaje hasta seis veces al día por lo que debía ser la 'tierra de nadie' y que Marruecos ha ocupado con edificios, garitas policiales y hasta con un quiosco de Maroc Telecom. Lo que debían ser 500 metros han sido reducidos a menos de 50, en los que se mueven a sus anchas contrabandistas de medio pelo y policías marroquíes. Allí lucían, hasta el miércoles, las pancartas de denuncia de las presuntas agresiones de las uniformadas españolas.

Ya no hay rastro de los piquetes que vigilaban que ningún camión entrara con fruta, verduras, pescado o material de construcción, lo único que Marruecos exporta a Melilla. "Esto vuelve a estar tranquilo, quizás demasiado", explica un agente de la V UIP (Unidad de Intervención de la Policía) mientras mira el constante trasiego de 'mujeres tortuga', las porteadoras que tienen en Beni-Enzar y, sobre todo, en el paso del Barrio Chino sus centros de trabajo.

El pago de la mordida

El agente señala con el dedo a los policías de fronteras del país vecino que están a 20 metros, siempre en lo que debiera ser 'tierra de nadie'. Un agente marroquí saluda con un apretón de manos a una mujer cargada de mantas y rollos de papel higiénico.

Ella le da un billete durante el artificial saludo que el policía guarda sin disimulo. Junto a él hay un cartel metálico y herrumbroso que nadie se ha molestado en rectificar: "Halto policía".

Saida M., la mujer que acaba de pagar la mordida, no se calla. "Nos van a terminar por arruinar a los que vivimos del comercio a los dos lados de la frontera. La policía marroquí cada vez pide más dinero y la española cada vez pone más problemas. Incluso los españoles rompen nuestros pasaportes para castigarnos", dice Saida, vecina de Nador, haciéndose eco de una denuncia que se repite cual mantra entre los porteadores.

En la calle principal de Melilla, la Avenida Juan Carlos Primero, no hay casi trasiego. El Ramadán parece haberse apropiado de la ciudad a pesar de que solo el 45% de sus 75.000 habitantes profesan la fe de Mahoma. Apenas las furgonetas de la UIP, los todoterrenos de la Guardia Civil y los coches militares rompen el silencio.

Una fila infinita de coches indultados del desguace aguardan para volver a Marruecos cargados hasta los topes. Mientras sus compatriotas esperan dentro de sus coches bajo el sol, Abdelmoneim Chauki, presidente de la Coordinadora de Asociaciones de Sociedad Civil del Norte de Marruecos, uno de los responsables del último embrollo diplomático, se hace entrevistar en 'tierra de nadie', a modo de provocación a los funcionarios españoles. Al principio es conciliador: "La actitud de la Policía Nacional solo hace daño a la economía de las dos partes. Si dificultan el paso y la gente solo puede pasar una vez al día, al final las compras en Melilla son muchas menos. Esto tiene que cambiar". Cuando las preguntas se tornan incómodas se desatan los reproches a voz en cuello: "todos los malos tratos son obra de la mujeres policías", "desde enero han roto 447 pasaportes", "hemos contado 123 agresiones"...

Chauki, a decir de los dueños de las tiendas adyacentes a la frontera en la parte española, solo sería uno de los "cuatro gatos" que se empeñan en empañar unas relaciones que "aunque complicadas nunca son malas".

Uno de estos comerciantes es desde hace 18 años el español Abdelkader Hamed, dueño de Comercial Jaimito, en la calle General Astilleros. Un local como las decenas que se apiñan en la Avenida de Europa junto al paso de Beni-Enzar llenos de productos listos para atravesar la frontera ocultos en los motores o las puertas de los coches de los contrabandistas. "Esto no puede volver a pasar. Se tiene que arreglar por narices. Entre unos y otros terminan hundiendo al pueblo más humilde que es el que vive de la frontera", explica. "Los boicots marroquíes y los problemas que pone la policía española han hecho que nuestras ventas hayan caído en picado desde hace tres años. ¡Cómo si no tuviéramos suficiente con la crisis!".