SÍNDROME DE ASPERGER

Los chicos de la última fila

Casi medio centenar de estudiantes cursan una carrera universitaria a pesar de sufrir síndrome de Asperger, un trastorno severo del desarrollo. Se caracterizan por la ausencia de empatía, poca habilidad para las relaciones sociales y movimientos torpes.

David sostiene un pitillo entre los dedos de una mano mientras con la otra sujeta un vaso de cerveza negra que bebe a tragos cortos cuando se le seca la voz. No hay duda que le gusta hablar. En sus breves pausas escucha las preguntas de su interlocutor mientras se toca la oreja derecha, perforada por un 'piercing'. Para las personas que le rodean en el bullicioso bar puede parecer un veinteañero cualquiera. Ninguno de ellos supone que tiene síndrome de Asperger.

En verdad, este joven de 21 años no se llama David, pero prefiere que su nombre no se sepa. Muy pocos conocen su diagnóstico y él quiere que siga siendo así. Desea pasar inadvertido, como hasta ahora, desde la última fila de clase. Porque el SA -siglas con las que se les nombra en la psiquiatría- es un trastorno del espectro autista. Individuos que, al igual que todos los incluidos de este grupo, sufren una discapacidad social. No pueden comunicarse convencionalmente, pero esto no merma su inteligencia. Son personas que sienten y aprenden bajo una alteración del comportamiento. Gente con problemas para relacionarse con su entorno, pero que pueden llegar a cotas altas dentro del sistema educacional.

La cita trastoca sus planes. Habitualmente dedica las tardes a hincar codos. Este estudiante de Magisterio es uno del casi medio centenar de universitarios con Síndrome de Asperger registrados en las aulas españolas. Seguro que hay más. Algunos diagnosticados, otros no. Ellos son los únicos que se han declarado como tal ante los Servicios de Atención a Personas con Discapacidad de sus respectivos campus.

Los datos sobre el número de afectados son muy variables. Los más pesimistas hablan de dos a cinco por cada 1.000. Mercedes Belinchón, directora de la iniciativa Apúntate (Apoyos Universitarios a personas con Trastornos Autistas), augura que este número aumentará a la par que se vaya conociendo en la sociedad. El último estudio realizado por este programa interuniversitario estima que en España hay más de 1.300 jóvenes, entre 15 y 24 años, con estas condiciones.

"Las personas con Síndrome de Asperger tienen una inteligencia dentro de lo normal", asegura Belinchón y apunta que como grupo no son "ni más listos, ni más torpes". Eguzkiñe Etxabe, directora del Colegio Aldamiz de Bilbao, lo deja claro: "No se puede generalizar; cada caso responde a unos síntomas y signos". Al igual que el resto de la gente, una persona con síndrome de Asperger "puede quedarse en el camino educacional".

Pero todas las personas que padecen este trastorno "no son iguales". Enrique, de 17 años, no irá a la universidad. Sus oscuros ojos y su voz robótica hacen predecir que no se trata de un chico más. Acabó 3º de Secundaria, pero su madre comprendió que en el colegio estaba aprendiendo cosas que "no le iban a servir de nada". Ahora estudia en un aula especial con compañeros entre 16 y 21 años con condiciones similares a la suya. Se les prepara para "rendir cuando sean mayores y aprender a ser independientes".

En 1944, Hans Asperger identificó un patrón de comportamiento que incluía la ausencia de empatía, poca habilidad para las relaciones sociales, conversaciones con un lenguaje excesivamente formal, un profundo arraigo a un interés especial y movimientos torpes. Pero no fue hasta la década de los noventa -diez años después de que hubiese muerto-, cuando la definición de este patrón fue reconocida, desafiando el modelo de autismo aceptado desde medio siglo atrás.

En el caso de David, la falta de empatía y el gran cuidado con el lenguaje son sus síntomas más exagerados. Enrique tiene problemas para relacionarse con la gente y sufre una gran sensibilidad al ruido. A pesar de que se defiende en dos idiomas, hasta los cinco años no empezó a hablar. "Mi gran angustia es tener 21 años y no salir los sábados a la noche", se lamenta David. Cree que asusta a la gente porque habla mucho, además de ser "demasiado sincero". "Quedarse solo es una decisión muy difícil para alguien con dependencia emocional y yo ya la he tomado muchas veces en mi vida".