HAITÍ

La estela de vida del buque 'Castilla'

Un comandante pediatra y dos capitanes (un médico de familia y un enfermero) destinados en Aragón relatan la experiencia vivida durante cuatro meses en la misión del buque de la Armada ¿Castilla¿ en la zona haitiana de Petit Goave. En este tiempo no han parado de salvar vidas.

El capitán médico Rodrigo, pasando consulta en la montaña.
La estela de vida del buque 'Castilla'

Una mañana de febrero, el comandante pediatra Juan Antonio Lara atendía empapado en sudor, como cada día, a decenas de niños en su consulta improvisada (una mesa bajo una palmera, a prueba de terremotos) en la ciudad haitiana de Petit Goave. De pronto llegó una madre exhausta con un bebé en brazos. "La mujer apenas podía hablar, tenía la lengua seca, los ojos sin brillo...". El pediatra le ofreció una silla y lo que más necesitaba para recuperar el aliento: agua, un batido y unas galletas. Y centró su atención en el niño: sufría malaria, pero su madre lo había llevado a tiempo, respondió al tratamiento y pudo curarse. De repente, todos se preguntaron cómo había llegado aquella mujer en ese estado, al borde de la deshidratación, hasta el campamento médico de los militares españoles. Supieron que había caminado toda la noche con su hijo en brazos desde su pueblo en las montañas, donde había llegado la noticia de que "los españoles" -los más queridos por la población haitiana- habían llegado a Petit Goave. Ese día, los mandos del buque anfibio de la Armada 'Castilla' del Ejército español decidieron que sus helicópteros se trasladaran con una clínica móvil hasta las montañas para llevar la asistencia médica a los sitios más recónditos, donde todavía no habían visto un médico tras el devastador terremoto del 12 de enero.

El comandante pediatra Lara, el capitán enfermero Félix Naranjo, (ambos destinados en el hospital Militar de Zaragoza), y el capitán médico Carlos Rodrigo, de la Unidad Médica Aérea de Apoyo al Despliegue de la capital aragonesa, pudieron por fin abrazar a sus hijos el pasado día 21, cuando regresaron de su misión humanitaria en Haití a bordo del buque Castilla junto a otros 450 militares. Y contarles historias de final feliz, como la de la madre y su hijo enfermo, y otras más tristes. Han sido cuatro meses intensos, "la misión en la que más he trabajado y más he visto trabajar tanto al personal sanitario como a los zapadores y demás infantes de marina... a todos sin excepción". Lo dice alguien con conocimiento de causa: el capitán Naranjo, que ya vivió las consecuencias de la guerra de Bosnia en 1993, del terremoto de Cachemira y del conflicto de Afganistán. Y lo corrobora el capitán Rodrigo, con experiencia en Kosovo, Afganistán y la Antártida.

En Haití han trabajado sin descanso, de sol a sol y también por la noche -el hospital de la ciudad, el Notre-Dame, solo atendía a los pacientes de día-. Y seguro que en Petit Goave los echan de menos niños como el que cada día esperaba al capitán Rodrigo, y con los que compartían las galletas del desayuno cuando regresaban a tierra tras dormir en el buque.

El accidente, el peor trago

Esa entrega continua permitió dar asistencia médica tanto en el hospital a bordo del buque Castilla, donde estuvieron ingresados en ese tiempo 83 pacientes graves, como en la ciudad de Petit Goave, donde instalaban la improvisada consulta médica, así como en los puntos montañosos de Source Pineau y Vercher, gracias a las clínicas móviles trasladadas en helicópteros de la Armada. Esa era, entre otras, la función de los cuatro militares fallecidos en el accidente de helicóptero que tuvo lugar cuando regresaban de Santo Domingo, la peor pesadilla vivida por los miembros de la expedición del 'Castilla'. "Teníamos una relación muy estrecha con ellos. A Félix y a mí nos tocó rescatar los cadáveres. No pasa ni un solo día sin que me acuerde de ellos y, sobre todo, de sus hijos y sus mujeres", afirma Juan Antonio Lara.

El equipo médico incluía, además del pediatra, el médico de familia y los enfermeros -formaron a varios haitianos-, un ecógrafo portátil, un ginecólogo, un radiólogo y una odontóloga. También vacunaron a 21.500 personas: a los adultos les inmunizaron contra la difteria y el tétanos, y a los niños, además, contra la tosferina, el sarampión y la rubeola. Sus compañeros de Infantería Marina potabilizaron agua, instalaron luz eléctrica durante doce horas por la noche, y desescombraron Petit Goave para devolver la circulación y la vida a sus calles.

Al llegar a Haití esperaban encontrar una población desnutrida, pero en la zona de Petit Goave no falta comida: hay frutales por doquier, sobre todo mangos y cocos, que les aporta calorías. Pero es una dieta desequilibrada carente de proteínas. "Las haitianas no se creían que las madres españolas tenían que obligar a sus hijos a comer", apunta el pediatra.

Lo que encontraron fueron las enfermedades propias de la miseria y la falta de higiene y agua potable: dengue y diarreas, tiñas y otras enfermedades de la piel, lombrices. Y, sobre todo, casos de malaria que los equipos médicos paliaban suministrando clorofila "a toneladas". Gracias a las potabilizadoras de agua, la situación mejoró hasta prácticamente erradicar las diarreas y la tiña.

Salvaron a muchos niños y curaron a cientos de adultos, aunque hubo tristes excepciones: un niña de un año que sufría malaria cerebral falleció tras estar ingresada varios días con respirador en una de las ucis del barco en las que el capitán Naranjo trabajaba de enfermero. Fue la única en morir a bordo. A los pocos días, la madre les llevó una cesta labrada con cáscara de coco, en agradecimiento por haber cuidado a su niña.

Porque el pueblo haitiano es extremadamente agradecido, increíblemente feliz entre tanta dificultad, y con una capacidad de sufrimiento infinito: cuando operaban o curaban a niños enfermos, no se oía ni un lamento. Ni siquiera cuando amputaron el sexto dedo de la mano a un pequeño con esta malformación. "Curabas a los chavales y salían disparados a subirse a un árbol para regalarte un mango", relata Lara.

Su misión ha sido muy dura, pero también reconfortante. Les ha hecho apreciar más la vida. Por eso aseguran que no son los mismos que subieron al buque en Rota para partir a Haití.