LEY DE MUERTE DIGNA

José Carlos Bermejo: «La enfermedad y la muerte son una bofetada a nuestro narcisismo»

Religioso de los Camilos, lleva años ayudando por todo el mundo a pacientes terminales y a familiares de fallecidos.

José Carlos Bermejo, el pasado miércoles en Zaragoza.
José Carlos Bermejo: «La enfermedad y la muerte son una bofetada a nuestro narcisismo»
ARáNZAZU NAVARRO

¿Qué le parece la ley de muerte digna que se está tramitando?

Yo creo que este tipo de reacciones de las sociedades, mientras estén sustentadas en la racionalidad y no en el mero emotivismo, son saludables; las veo como un ejercicio de responsabilidad. La vida nos ha sido regalada, pero la tenemos que gestionar; no de forma absolutamente autónoma, sino en relación con otras personas. También, al ser muy delicados los temas sobre los que se habla, se corre el peligro de generar confusión terminológica. Por ejemplo, no se intenta regular la eutanasia, que sigue siendo un delito.


De todos modos, es posible que esta ley no añada nada nuevo a lo que ya hay. Que el enfermo puede expresar sus voluntades anticipadas, que el enfermo puede renunciar a un tratamiento... todo eso ya está legislado. Más bien agrupa una serie de realidades, pone palabras más actualizadas, etc.


¿Le sorprende que a los obispos les parezca bien?

Han sido los obispos de Aragón los que han reaccionado.


Rouco Varela dijo que esta no era una ley de la eutanasia.

Sí, es que es obvio.


Pero hay sectores de la sociedad que sí que creen que se intenta legalizar la eutanasia.

Entonces se trata de una mala interpretación del contenido. Quien la llame así confundirá los términos, que en este caso son muy importantes. Que los obispos reaccionen me parece legítimo; que lo hagan de forma reflexiva es también bueno.


¿No cree que en las opiniones sobre la muerte digna algunas personas necesitan pasar más horas con enfermos terminales?

Puede ser que ese sea un límite: que algunos de los que se expresan públicamente no conozcan lo que significa un estado vegetativo persistente o los sufrimientos en largos procesos con fármacos, con síntomas refractarios. Pero el mayor problema que veo es que existe un analfabetismo ético: se necesita escudriñar el significado de las palabras, como de la eutanasia, voluntades anticipadas, etc., porque incluso momentos que nos podrían haber ayudado a entender esta complejidad han sido confusos. Como el caso de Ramón Sampedro, que fue un suicidio médicamente asistido; fue una ayuda al suicidio, no eutanasia.


Pese a ser religioso, sus posturas sobre la muerte digna ha recibido incluso críticas de seglares católicos. ¿Cómo valora esto?

Sí, he recibido críticas de diferentes instancias, es lícito que se produzcan, provoca que el debate esté abierto. Para mí, lo peor es la falta de respeto; hoy por hoy, los blogs permiten decir de todo. Con este tipo de comentarios cae el valor que tiene la crítica sana.


En España, los cuidados paliativos se van implantando poco a poco. ¿Hay diferencia entre comunidades autónomas?

Una grandísima diferencia. Cataluña se lleva la mitad de los dispositivos de cuidados paliativos de España, de los más de 800 que hay. Esto es una mala noticia para comunidades como Extremadura o Murcia, donde hay muy pocas unidades. En los últimos años vamos en una buena dirección, pero satisfacemos aún un porcentaje pequeño de las necesidades.


¿Cómo ha evolucionado a lo largo de las décadas la percepción de la enfermedad en Occidente?

El desarrollo tecnológico, al servicio de la enfermedad o la dependencia, es de tal envergadura que por un lado contribuye al bien, generando muchos servicios de prevención y ayudas técnicas, y por el otro lado contribuye a una mayor negación o resistencia a enfermar. Daniel Goleman dice que vivimos en una sociedad de analfabetismo emocional, con una creciente intolerancia al fracaso y la frustración. A esto contribuyen también mucho las nuevas tecnologías: tener muchos recursos a golpe de tecla, con lo cual la enfermedad supone un frenazo grande en nuestros deseos; nos hacemos más exigentes en los procesos diagnósticos y rehabilitadores; cultivamos más un sentido de omnipotencia. Esto se ve naturalmente truncado con el encuentro con la enfermedad y la muerte, que son una bofetada a nuestro narcisismo.


¿Existe en todo el mundo esa obsesión por alargar la vida todo lo posible o es más propio de zonas concretas?

El peligro del encarnizamiento técnico, intentar prolongar la vida a toda costa, es más propio de donde abundan los recursos; de hecho, todos estos movimientos que han surgido como el de la muerte digna llegan porque hay un miedo a la tecnocracia, a que la tecnología tenga la última palabra y no haya una dimensión ética en el proceso de toma de decisiones.