Bueno, ya tenemos ley de amnistía. A falta de que la apruebe el Congreso y del tiempo que pueda ganar el PP en el Senado, lo cierto es que está ahí, como el dinosaurio de Augusto Monterroso. 

Una ley retorcida al máximo para dar cobertura a las necesidades de Puigdemont y su corte. Una ley que persigue asegurarse de que ningún juez pueda incordiar al expresidente catalán, aunque ni siquiera ese aspecto parece haber quedado cerrado del todo.

Una ley sobre la que se ha mentido a los españoles una y otra vez. Sin pudor ni sonrojo. Cuyas "inamovibles" líneas rojas se han ido movimiento con la misma facilidad con la que se borra el historial de búsquedas de Chrome. Una ley que beneficia a muy pocos, humilla a muchos y mancha y pringa cualquier otro debate en España y en Cataluña. Es agotador que el debate de un país entero esté centrado en una retórica que solo trata de disfrazar el hambre de poder.

Eso sí, como argumento para una novela de suspense no tiene parangón. Porque, puestos a pergeñar posibles escenarios y giros del relato, ¿qué pasa ahora si Junts decide que si te he visto no me acuerdo porque tienen lo que querían? Puigdemont ya ha avisado que tras la amnistía ellos seguirán con el proceso de independencia. Y no suele ir de farol.

De modo que si el Gobierno ya pensaba en los Presupuestos, el eurodiputado de Junts les ha advertido también de que cada votación se negociará "pieza a pieza" (como la caza), desde los presupuestos hasta la autodeterminación. Esto no ha hecho más que empezar.

Bolaños se henchía de "orgullo" tras el refrendo a la ley de la comisión de Justicia pero a muchos nos daba vergüenza.

Veinticuatro horas después, Sánchez pide "confianza" a los españoles. Eso sí que es una paradoja.