El terremoto vasco

La no continuidad de Urkullu pone al rojo vivo las elecciones autonómicas y anticipa una feroz batalla entre el PNV y EH Bildu.

Imanol Padrales, en una imagen de archivo.
Imanol Padrales, en una imagen de archivo.
Luis Tejido/EFE

La política vasca ha sufrido una gran sacudida tras trascender que el PNV ha decidido prescindir de Iñigo Urkullu como candidato a lehendakari en las próximas elecciones autonómicas. La apuesta por el relevo tendrá consecuencias en la política española y anticipa una feroz batalla en el seno del nacionalismo vasco. 

En buena medida porque los jeltzales ubican su apuesta ante la necesidad de ofrecer un cartel electoral más competitivo que frene la rivalidad creciente de EH Bildu. Sobre todo en un escenario en el que la izquierda independentista tendrá un referente nuevo, después de confirmarse también que Arnaldo Otegi no será el cabeza de cartel a la presidencia vasca, que le permita abrirse a nuevos sectores y tenga una menor relación con un pasado lastrado por la violencia terrorista.

El cuadro vasco viene marcado por esta contienda y un fondo muy condicionado por la erosión en la gestión y una sociedad fatigada de la discusión identitaria, en la que la reivindicación social de la independencia está en mínimos históricos. La pandemia ha marcado un antes y un después en la exigencia ante las políticas públicas y el mito de la buena administración del PNV ha empezado a resquebrajarse, sobre todo en Sanidad. Urkullu lleva tres legislaturas y aunque resulta aún dudoso que se perciba una clara pulsión de cambio, sí se detectan serios síntomas de desgaste que el PNV ha apreciado como muestras insoslayables de que debe ponerse las pilas y ofrecer un mensaje de renovación. Se ha topado con un cambio social que le ha dejado obsoleto.

Modelo territorial

¿Supondrá esta decisión un cambio estratégico? En principio, no tiene por qué afectar. Los peneuvistas han dibujado su hoja de ruta en el acuerdo de investidura con el PSOE. Nuevo estatus de autogobierno a partir del reconocimiento de la realidad nacional y cumplimiento del Estatuto y de la bilateralidad de las relaciones. Pretenden desarrollar su programa dentro del mismo, convencidos de que Pedro Sánchez tendrá que abrir el melón del modelo territorial si quiere mantener estabilidad. El nacionalismo mantiene su tradicional equilibrio entre un discurso retórico más radical y una praxis alejada de la hiperventilación.

Con todo, uno de los datos más relevantes es el afianzamiento de la relación entre PNV y Junts, que han sellado un acuerdo de cooperación para la legislatura y que anticipa una relación muy estrecha en diferentes cuestiones ligadas al debate territorial o a las iniciativas de carácter socioeconómico. 

Ambos partidos han encuadrado su entente como un contrapeso a la deriva que puede implicar el entendimiento entre ERC, EH Bildu y, previsiblemente, los diputados de Podemos. PNV y Junts, de paso, lanzan un aviso a navegantes al Gobierno de coalición PSOE-Sumar. El mensaje es claro. Sin el respaldo de los nacionalistas vascos y catalanes, el Ejecutivo no tiene mayoría parlamentaria para adoptar determinadas iniciativas. 

Batalla ideológica

Y eso implica poner límites a una orientación de las políticas a la izquierda, que es la prioridad con la que Sumar justifica su presencia en el Ejecutivo de coalición y que ERC y EH Bildu utilizan para explicar su respaldo parlamentario. La batalla ideológica está servida, sobre todo en vísperas de una coyuntura en la que la adopción de determinadas medidas de contención del gasto pueden suscitar determinadas tensiones.

La legislatura se ha puesto en marcha bajo los decibelios y con un telón de fondo que atisba una gran contienda en la que el populismo avanza posiciones frente a los partidos convencionales en la UE. Los resultados de las elecciones holandesas, con una extrema derecha blanqueada y reactivada gracias a la derecha clásica, anticipan un cuerpo a cuerpo en los próximos comicios europeos en el que la ultraderecha va a pretender condicionar la futura política de alianzas en la UE y romper la histórica sintonía entre liberales, democristianos y socialdemócratas sobre la que se ha cimentado el proyecto comunitario. Ese es el paisaje europeo que se proyecta al fondo de nuestras disputas domésticas.

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