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La semana de pasión del Gobierno de coalición convertido en tripartito

Sánchez se refugia en la política exterior y la gestión económica para sobreponerse al ruido añadido en su Ejecutivo por el pulso entre Díaz y Podemos.

Pedro Sánchez y Yolanda Díaz reunidos en el Palacio de la Moncloa para llegar a un acuerdo sobre el nuevo paquete anticrisis
Pedro Sánchez y Yolanda Díaz reunidos en el Palacio de la Moncloa para llegar a un acuerdo sobre el nuevo paquete anticrisis
Agencia EFE | Moncloa/Fernando Calvo

«Eso que vosotros llamáis Gobierno es un rato». La frase, pronunciada por una de las ministras del Pedro Sánchez hace apenas una semana, cuando el aire entre Yolanda Díaz y la cúpula de Podemos por el lanzamiento de Sumar se cortaba ya con un cuchillo, ilustra hasta qué punto los socialistas intentan minimizar el impacto que puede tener sobre la delicada estabilidad del Gobierno la división que ahora exhiben con toda la crudeza sus socios de coalición. Ya no es solo que, a las puertas de las autonómicas y municipales del 28 de mayo, los morados hayan decidido exacerbar sus conflictos con el PSOE para presentarse como «motor» de los grandes avances sociales de la legislatura. Es que aquella coalición de Gobierno que Pablo Iglesias reivindicó como su gran hazaña ha pasado a ser 'de facto' tripartita. Si Sánchez aspiraba a dejar atrás el ruido en el primer trimestre de 2023, doble taza.

En el ala socialista admiten que el «malestar» de las ministras de Podemos -la titular de Derechos Sociales y secretaria general del partido, Ione Belarra, y la ministra de Igualdad y eventual cartel electoral de la formación, Irene Montero- es evidente. Los restos de la batalla abierta a cuenta de la reforma de la ley del 'solo sí es sí', que el jefe del Ejecutivo decidió llevar al Congreso en contra del criterio de las dos dirigentes políticas cuando ya habían salido a la luz centenares de rebajas de condena por agresión sexual, siguen siendo perceptibles. Con el PSOE y con Díaz que, pese a asumir la posición de su grupo parlamentario, dejó claro que no compartía la negativa a modificar la norma. En el Gobierno rechazan, sin embargo, que la gestión vaya a resentirse.

«Una cuestión son las relaciones entre los distintos partidos políticos, y en este contexto electoral, y otra es la acción ordinaria de un Consejo de Ministros, que es un órgano colegiado en el que las negociaciones no están tanto entre distintas formaciones políticas sino entre distintos departamentos ministeriales», argumentó este martes la ministra portavoz, Isabel Rodríguez, en una explicación más elaborada de esa reflexión informal de su colega sobre el corto «rato» que es, en realidad, eso a lo que los periodistas llaman «Gobierno». «En muchas ocasiones, las discusiones son de carácter técnico y el resultado -insistió Rodríguez- es claro».

El PP ya ha hecho de la fragmentación del Ejecutivo una de sus principales líneas de oposición, pero en Moncloa defienden que, frente a las previsiones «agoreras» de Alberto Núñez Feijóo, están en condiciones óptimas para competir en gestión. Tras ella y tras la política internacional, a la que se ha entregado en cuerpo y alma dentro de los trabajos preparatorios de la presidencia de turno de la UE, se ha parapetado el presidente del Gobierno, deliberadamente al margen de unas trifulcas que, no obstante, provocan temor en sus filas ante la posibilidad de un retraimiento del voto progresista.

En sus últimas intervenciones públicas, Sánchez no ha hecho siquiera mención al proyecto de la vicepresidenta primera, al que el pasado lunes el ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, sí se refirió como una «muy buena noticia» que ha despertado «ilusión» en el electorado de la izquierda. Pese a que, en la práctica, ha dado carrete a Díaz en la pugna con Podemos otorgándole, por ejemplo, un papel protagonista en la réplica a Ramón Tamames durante la reciente moción de censura de Vox, formalmente el presidente ha preferido situarse, como dirían los franceses, 'au-dessus de la melée', para evitar ser salpicado en una pelea en la que los morados atribuyen al PSOE la voluntad de aniquilarlos.

«Socio incómodo»

Que los socialistas consideran a Podemos un «socio incómodo», como aseguraron esta semana tanto Belarra como Pablo Iglesias, quien pese a haber abandonado sus cargos en el partido sigue ejerciendo un liderazgo moral sobre sus dirigentes, es un hecho. Pero no lo es menos que en Ferraz cruzan lo dedos para que finalmente los morados alcancen un acuerdo con Sumar y no haya dos candidaturas a la izquierda del PSOE. De ir por separado las posibilidades de reeditar la coalición se verían mermadas. La condición necesaria para continuar en la Moncloa es que Sánchez supere a Feijóo, o al menos no quede muy por detrás de él en escaños, y que Vox no sea tercero. El cuarto partido tiene muy difícil convertir buena parte de sus votos en escaños dadas las especificidades del sistema electoral español.

A la espera de que ese panorama se despeje, el jefe del Ejecutivo se afana en hablar de economía para intentar demostrar que el ruido no hace menos operativa la coalición y para desmontar, de paso, el dogma de que la derecha es más eficaz. En cada acto, Sánchez presume de haber convertido a España en un país enormemente atractivo para la inversión internacional, con cifras récord en 2022 de 30.000 millones. Los datos de paro de marzo -con una caída de 49.000 personas, la mayor en términos porcentuales desde 2002- le sirvió esta semana para volver a reivindicar la reforma laboral. Y las movilizaciones en Francia, para presumir de una reforma de las pensiones avalada por Bruselas que ha preservado la «paz social».

También se vanagloria de ser el segundo país de la eurozona con menor inflación en marzo, de haber reducido la deuda pública más de lo esperado en 2022 (aunque sigue lejos del 98,2% prepandemia) o de haber cerrado el año con un déficit del 4,8%, inferior al 5% comprometido.

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