Cataluña es cosa de todos

Una de las concesiones más bobas de la democracia española a los partidos separatistas es cederles el monopolio nominal de la representación regional en el Congreso.

Vista del hemiciclo del Congreso de los Diputados.
Vista del hemiciclo del Congreso de los Diputados.
Fernando Villar / Efe

En el Congreso de los Diputados hay bastantes más vascos y catalanes de los que parece. Ello se debe a la cobardía política de los grandes partidos. Para no convertirse en un guirigay, los parlamentos democráticos suelen fragmentarse. El Reglamento del Congreso español (1982) dispone que los diputados se organicen en grupos, para racionalizar el régimen de la Cámara. Pero un grupo parlamentario no es una agrupación arbitraria de diputados. Han de ser, al menos, quince. Pueden ser solo cinco si tienen el 5% de los votos en todo el país o, si son partidos regionales, el 15% de los de su circunscripción.

Dos cosas están prohibidas de forma expresa. Una, que diputados de un mismo partido formen grupos distintos. Dos, que lo hagan quienes, cuando fueron votados, estaban en listas que no fueron rivales ante el elector. Con estas disposiciones se intenta reducir al mínimo las posibilidades de la picaresca parlamentaria, aunque esta surge a cada paso y la ley queda burlada. Por ejemplo, hay partidos que, por un tiempo, ‘prestan’ diputados a otro partido. Con toda desfachatez. (Lo llaman ‘cortesía parlamentaria’, en lugar de ‘estafa al elector’).

En el Congreso actual hay siete grupos. El mayor (PP), con 134 diputados; el socialista, con 84; el de Podemos, con 66 (y cuyo nombre sesquipedálico es Grupo Parlamentario Confederal de Unidos Podemos-En Comú Podem-En Marea); el de Ciudadanos, con 32 miembros; el de Esquerra, con 9; el Grupo Parlamentario Vasco, con 5; y el Mixto, con 19.

Al igual que en otras legislaturas, la Cámara, su mesa de gobierno y su presidencia admiten abusos en las denominaciones. El ejemplo más saliente es que un grupo diminuto de cinco diputados se llama Grupo Parlamentario Vasco. Ello traslada la idea fraudulenta de que en la Carrera de San Jerónimo no hay más parlamentarios vascos que los cinco nacionalistas del PNV, el partido fundado por el teócrata racista Sabino Arana.

Más vascos y más catalanes

De este abuso son conscientes todas las partes implicadas, pero no los ciudadanos en su mayoría. A estos se les sirve una idea falsa sobre la representación de los vascos en el poder legislativo. Ese nombre ventajista oculta que hay diputados vascos en número mayor que el triple de los que figuran en el ‘grupo vasco’. Seis en el grupo podemita, tres en el socialista, dos en el popular y otros tantos batasunos de Bildu. O sea, que el Grupo Parlamentario Vasco reúne a menos de la tercera parte de los electos vascos del Congreso: poco más del 29%. Qué a gusto se quedan.

En resumen: según las clasificaciones usuales, los diputados catalanes no separatistas son 30 (Podemos 12; PSC 7; PP 6; C’s 5), frente a 17 que sí lo son (ERC 9; CDC 8). Y los escaños que ocupan los secesionistas vascos son 7 (PNV 5; Bildu 2) frente a 11 de signo no separatista (Podemos, 6; PS 3; PP 2).

Ninguno de los dos partidos mayores ha tenido interés en deshacer este calculado espejismo y por eso son culpables de él.

El Grupo Parlamentario Catalán se llamó de este modo durante años, desde 1979. Nació en 1977, cuando la lista apadrinada por Jordi Pujol se hizo con 11 diputados. Con el nombre de Minoría Catalana, se integraron en el Grupo de las Minorías Vasca y Catalana. En 1989, con el viento a favor, la minoría pasó a llamarse Grupo Parlamentario Catalán. Las elecciones de 2004 trajeron el primer varapalo para los intereses de CiU en el Congreso; el auge de ERC dejó a la hoy disgregada y extinta CiU con solo 10 escaños. No fue un mal pasajero. Es sabido que, desde el nombramiento de Artur Mas como gran timonel, la merma del ‘pospujolismo masinopuigdemontorrano’ ha sido proporcional al ascenso de la Esquerra: el pez chico está siendo capaz de engullir al grande como si tal cosa. ‘Sic transit gloria Jordi’.

Se lo oí no hace mucho al presidente aragonés, el socialista Javier Lambán: «Cataluña es cosa de todos». Es un lema oportuno para este tiempo de España y, además, una buena condensación conceptual para ilustrar este caso de los grupos parlamentarios que disfrutan de inflación nominal. Por idénticos motivos, también el País Vasco es cosa de todos, en cualquier sentido, político, jurídico, histórico, afectivo. Ya no hay Grupo Catalán, porque las pendencias de los separatistas han roto el viejo monopolio pujoliano. Pero persiste la denominación de Grupo Parlamentario Vasco, reservada para cinco selectos aranistas, como si fueran los únicos vascos del Congreso. Lo cual sería risible si no fuera tan evidentemente abusivo.

Está del todo claro que no son ellos los responsables del abuso. Solo cabe achacarles que han logrado la victoria sobre rivales más lerdos, negligentes o interesados en disimular lo que sucede: del mismo modo asombroso por el que la bandera del partido es hoy la bandera vasca, el minúsculo Grupo Vasco cobra apariencia de ser el de todos los vascos.

Tras los nuevos comicios se verá qué sucede con la cuestión. Ojalá quede resuelta en términos de decoro político. Nombres como los dichos son una burla consentida y es hora de que concluya.