Panorama desde el puente

La crispación, la falta de proyectos sólidos y la parálisis se han adueñado de la política española. La vía más lógica para salir de esta situación es dar de nuevo la palabra#a los ciudadanos, convocando cuanto antes elecciones generales.

El panorama político en España parece desolador.
El panorama político en España parece desolador.
Rob Blakers / Efe

Nada tiene que ver el contenido de mi comentario de hoy con la famosa obra teatral de Arthur Miller del mismo título; pero me voy a valer de ello para echar una mirada desde un hipotético puente que se eleva sobre las ‘barriadas’ de España y permite contemplar sus escenarios de un vistazo, al igual que el protagonista de la obra lo hacía sobre los suburbios de la zona portuaria de Nueva York.

Hay que hacer, sí, una abstracción y elevarse un poco para dominar el paisaje de esta España encrespada con la que acabamos de iniciar un nuevo año de alta tensión política, en el que todo es posible menos la normalidad, la estabilidad, la prudencia, la moderación y el sentido común, ‘seny’ incluido.

La verdad es que desde aquí arriba, desde ese puente imaginario, el panorama es desolador. ¿Qué hemos hecho, santo cielo, para merecer esto? ¿Por qué no podemos tener un país tranquilo y sosegado, educado, cordial, cooperativo, cuando llevamos tantos boletos para que sea así? Lo curioso del caso es que el sustrato de la sociedad española funciona y hace funcionar el país. La gente trabaja, aunque haya perdido buena parte de la ilusión; también se inquieta ante la falta de estímulos y perspectivas, de discursos dignos, de horizontes abiertos y alcanzables aunque lejanos.

Hay como una inquina en el ambiente, como si hubiera alguien con interés en emponzoñar nuestra convivencia, en provocar enfrentamientos. Una clase política -y hablo en general- desastrosa, cainita, ignorante e irresponsable está al frente de los destinos de la nación sin saberla dirigir, sobresaltándola a trompicones, sin conocer ni practicar ni una sola de las virtudes que debieran caracterizar y revestir a quienes tendrían que hacer de la política un arte, con la mesura, la generosidad, el entendimiento, la dignidad, la tolerancia y el respeto; y no una pelea barriobajera repleta de descalificaciones e insultos y de una inacción insoportable. No, los ciudadanos no nos merecemos esto.

Debemos hacer entre todos una seria reflexión sobre hacia dónde vamos y con quién queremos ir. Es aquella canción, "habla, pueblo, habla", de los albores de la democracia, cuando la gente estaba ilusionada y pensaba en positivo. Y es la política, la gran política, la política al servicio de los ciudadanos la que debiera darnos la oportunidad inmediata de esa reflexión colectiva. Eso se llama elecciones generales. Sin paliativos. Ya.

Es verdad que con la Constitución en la mano es el presidente del Gobierno el único capacitado para convocarlas. Pero hay que suponer que el presidente tomará la decisión no solo en función de sus propios intereses -a los que no quiero calificar de espurios-, sino escuchando al pueblo español en su totalidad que es, en definitiva, quien tiene la última y decisiva palabra.

Y desde el puente, señor presidente, lo que se escucha es un clamor general y creciente para que convoque cuanto antes esas elecciones, que fue además lo que nos prometió cuando entró al gobierno legalmente, sí, pero por la puerta de atrás.