Año Viejo, Año Nuevo

Resulta tristemente significativo que la palabra ‘tóxico’ haya sido elegida como la más representativa del año 2018. Frente a la política tóxica, debemos reivindicar y practicar la convivencia, como el Rey nos recordó en su mensaje de Navidad.

En Ecuador celebraban la noche del 31 de diciembre quemando el Año Viejo.
En Ecuador celebraban la noche del 31 de diciembre quemando el Año Viejo.

Este 2018 que ha acabado la palabra del año elegida por el Diccionario de Oxford ha sido ‘tóxico’. Términos como ‘posverdad’ o ‘fake news’ se alzaron con este título en 2016 y 2017, respectivamente. Recordemos que la historia de la palabra ‘tóxico’ va ligada al arte de la lucha de la antigua Grecia. Su origen es el ‘toxikon pharmakon’, un veneno letal utilizado por los antiguos griegos para manchar las puntas de sus flechas. Curiosamente, fue ‘toxon’ (arco) el término del que posteriormente derivó la palabra latina ‘toxicum’ (venenoso).

Pero, ¿por qué una palabra tan tóxica para resumir todo un año? La explicación de Oxford es que ‘tóxico’ "refleja el espíritu, el estado de ánimo o las preocupaciones del año que pasa, y tiene un potencial duradero como término de importancia cultural". Es un término frecuentemente empleado y desconocemos sus límites, pero si algo creo que está claro es que vivimos un momento marcado por la inestabilidad y la incertidumbre y todo ello impregna muchos de nuestros contextos cotidianos. Además, hemos de añadir el recurso permanente a la división frente a los que no piensan como nosotros, que incluso puede llevar a su destrucción; y quiero recordar que así comenzaron los totalitarismos.

Piensen, sin ir más lejos, cuántas veces a lo largo del año han leído titulares en que la palabra tóxico aparecía para definir la situación política de nuestro país. A modo de ejemplo transcribo este texto de Enric Juliana publicado en ‘La Vanguardia’ el 24 de noviembre: "Cerramos una semana especialmente tóxica en la relación entre política y sociedad. El estrepitoso fracaso del pacto entre el Partido Socialista y el Partido Popular para la renovación del Consejo General del Poder Judicial ha demostrado que los pactos de Estado son imposibles en el actual cuadro de tensión política. No se puede acusar de ‘golpista’ al presidente del Gobierno y, a la vez, pactar con el jefe del Ejecutivo el nombre del nuevo presidente del Tribunal Supremo sin provocar un cortocircuito en la opinión pública".

Siempre lúcida, Hannah Arendt nos recuerda en sus escritos que la verdad constituye el asunto central de la comunicación social, porque su principal responsabilidad consiste en informar, con veracidad, lo que sucede en la realidad. Existe, por lo tanto, una verdad de los hechos y suelen ser los políticos quienes suelen negarla. Y si toda mentira es grave, la institucional tiene una consecuencia evidente, pues los ciudadanos pierden la confianza en los políticos.

El rey Felipe VI, en su mensaje de Nochebuena, ha tomado como palabra referencial la convivencia: "Una convivencia que se basa en la consideración y en el respeto a las personas, las ideas y a los derechos de los demás". Para lograrla ha pedido que se busque el entendimiento y que se huya del rencor y el resentimiento. Un mensaje oportuno dada la actual coyuntura política, desgraciadamente tóxica, marcada por la polarización y el disenso sobre las cuestiones políticas fundamentales, y el ensañamiento con el que las fuerzas políticas manifiestan sus diferencias. Y ha precisado que si fue posible hace 40 años, en momentos mucho más difíciles, dejando a un lado lo que nos dividía, debe ser también posible ahora.

Las últimas elecciones andaluzas nos han sorprendido con la irrupción de un nuevo partido, que trae propuestas de ruptura y conflicto. Creo que es un aviso de un posible deterioro del consenso con que construimos nuestro pacto de convivencia. Volver la vista atrás sirve para comprender lo importante que es la democracia y entender que no es algo automático. Basta con mirar a hace cuarenta años para comprobarlo, y no olvidar que esta puede acabarse.

Mis alumnas ecuatorianas me solían contar que ellas celebraban la noche del 31 de diciembre quemando el Año Viejo (un muñeco hecho de trapo y de serrín). Mientras se va consumiendo, recuerdan lo bueno que el año que acaba les ha dado y expresan buenos deseos para el Año Nuevo. Cada uno de nosotros tenemos nuestros recuerdos personales, que se hacen más presentes en estas fechas de final de un año y comienzo del siguiente. Alegres unos, tristes y dolorosos otros. Retazos de vida, elegida y compartida. Ojalá se cumplan los de todos nosotros. Yo deseo quemar lo tóxico y buscar la convivencia y la igualdad, pues así nuestra comunidad humana será más rica.