Cataluña está fuera de control. No la embrida el Gobierno, porque Pedro Sánchez mantiene su estéril política de apaciguamiento a pesar de los continuos desaires de los independentistas. Y tampoco tienen ya las riendas las élites catalanas. Fueron estas las que, en 2012, fomentaron el secesionismo porque creyeron que sería la mejor herramienta para presionar a Madrid y capear el toro de la crisis económica, manteniendo a los suyos (CiU) en el poder. Apoyaron a Artur Mas, inflaron las emociones y sacaron a la gente a la calle con el embuste de la independencia. Ahí empezó el descontrol. La presión callejera fue en aumento y Mas tuvo que entregar el poder a un indómito Puigdemont.

Y así estamos hoy, con Cataluña fuera de control; con un gobierno autonómico que no gobierna; con unos dirigentes volcados exclusivamente en un ‘procés’ moribundo; con unos políticos soberanistas solo preocupados por que no los lapiden sus propios seguidores al descubrir el engaño; con los CDR imponiendo la violencia alentados por Torra; con un cuerpo de 17.000 mossos cuestionados por su propio Govern; con muchos sectores sociales protestando airadamente contra la Generalitat por los recortes; con empresas que se siguen marchando y con inversiones que siguen sin llegar; con la imagen de la Comunidad más deteriorada que nunca; y con un ‘president’ apostando por el modelo de Eslovenia, que acabó en una guerra civil.

Los despropósitos de Torra y los demás son de tal magnitud que recuerdan las palabras de Shakespeare en ‘El rey Lear’: "¿Pero no veis que está loco? Es la epidemia de la época: una civilización de ciegos guiada por unos locos".