Parques de mayores

Proliferan en los parques y plazas de las ciudades aparatos para que los jubilados hagan ejercicio al aire libre. La sociedad exige todavía mucho a nuestros mayores, que parece que deben mantenerse en forma.

Un hombre realiza ejercicios en una aparato de pedales en un parque público.
Un hombre realiza ejercicios en una aparato de pedales en un parque público.
Heraldo.es

Con los tiempos que corren (el tiempo es uno, pero se mueve tanto y tan deprisa que lo percibimos como dentro de una maratón multitudinaria), nuestros mayores no han tenido más remedio que salir a la calle a entrenar. Los veo pedaleando sin desfallecer en gimnasios instalados al aire libre en parques y plazas. Deben mantenerse en forma: en no pocos hogares son ellos quienes echan una mano o las dos (manos gastadas y blancas, surcadas por venas azules como vetas de un mármol) a unos hijos con hipotecas diabólicas, cuando no sin trabajo. Son ellos quienes llevan y recogen a los nietos del colegio. ¿Para quién la Ley de Dependencia? Donde comen dos, comen cinco, de una pensión de jubilación estirada hasta el delirio.

Mientras aguardan a que los pedales queden libres, otros ancianos hojean el periódico empezando por las esquelas: si su nombre no aparece en ellas, buscan en las páginas de política social un titular al que agarrarse como a un clavo ardiendo. Poca cosa: un nuevo ‘parque de mayores’ ha sido instalado en el otro extremo de la ciudad.

Yo me pregunto si estos gimnasios, crecidos como setas junto a las pistas de petanca, no serán, en realidad, disimuladas plantas de producción energética: ancianos trabajando gratis para el Estado, sin saberlo, exprimidos más allá de la jubilación para convertir la energía cinética de sus fatigadas piernas en una electricidad que luego se les venderá a precio de oro.

Ellos pedalean y pedalean: si lo hacen al unísono, acaso el mundo gire una vuelta más.

Jesús Jiménez Domínguez es poeta.