Ese hilo invisible

Ya no vivimos sino que gestionamos. Tenemos que salir adelante siguiendo el dogma de la multitarea y de batir cada día un nuevo récord. Hasta que una llamada despista a un padre que va a dejar a su bebé en la guardería.

Un hombre olvidó a su bebé en el coche, y falleció.
Un hombre olvidó a su bebé en el coche, y falleció.
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Gestionar la vida está resultando mucho más agotador que simplemente vivirla. Inmersos en el postcapitalismo y en transición acelerada a la época del algoritmo, ya no vivimos sino que gestionamos, a trompicones, la sucesión de acontecimientos. Dice el filósofo Chul Han que esta es la sociedad del cansancio. Y en el libro así titulado asegura que la de este siglo es la sociedad del rendimiento, la del ‘Yes we can’, porque nada hay que se resista al aquí y ahora del ‘mindfulness’ y un poco de positivismo. Que tienes cáncer, anímate y piensa en curarte; que estás a tope de trabajo, vete después al gimnasio y supera tu marca anterior. Hasta la diversión se convierte en obligación. La multitarea, tan practicada hoy, nos lleva -dice Han- al salvajismo. Los móviles y las wifi atan más que liberan y dinamitan las coordenadas tradicionales de espacio tiempo.

El hombre-mujer, trabajador-trabajadora, padre-madre puede o debe serlo todo a la vez y en cualquier momento y lugar. Pero la fatalidad también hace de las suyas. El pasado día 3 de octubre un hombre recibió una llamada laboral justo cuando iba a dejar a su bebé en la guardería. La conversación le despistó, le dijo aterrado a la policía, tras descubrir ocho horas después al bebé fallecido sin haberlo sacado del vehículo.

Ni fatalidad ni casualidad. Existe ese hilo invisible que nos conduce, aun a toda velocidad, a algún lugar, y mejor que no sea el cementerio. Descubrirlo y tirar de él y no al revés se ha convertido en necesidad vital.