El funesto vicio de plagiar

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno.
Pedro Sánchez, presidente del Gobierno.
EFE

Lo que no es tradición es plagio, decía Eugenio D’Ors, y es cierto. En un lienzo en blanco del siglo XXI pueden rastrearse las huellas que nos llevarían hasta las cuevas de Altamira. El impresionismo está ya en la Villa Medicis que pintó Velázquez. El buey desollado de Rembrandt reaparece, siglos después, en un cuadro del expresionista de Soutine. Evidentemente, es tradición, no es plagio.

La reflexión de D’Ors está plenamente vigente en la era de oro de las copias. El plagio ha existido siempre, pero Wikipedia y los ordenadores han facilitado enormemente el trabajo de los copiones. Las tentación es enorme. Y las teclas de copiar y pegar echan hoy, más que nunca, humo. Ya no se trata de las falsificaciones que traen de cabeza a los expertos en arte. Ahora, las universidades se aplican para detectar plagiadores. Vicente Verdú, premio Nacional de Ensayo, recientemente fallecido, dedicó un certero artículo, publicado en ‘El País’ en 2001: "La copia, el plagio, una enfermedad hoy más que un vicio, una plaga más que una aislada acometida de indignidad, un signo de la nueva cultura más que un mísero e impotente delito de cualquier tiempo".

El funesto vicio de plagiar acabó con la carrera de un ministro alemán y, anteayer mismo, provocó la dimisión de la ministra de Sanidad, Carmen Montón. La veda se ha abierto y los periodistas hacen cola para escudriñar la tesis del propio presidente del Gobierno, protegida en la Universidad Camilo José Cela como si fuera un incunable de la Biblioteca Nacional.