Carta a una joven madrileña

Una carta para solidarizarse con la víctima de la violación múltiple cometida en Pamplona por la Manada.
Una carta para solidarizarse con la víctima de la violación múltiple cometida en Pamplona por la Manada.
E. H. I.

Estimada amiga. A pesar de que tu nombre y otros datos personales se han filtrado, me conformo con llamarte así, con la única intención de salvaguardar la poca intimidad que te ha quedado. Estoy convencida de que no buscaste esta notoriedad. Creo que nunca debiste de pensar que te podrías convertir en la protagonista de una de las situaciones más sangrantes y dolorosas que puede sufrir una mujer.

Imagino que habrás sentido centenares de veces que darías lo impensable por poder tener un reloj y volver atrás en el tiempo. Cambiar aquel aciago día en que una manada de bestias te eligió como víctima propiciatoria y te marcó para siempre. Cuando perdemos algo valioso, el tiempo nos ayuda a cicatrizar la herida y, si bien no el recuerdo, el sufrimiento se reduce hasta un nivel soportable. Tengo dudas de que este sea tu caso. Todo el proceso judicial en el que has estado inmersa, la sentencia de febrero y la excarcelación de tus agresores ahora no son otra cosa que sal y vinagre sobre tus heridas. Esta sociedad, que tanta solidaridad te quiere demostrar, es la misma que está permitiendo este vergonzoso espectáculo. Todos, y especialmente todas, tenemos un poco de responsabilidad en el daño y la afrenta a la que estás sometida.

Nuestro deber es mostrarte que no estamos de acuerdo con lo dictado, aunque proceda de organismos legítimamente constituidos. Nuestra solidaridad es reconocer tu dolor y sentirlo como propio, sabiendo que ayer fuiste tú pero, hoy y mañana, podemos ser cualquiera. Pero más allá de eso, más allá del respeto por la regulación vigente, que no Ley con mayúscula, nuestra obligación es impedir que vuelva a ocurrir. Y esto último solo se puede hacer de una manera. Nos toca, como ciudadanas, acordarnos de ti al elegir a aquellos que nunca, en ninguna circunstancia, van a aplicar la ley en la forma tan lacerante como han hecho contigo. No es posible seguir aceptando que la interpretación de un precepto legal puede estar tan en disconformidad con lo que prácticamente la sociedad al completo entiende, como ha sido en tu caso. Es inconcebible el recurso a tecnicismos como excusas o argumentos para fallar como lo han hecho. Han fallado y te hemos fallado. Cuando esto ocurre, y vemos que sí ocurre, hay que decir que es la ley, y los que así la aplican, los errados y deben rectificar. No estoy defendiendo el linchamiento público como forma de hacer justicia, y seguro que tú tampoco, pero no puedo quedar impasible cuando te imagino sentir que tu sufrimiento es ninguneado, cuestionado y aumentado porque tus agresores reciben la piedad y la compasión que a ti se te niega. No hay cargo ni magistratura del Estado que pueda disponer de la vida de los demás de esta forma.

Tus agresores vuelven a enfrentarse a un tribunal en breve. Todas esperamos que no vuelva a ocurrir lo mismo que en tu caso, pero tampoco lo esperábamos para su excarcelación y ha sucedido. En todos los casos que conozco el perdón de la víctima empieza con el sentido y sincero arrepentimiento de los delincuentes. Ese perdón es el que permite a la que ha sufrido comenzar a pensar que es posible renacer de las cenizas. Ahora ni se ha esgrimido este argumento, quedando todo en vagas circunstancias que pretenden darte una protección inexistente hasta ahora. Nada más lejos de la realidad. El miedo y el terror seguirán en ti, lo sé. Si no somos capaces de ofrecerte algo más, nunca creerás que merece la pena este sistema que nos hemos dado. En el fondo de tu corazón habrá siempre un deseo de venganza, ya que es la única salida que te dejamos.

Siento enormemente no poder darte más consuelo. Al igual que tú, yo tampoco tengo un reloj que camine hacia atrás. Solo he querido, desde estas humildes líneas, llamar a todas y a todos, a los jóvenes y a los viejos, sin distinción ni de clase ni de ideología, a que tengamos presente en nuestras decisiones el terrible dolor que podemos causar con nuestra inacción. Proteger a las mujeres de las agresiones, enseñar a nuestros hijos que somos iguales, decir a aquellos que tienen alguna responsabilidad que no hay excusa para no comenzar aquí y ahora es lo más inmediato a mi alcance para poder expresarte mi solidaridad. A pesar de ser una desconocida, todas te sentimos muy cercana. Solo espero que, de ahora en adelante, la vida te depare las alegrías que no has tenido en los últimos años. Con todo mi afecto.

Ana Isabel Elduque es catedrática de la Universidad de Zaragoza