Por
  • José Luis de Arce

Bisoñez

Heraldo
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Ha sido un clamoroso caso de bisoñez lo ocurrido hace unos días con el cese-marcha-dimisión del breve ministro de Cultura y Deporte, el pintoresco Màxim Huerta. O sea, de inexperiencia. Aunque en este caso los bisoños, o inexpertos, sean dos: el propio ministro y quien improvisadamente lo nombró. El primero entró en el jardín de la política alegre, dicharachero y sonriente, sin estimar que en los jardines hay flores con espinas; incluso puede haber plantas carnívoras dispuestas a devorar a todo aquel que penetre ingenuamente en su peligroso terreno; hasta jaurías puede haber, aunque en la entrada no avise de que ‘cuidado con el perro’. La política es una cosa muy seria.

Tampoco es ajeno a lo ocurrido el presidente Sánchez, que tuvo que hacer un gobierno quizá de manera atolondrada, improvisando la selección de (algunos) ministros ante la sorpresa de que salió inesperadamente vencedor de la moción de censura, en la que se debatió no una propuesta alternativa sino un deseo mayoritario de acabar con el PP y su presidente. El ‘todos contra Rajoy’ propició que Sánchez se encontrara de repente (PNV ‘dixit’) con la presidencia del gobierno, no por haber ganado la confianza, ni por méritos propios o de un programa que ni siquiera se expuso; lo ocurrido en el Congreso, para quien de verdad lo quiera entender, fue el deseo de los representantes del pueblo español de acabar con una situación insostenible y recabar un cambio de rumbo; es decir, reclamar para el conjunto de la ciudadanía el derecho a determinar quién y cómo nos ha de gobernar. Y a ese deseo, manifiestamente explicitado por los españoles, solo se puede dar respuesta de una manera: convocando elecciones generales para que seamos nosotros quienes decidamos a quién damos la confianza. Por ello, una vez que Pedro Sánchez ha colmado su ambición de sentarse en la Moncloa, tendría que entender que el mandato que ha recibido es trasladar a los electores la decisión final de quién nos debe gobernar.

La bisoñez del presidente no solo ha devenido en la designación de un gobierno al que van a asaltar por tierra, mar y aire, con el permanente riesgo de inestabilidad que ello conlleva, sino en las pocas entendederas de que su verdadero programa ha de consistir en convocar las elecciones. Partirá para ello con la ventaja que le da el repunte que el PSOE indudablemente ha conseguido con la maniobra de la moción de censura, hábil, pero torticeramente explotada, por más que no tenga tacha alguna de inconstitucionalidad; pero es necesario devolver cuanto antes la voz a los españoles para que sean ellos quienes coloquen su opción al frente del país.

No están las cosas para experimentos ni para exhibiciones de ministros ‘guay’. Se necesita mucha más profundidad en el discurso y no estar a la veleidad ni al chantaje de todo un abanico de partidos para complacerles a cambio de mantenerse en un poder que, por muy legal que sea, no estaría mal ratificarlo en las urnas. En política, la bisoñez y hasta el candor se acaban pagando muy caro. Vean lo del ministro Màxim el Breve.