Por
  • Víctor Orcástegui

Operación blanqueo

Terrorismo.
Terrorismo.

ETA murió asfixiada por la presión policial, con Sokoa y Bidart como punto de inflexión, y por el cerco judicial a sus arrabales políticos, con la Ley de Partidos de 2002, que permitió ilegalizar Batasuna, como factor decisivo. El rosario de comunicados, notas y falsas solemnidades de su supuesta disolución no ha sido sino un último aliento propagandístico, tan descabellado y abominable como todas sus anteriores exhalaciones, para dejar a sus herederos una imagen medio aseada de sí misma y de su trayectoria. Una operación blanqueo, en definitiva, que seguramente continuará incluso después de la desaparición de la banda, porque no faltarán ni coristas ni corifeos. Si las cosas fueran como deberían ser, no habría, naturalmente, nadie dispuesto a reclamar para sí tan detestable legado. Pero si ETA ha pervivido durante sesenta años es, precisamente, porque en el seno de la sociedad vasca muchas cosas nunca fueron como deberían haber sido. ETA deja un rescoldo de odio y complicidades –véase Alsasua– que será necesario apagar. Y pretende reconvertir su criminal ejecutoria en un cuento chino para uso de sus adláteres. No debemos consentir que nos tomen el pelo.