Estómago de hierro

El presidente Mariano Rajoy.
El presidente Mariano Rajoy.
Afp

Los políticos de raza empiezan el día tragándose un sapo. Rajoy, por ejemplo, se ha comido ya muchos más de los que caben en un gran pantano. Desde que dibujó en el aire los hilillos de chapapote del ‘Prestige’, ha tenido que engullirlos sin parar: Zaplana, Acebes, Naseiro, Mayor Oreja, Matas, Baltar, Camps, Gallardón, Pilar Barreiro, Rato, Bárcenas, Wert, Granados, Correa, Fabra, Ignacio González, Ana Mato, José Manuel Soria…

Con esta dieta rica en anfibios se ha convertido en el gran superviviente de la charca pública nacional. Se trata de un mérito, entre gastronómico y político, reconocido incluso en esa cenagosa Europa en la que se han indigestado prohombres de grandes tragaderas como Sarkozy y Berlusconi. Hasta Angela Merkel ha destacado que tiene piel (y aparato digestivo) de elefante.

Si no se hubiera tragado en un año más sapos de lo que es normal incluso en alguien que come de todo, Rajoy ya se hubiera engullido también a Cristina Cifuentes como lo hizo con la inefable Esperanza Aguirre. Pero él no la ve como un sapo sino como un brillante anzuelo con el que espera pescar una gran rana, más anaranjada que verdosa.

Sus acólitos le previenen porque dudan de que Albert Rivera pique. Pero el equipo de herpetólogos que desde la época de Felipe González trabaja en la Moncloa le ha dado la solución: un beso que transforme al príncipe naranja en rana bermeja. Y, después, a zampársela. ¡Quién podrá resistirse a este estómago de hierro que cada semana se traga un batracio con cara de Aznar!